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23 febrero 2023

¡Quédate!, no permitas que te olvide

Los noventas ... Don Juan se levantaba cinco menos diez; y antes que otra cosa, subía al tercer piso donde tenia el jardín, descorría la cortina que cubría la amplia y rectangular jaula de seis metros, daba dos pasos atrás y observaba embelesado el despertar de los periquitos australianos, Don Juan cubría sus necesidades procurándoles alimento, agua, comida, clima, un jardín sano; y el cambio de tierra necesario, mientras buscaba con la mirada al pinzón, esa pequeña ave de colores rosados que siempre se acercaba a saludarlo. 

No usaba celular, pero se había hecho de un cassette donde le grabaron una melodía del canto de pájaros y le era suficiente, colocaba la grabadora en una mesilla auxiliar, ponía el cassette y se sentaba a disfrutar de todo el alboroto de las pequeñas aves y su música. 

Después de su autojubilación, se dedicó a ampliarla, informándose de la mejor forma para tener a sus inquilinos lo más cómodo posible, salvándolos del peligro del vuelo libre, pero ofreciéndoles un atisbo de libertad que les resultara suficiente. Su canto le hacía sentir que lo había conseguido. Así descubrió que la mejor jaula es la horizontal, porque el vuelo de las aves es así.

Luego se dirigía a la cocina, preparaba el desayuno de su mujer y el suyo; y esperaba pacientemente su aparición. Treinta años de ignorarla habían sido suficientes para llevarlos a un matrimonio vacío, él cambio, pero ella también. Después del desayuno, ella se retiraba; y aunque vivían bajo el mismo techo, no volvían a verse hasta el día siguiente que se reunían a desayunar. 

Después de dejar limpia la cocina, Don Juan subía nuevamente con las aves, esta vez, se quedaba dentro de la jaula y empezaba a sentir el breve revoloteo sobre su cabeza, hasta que las aves lo sentían como parte del entorno, luego, el pinzón se le acercaba, Don Juan, al verlo, levantaba su mano y el pajarillo rosa se acomodaba en su palma. Descendía con él y lo llevaba a su habitación, luego de unas horas lo regresaba a lo que llamaba, su hábitat, esto sucedió por alrededor de diez años. 

El día que Padre murió, encontraron dormido al pinzón, acurrucado en su mano izquierda.