Amanece con bruma, el frío besa el cristal de la ventana, el aire lo empuja en su intento por penetrar mi habitación, instintivamente arrugo el cuello del pijama y encojo los hombros. Me acerco con pesadez a la ventana, luces de autos pasando a gran velocidad, gente enfundada en abrigos gruesos y bufandas largas, conversan mientras sonríen... vida.
Observo con nostalgia ese velo denso que cubre el horizonte y pienso... ¿qué es capaz de dar una persona a otra que lo vuelve inolvidable?, ¿qué da de sí mismo que lo hace irresistible?, da su humor, su risa, su alegría, da su tristeza y alguna lágrima del camino, da su comprensión, su ternura, la complicidad que acompaña su mirada, sus movimientos suaves, sus caricias, da lo que sabe, lo que tiene, lo que es, su experiencia y compañía, su cariño, su tiempo... da esa belleza interna que solo en confianza se muestra, da lo que siente, no sacrifica su vida por ti, te acompaña en su camino.
Vuelvo a la cama, nuevamente la pesadez acompaña mis pasos, cierro los ojos y dejo que la bruma penetre por mis costados y llene mis entrañas... cierro los ojos y te imagino llegar con la bruma. Me acerco a tu cuerpo cálido, mis manos se abrazan al vacío de mi cuerpo. En un gesto inesperado te giras y besas mis labios suspendiendo mi mundo, te escucho habitar en mi beso y hablar mi silencio... estás aquí, compartiendo mi lecho.
Puedo poner mi voluntad para olvidarte pero mientras haya bruma... prefiero recordarte.
Relato que forma parte de la dinámica de
Dorotea,
"Y si de pronto algo nos faltara"