Después de un amargo retroceso hacia el pasado, me puse frente al espejo, primero triste por los sueños destruidos, poco a poco mi semblante fue cambiando.
Llevaba un vestido rojo; yo que soy leal al negro, pude darme cuenta que tengo el cabello mucho más largo, caen suaves rizos por mi espalda, hasta la mitad de ella, el flequillo se ha marchado hace tiempo, las puntas son más rubias, zapatillas negras, abiertas y una sonrisa traviesa, con ese toque de picardía que resbala con descaro por la comisura de los labios.
Y la mirada … la mirada brillante.