Desde que recuerdo, Ana impartía el cuarto grado de primaria, fue maestra del mayor de mis hermano, posteriormente de mis dos hermanas y al final la mía, tenía buena reputación como docente, con todo y ello; yo quería a la maestra Blanca, una mujer exhuberante y siempre alegre. No fue posible, mi madre aplicaba a rajatabla el dicho popular "Más vale bueno por conocido ..." , así me fue.
Ana tenía una peculiar forma de enseñanza. Llegaba puntual, [ eso siempre ], detrás de sí cerraba la puerta y no había forma de ingresar al aula, parecía como salida de un agujero negro, nunca la vi cruzar el patio, al dar las ocho aparecía como por arte de magia en la entrada, en el acto, todos derechitos y calladitos.
— ¡ Alumnos, los temas de hoy serán ..., saquen libros y cuadernos !
Nos daba indicaciones, lectura, entre 80 y 100 páginas, problemas de razonamiento elaborados por nosotros y cuestionarios, siempre niños contra niñas, trató de hacernos competir con el sexo opuesto no surtiendo efecto.
Luego de eso, se iba toda la mañana a tomar el cafecito. Regresaba media hora antes de las dos, nos pedía intercambiar libros y cuadernos y nuevamente niños contra niñas, la revisión entre nosotros mismos tenía que durar veinte minutos, los diez restantes eran para tarea. En algunas ocasiones llegaba molesta y señalaba " fulanito se levantó sin permiso, todos castigados y su salida a las seis sin ir al baño", omitįa que tampoco probaríamos alimento en todo el día y no se diga de los sanitarios ... Fue un año tormentoso con tanta tiranía.
Aplicó para el siguiente año dar clases un grado más avanzado y nuevamente fuí su presa, me cambié a las clases de la tarde pero me librē de ella, mi madre no pudo superar que su pequeña hija asistiera a clases con alumnos " de segunda ".
Años más tarde la encontré formada en la fila del banco, no me percaté que era la de jubilados, me formé detrás, se dio media vuelta y me miró de forma penetrante, como escudriñando todos mis rincones.
— ¡ Me conoces !
— ¡ No !
— ¡ Te conozco !
— No lo creo
— Nunca olvido un rostro, mucho menos el nombre.
Guardé silencio, quise ocultarme en los años que habían pasado, en los cambios naturales pero ella seguía con su mirada despiadada. Nerviosa, busqué con la mirada alguna salida, me di cuenta que estaba en la fila equivocada, era sencillo dar un paso al costado y hacía adelante pero las piernas no me respondían ... Ella seguía con su mirada sobre mí y dentro mío.
— ¡ Disculpe ! ... Cambié de fila, sentí que las piernas se volvieron gelatina.
— ¡ Adel !
— ¡ Dígame ... !, [ ¡ Diantres ... , yo y mi estúpida manía de inmediata respuesta ].
Levantó su dedo acusador mientras decía:
— ¡ Tú despreciaste mi clase, niña caprichosa !.
La mirada de todos los jubilados se posaron sobre mí ... Acusándome.
Jueves de relatos, la semana está a cargo de Dorotea, con el tema: Queridos profesores.
[ Escribir desde el celular me resulta complicado, no puedo hacer conteo de palabras y algún detalle ortográfico seguro se me ha colado, disculpas anticipadas ].