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23 abril 2019

EL hombre arrodillado


Hace unos días asistí a una boda, algo diferente a las que estoy acostumbrada, en esta ocasión no pasamos por la iglesia, tampoco hubo un sacerdote que oficiara la misa, no hubo Damas, Pajes ni recuerditos, fue al aire libre, en un bosque apartado, un ambiente rodeado por la naturaleza y algunos detalles colocados, fue una ceremonia espiritual dirigida por un Chamán, una boda diferente.

Me sentí extraña en un lugar así, con mi vestido largo y escotado, zapatillas de punta de aguja, los Caballeros con sus trajes oscuros, algunos de tres piezas, era evidente que a ninguno de los invitados nos informaron que la ceremonia y recepción sería a la luz de la luna.

La noche fue cayendo, alrededor se escuchaban ruidos extraños que ponían de punta los vellitos de la nuca, la comida, el vino, la música, el bosque y la felicidad de los contrayentes fue el marco perfecto que nos hizo olvidar los miedos y aquello se convirtió en una noche de ensueño.

Pasada la media noche y lisa para retirarme, a unas mesas de distancia se encontraba un hombre misterioso, su porte elegante, su mirada incisiva, el atuendo oscuro, sus cabellos aperlados todo lo volvía perturbador. 
Me volví nerviosa intentando seguir el camino, algo me hizo voltear, tenía que verlo de nuevo y al hacerlo, mi pie izquierdo fue a parar en el hueco de una madriguera.

Intenté mantener el equilibrio pero el dolor se estaba volviendo insoportable, quizás más porque al quedar mi pie atorado intentaba sacarlo y más lo lastimaba, en un momento, mi cuerpo estaba sujeto por aquel hombre maduro, sentía su corazón latiendo pegadito a mi espalda, su respiración en mi cuello, su voz ... tan varonil. No tengo idea de, en qué momento me llevó hasta una silla, se arrodilló frente a mí y extrajo la zapatilla.

Instintivamente me incliné hacia él, quizás para pedirle que se levantara, pudiera ser que sentía las miradas penetrantes de la concurrencia, tal vez quería esconderme con él porque me ardían las mejillas de vergüenza y al hacerlo, el escote se hizo más pronunciado dejando todo al descubierto.
Definitivamente, ¡no fue mi noche!.