Leticia y Alberto son un matrimonio amigo de la familia. Son algo extraños, tienen dos hijos, tres si contamos al marido.
Habíamos quedado al día siguiente salir de casa a las siete de la mañana, mi marido y yo conduciríamos, cada uno llevaría a un conyuge, a mí me tocó de compañera Leticia y su pequeña hija, mi hija y yo, mi marido llevaría a Alberto y su hijo, la salida fue a las diez, pero eso no era sorpresa.
El camino sería de dos horas aporximadamente y pasaríamos cerca de los cultivos y rancherías, a última hora se agregaron más familias al paseo.
Leticia era igual de distraída que yo y hacíamos alto cada tanto del camino, en una de esas paradas quedé enamorada de un sembradío de "rosa de pétalos verdes", la quería como centro de mesa, quién me iba a decir que era una lechuga 😒. Leticia me lo dijo.
Avanzábamos más por fuerza que por ganas, el paisaje era precioso, cuando lográbamos desprendernos de esas maravillas nos dábamos cuenta que todos los autos estaban esperándonos.
Y el despiste nuevamente, volvímos a retrasarnos, Leticia se emocionó con lo que inocentemente yo creía que eran unas palmeras de interiores, una belleza, me decía:
—Mira, Adel, ¿ no son preciosas ?
¡ Lo son !
— ¡ Adel !, me quisiera traer algunas, pero ensuciaría tu auto.
(Debí quedarme callada), No pasa nada, Leticia, el auto se lava
Me indicó dónde detener el auto y descendió el metro y medio empinado con gran agilidad para alcanzar "las palmeras", (no se me ocurrió pensar que el campo tiene dueños). Leticia sacaba las plantas con una destreza envidiable, luego subió y puso su preciada carga en el suelo de su lado.
¿ Qué son ?
— ¡ Cebollas, Adel !
Ah, ¿ en serio ?, creí que eran palmeras
(sonrió) Adel, ¿ me abres la cajuela ?, pulsé el botón y la cajuela estaba lista, la veía, descender y ascender cada vez con más carga, en un momento en el que estaba a su tarea de arrancar las plantas me grita ... — ¡ Adel !, ¡ Avísame si ves a alguien !, eso me dejó desconcertada, observé por los laterales y el retrovisor y vi a dos sujetos observándonos y le dije: Leticia, hay dos señores detrás.
Sin perder su preciada mercancía subió, las guardó en la cajuela, la cerró y me dice.
— ¡ Arranca !.
¿ Qué sucede ?
— Adel, estamos robando.
¿ Cómo ?
— Obvio, ¿de quién crees que son los cultivos ?
Quise regresar y pagarles y Leticia me preguntó, — ¿ acaso no viste sus armas ?.
Sentía el corazón en la garganta, la boca seca, me temblaban las rodillas y ella como si nada.
Llegamos a donde ya nos esperaban y estacioné adelante del auto de mi marido que era el guía. Al verme me pregunta,
— ¿ qué ha pasado ?,
le respondí aún sorprendida, ¡ robamos cebollas !,
— ¿ qué, no, por qué hiciste eso ?
En la ventanilla de al lado, la conversación entre Leticia y Alberto.
— ¿ Qué has traído ?, le pregunta él
Cebollas
— Ah, ¿ solo esas ?, le dice señalándole las que están al lado de sus pies
¡ No !, la cajuela está llena
¡ Bien !, pero debiste traer también unas sandías.