La mirada se desvanecía poco a poco en mis pupilas, entonces cerraba los ojos y oscurecía, hundiéndome con cada parpadeo hasta el infinito. Cada instante que pasaba con los ojos cerrados lo contemplaba acercándose más hasta mi lecho, llegué a sentirlo respirar en mi costado y sobre mí ... profundamente.
Se volvió sombra de mi sombra que en total oscuridad se evaporaba, precipitándose sobre mí, hasta las entrañas, excitante instante en que lo reconstruía en mi cabeza.
Abría nuevamente los ojos y él permanecía ahí, como esperando algo de vuelta, extendía mis brazos y envolviéndolo lo convertía en mi todo.
Ese hombre era un caos en mi cabeza, guerra y paz que lograba calmar mis miedos. Seguí sus huellas a paso lento hasta el interior de su alma, un viaje sin retorno por caminos desolados, sueños rotos, desiertos y desesperanza.
Cerré los ojos, mi respiración forzada me imposibilitaba escuchar mis pensamientos, solo sentía que los dos éramos uno, porque al mirarlo me miraba desaparecer junto con él, perdida entre sus pasos.
Tenía los ojos cerrados y justo delante del atardecer estaba su silueta, me miró profundamente, sonrió y desapareció lentamente ... Tal vez para siempre.