(Autor: ©Raphael Coquine)
¡Cómo me meto en estos líos!
Recibí la invitación de aquel
extraño, al que solo conocía por mesenger y por facebook, y aunque me había
llamado la atención desde el principio, por su simpatía pero sobre todo por la
autenticidad que percibía en sus palabras, y porque se mostraba sincero a la
hora de hablar de sus preferencias y de sus necesidades, así como se interesó
por las mías, que nunca antes había hecho una cosa así.
Tener una cita con alguien
desconocido, para tener solo sexo.
Un pellizco en mi coño, me
alertaba de que algo sabroso, algo placentero, podía esperar de aquel
encuentro.
Solo me había pedido una cosa,
solo una.
_¡Quiero que te pongas estos
zapatos en el primer encuentro!—me dijo—por mesenger y me envió una foto de los
mismos.
Eran unos zapatos de aguja, que
me hacían tener el pie totalmente inclinado desde el empeine.
_Espero que no tenga que andar
mucho con ellos—pensé—aunque eran extremadamente bonitos, muy finos y
elegantes.
Además me pidió también que me
pusiera unas anillas de cuero en los tobillos, que se ajustaban a los mismos,
con unas correas. En la foto además se podía apreciar que las anillas estaban
cogidas por una cadena según se veía en la foto, de tal manera que cuando
quisiera andar de pie, me costaría harto trabajo.
Pero era tal el pellizco en el
coño... Que me subía para arriba, que hasta la vulva se me hinchaba nada mas de
pensarlo, estar ante él, desnuda, en una habitación de hotel, a merced de un
hombre al que no conocía casi de nada. Ufff, la emoción me podía más que el
temor que sentía al mismo tiempo.
Y luego estaba lo del candado.
¿Qué significaba? ¿Qué me lo pondría y me lo quitaría a voluntad?
Bueno no quería pensar en ello.
Al cabo de pocos días recibí un
paquete grande. Me apresuré a abrirlo nada más llegar a casa. Allí estaban los
zapatos, eran preciosos, finos, altivos, en el fondo yo también me veía así, a
veces, jejeje... Y le acompañaban las tobilleras de cueros. Me los puse, caminé un ratito con ellos. También me coloqué las
tobilleras, eran de piel fina, como de cabritilla, no me molestaban en
absoluto. Me mire al espejo y me sentí muy sexy y muy excitada también, lo
reconozco...
Llegó el día de la cita. Me
preparé, me puse guapa, atractiva, muy sexy, me coloqué
unas medias cogidas con un liguero, para que mis pies se parecieran a
los de las foto y un corpiño color carmesí ribeteado con un bonito encaje, nada
de bragas, prefería tener mi coño peludo, negro color azabache, al aire, nada
de sujetador, mis tetas al aire y solo cubiertas por
un hermoso abrigo tres cuartos, que dejaba mis piernas al aire. Me dirigí al
hotel que habíamos reservado, pedí la llave en recepción, subí hasta la
habitación, me acomodé y me dispuse a esperar.
La excitación mojaba ya mi entrepierna.
Cuando sonó el teléfono lo cogí
al instante, estaba deseosa, y totalmente lubricada ¡No me lo podía creer lo
que me excitaba toda aquella situación!
—¿Sí?
—¡Hola! ¡Estas ya ahí supongo!
—Sí —me apresuré a contestarle en
seguida.
—Bien, estoy en recepción, subo
enseguida, cojo el ascensor y llamo a la puerta.
Nada más oír el timbre de la
puerta me apresuré a abrir. Y allí estaba él, de pie, elegante, vestido con
unos vaqueros, una camiseta por fuera y una chaquetilla de lino, abierta, sin
abotonar.
Nos besamos tímidamente en las
mejillas, pasamos adentro, directos a la habitación que tenía preparada con
todo lujo de detalles, las velas, el incienso, una luz tenue, una temperatura
ideal para poder permanecer desnudos...
Así lo habíamos pactado, nada de
preámbulos.
Enseguida reparó en mis pies.
—A ver, déjame que te vea —me
dijo— quiero comprobar cómo te quedan. Estas realmente magnífica toda tú. Eres
verdaderamente hermosa y estoy ansioso por nadar sobre tu cuerpo.
Me invitó a recostarme en la
cama. Me despojé del abrigo de tal manera que
quedé desnuda con los zapatos puestos, con las
dos tobilleras puestas, las medias y el liguero, sin bragas con mi pubis al
aire todo el desmelenado, y mis tetas al aire también, aunque pequeñitas, bien
erguidas y con los pezones de punta, totalmente erguidos por la excitación.
Se dirigió con decisión a mis
pies, acarició los zapatos, que fue quitándome con suavidad, acarició mis pies
a continuación, los acarició sumamente por encima de la media, aspiró su olor
(menos mal que estaba recién duchada), subió sus manos hacia arriba y hacia
abajo deslizándolas por mis medias. La piel se me erizaba bajo el tacto de sus
manos. Desabrochó un liguero, y retiró delicadamente
la media que cubría esa pierna. Acto seguido hizo lo mismo con la otra media.
Todo muy despacio, como si de un ritual se tratase. Acariciando la piel al tiempo
que deslizaba hacia abajo la media. Como adorando un templo sagrado, el de mi
cuerpo.
Cogió un pie entre sus manos, y
empezó a chuparme el dedo gordo, despacito, como el que chupa un chupa chups
con deleite, ensalivando poco a poco, y dando pequeños muerdos al mismo, de tal
manera que provocaban en mí, una intensa excitación. Mis jugos vaginales
empezaban a deslizarse por la entrepierna, detalle que no le pasó
desapercibido.
Siguió deslizando su lengua por
todo la planta, luego dedo a dedo, dándome pequeños mordisquitos en cada uno de
ellos, prosiguió con el talón, los tobillos y comenzó a deslizar su lengua por
la pantorrilla y por el interior de los muslos, entre ambas piernas, de tal
modo que su cabeza quedo entre mis muslos. Mi excitación estaba alcanzando un
torrente poderoso, unos movimiento y una convulsión que no sabía si podría
aguantarme más, antes de estallar.
Sinuoso como una serpiente se
movía de manera ascendente y descendente, y también me mordía en el interior de
los muslos, hasta que oía un lamento y quejido mío, que interpretaba como señal
para que continuara ascendiendo.
Cuando llegó a la altura de mi
vulva con su lengua, yo ya estaba chorreando, mis labios estaban carnosos y
jugoso, mi clítoris, estaba prominente, diciendo ven cómeme.
Y pareció oír la llamada, porque
enseguida se aplicó sobre él. Despacio, como todos sus movimientos, dando
vueltas sobre el mismo, deslizando la lengua arriba y abajo, de lado a lado,
chupando de manera rítmica, succionándolo y luego soltando, y volviéndolo a
coger otra vez. Luego mordiéndolo, incrementando la intensidad y el ritmo del
movimiento.
No pude contenerme más y estallé en
convulsiones que me hicieron levantar mis caderas apoyando los pies en la cama,
elevándome y hundiéndome repetidamente mientras él se afanaba por no soltar mi
vulva, dejando el coño totalmente arriba para luego hundirme en lo más profundo
de la cama, llevándome las manos hasta la vulva, acariciando los labios, el
pubis, el clítoris, retorciéndome de gusto, delante de aquel hombre, expuesta,
desnuda, entregada...
Cuando me repuse un poco, me besó despacito, con besos pequeños, jugosos, siguiendo un
caminito desde mi pubis, pasando por mis tetas hasta llegar al cuello, las
orejas y finalmente los labios...
—Quiero más —me dijo— esto solo
ha sido el aperitivo. Pero ahora quiero que me des permiso para colocarte la
cadena atando tus tobillos.
Un escalofrío de pasión volvió a
recorrer mi cuerpo desde lo más profundo de mis entrañas.
Había gozado tanto que estaba
dispuesta a experimentar todo el gozo del mundo con aquel hombre. Tal era la
fascinación que ejercía en mí.
Relato perteneciente a la propuesta: "Pisando Fuerte"