(Autora: ©Molí del Canyer)
Dejé de odiarme cuando empecé a
vivir.
Era bella, bellísima, aunque en aquella pequeña de rodillas
costrosas, pelo enmarañado mezcla de sudor, lágrimas y mocos, nada ni nadie
parecía intuirlo. Dejada de la mano de Dios, abandonada por su madre, olvidada
por su tía. Vivía al amparo de los olvidados, casi todos muchachos con
historias similares a la suya.
Extrañamente un halo de dulzura envolvía a la cría a quien
cuantos más palos le daba la vida más bondad parecía derramar. Se llamaba Mayo,
hermoso nombre elegido al azar por una madre que prefirió la nieve blanca por
encima de su hija. Suerte que existen seres que viven al cobijo de sus sueños y
Mayo habitaba en ese mundo que le ayudaba a vivir.
Llegó a la casa de la mano de José Luís, una especie de gurú
en aquella comuna. Desde los dieciséis fue consciente de que el amor iba cogido
de la mano con el sexo, el poco cariño que consiguió fue casi siempre en la
cama de alguien con este amigo no fue diferente, solo que él le hizo ver esa
belleza que ella no sabía ver aún.
En una comuna donde la mayoría son hombres, la convivencia
entre tres mujeres puede ser un oasis o un infierno. Laia, la más liberal
campaba a su aire consiguiendo de los chicos todo lo que anhelaba. Se la podía
denominar una diosa en un harén de hombres a los que manejaba a su antojo. Las
otras dos vivían en pareja y eran madres solo habían de lidiar cuando Laia por
capricho metía a sus hombres en su cama. Entonces Mayo apareció…
El esplendor de una larga melena negra reflejada en la
divinidad de unos ojos verdes. La perfección de un cuerpo con hermosas curvas,
la melodiosidad de una voz dulce. Todo ella adobado por miles de estrellas de
inocencia y por esa bondad que siempre la caracterizó. No tardó ni un mes en
pasar a ser diosa y reina.
El veneno de las palabras dichas en el momento exacto por la
rival, los celos mezclados con la rabia dan lugar al odio. Esa libertad que no
es tal cuando se exige una exclusividad que nunca antes existió… Y es que Mayo,
a diferencia de Laia, siempre respetó a los comprometidos, como componentes de
aquellas familias que ella nunca tuvo… pero las mentiras muchas veces son más
creíbles que la verdad.
—Tienes que irte —le dijeron las tres al unisonó—
—¿Por qué? —una mueca de incredulidad e inocencia.
—¿Pero es que no te ves? —dijo Laia— eres peor que las putas
¿no te das asco?
Sumida en la tristeza, solo supo decir:
—Puede que sea verdad, el sexo me da la vida, no puedo
evitarlo. Dejé de odiarme cuando empecé
a vivir.
Epilogo: Me encontré con Mayo seis años después, había vivido
un tiempo entre hippies en una cueva de Menorca, fruto de su vivencia en la
comuna había sido madre de un niño con una de esas extrañas enfermedades que
vio apenas un año. Ahora trabaja como educadora de chicos con discapacidad
psíquica, de aquellos cuya bondad no da lugar al odio. El sexo en su vida solo
tiene una importancia relativa.
(Relato perteneciente a la propuesta: “Odio”)