(Autora:
©Fina)
(Tom Bagshaw)
Y llegó el otoño,
después de un caluroso verano sin tregua, de días aplastantes con un imponente
y criminal sol. Tiempo atrás, se construyó una casa al lado del eucalipto para
ellos, para los humanos que la habitaban, era todo un lujo. Al principio
aguantó a la alborotadora chiquillería.
—Mira que nos encanta
el majestuoso eucalipto —comentaban ellos, pero a medida que pasaba el tiempo,
se olvidaron de él.
No le consoló el poco
caudal de agua de aquella primavera, que la avaricia de las nubes, día a día,
semana tras semana no soltaron ni un ápice de humedad, ni una gota, ni tan solo
una leve alfombra de rocío.
Ahora le tocaba
luchar, enfrentarse al seco y malhumorado otoño. Nunca le gustó, era la época más
temida por él, ya que desde siempre le molestaba. Él se sintió mal llegando a
querer olvidar ese recuerdo. ¿Dónde estaba? En su incansable queja del tiempo
pasado, necesitaba auto dañarse.
Y volvió a ese
presente otoño, cuándo las pocas hojas de los árboles caían, ellas se aferraban
en no soltarse de las débiles ramas. Y desde su altura contempló por un rato el
desastroso futuro que se le venía. Poco a poco su mirada pasó a conformarse con
aquella situación nefasta, sin tantos miramientos. Que poco le duró esa sensación.
Se sintió con ganas de plantarle cara a lo que se auguraba en breve, en tiempos
venideros. Ahora tocaba luchar hasta el final, no quería acabar como el abedul
y el roble, que desde tiempos inmemorables eran compañeros.
Él era el eucalipto,
de momento había ganado la batalla a los contratiempos de la naturaleza. Sabía
y temía, que sería cómo tantos otros árboles, olvidados, desplazados todos por
la agreste tierra, por fuertes vientos huracanados, hacían imposible germinar
nuevas vidas. Mares y ríos, que ya ocupaban el setenta y tantos por ciento en la
tierra. Ahora quería recordar aquellas grandes extensiones, del color de los
campos en primavera. Olvidado lo tenía. Y en ese olvido reconoció las variantes
pinceladas de las flores. Ahora todo era gris, sucio, triste, y quiso recordar
aquellos diminutos bichejos, voladores, con sus zumbidos que se posaban sobre el
hermoso colorido de las flores.
Ahora era el momento
de aferrarse fuertemente. Sintió sobre él mismo el temible vendaval con su gran
bofetada, cómo las de tantos días entre la tarde y la noche con sus truenos y relámpagos.
Ya acostumbrado estaba a sentir en sus bajos del tronco la asfixiante arena del
lejanísimo desierto, que lo mataba, poco a poco. Le atormentaba y mirando con
timidez hacía abajo, ya no veía el principio de su propia existencia, sentenciado
estaba. Se aterrorizó, con solo pensar que en un breve espacio de tiempo ya no
sería nada.
Él fue hermoso,
luchador, oloroso, cómo el que más. Pero reconoció que la poderosa naturaleza,
tiene sus planes. Ella estaba muy enfadada con el ser humano. Ellos eran malos,
traidores a la vida, con todo lo que se les regaló, sin valorar la riqueza de
ofrendas de la madre tierra. No la mimaron, la destruyeron, no supieron
nutrirse sabiamente de ella. Dieron más importancia en poseer cosas vanas, en
cosechar guerras y buscar otros lugares en el universo. ¡Ingenuos! Las cuatro
estaciones les castigaban, ahora todos bajo el yugo de su imperiosa venganza.
¡Inútiles humanos!
Sintió el eucalipto la
humedad de una gotita de agua, sintió el brotar de una diminuta hoja en una de
sus débiles ramas. Dejó atrás su negativo y dañino temperamento, se volvió esperanzador.
Se miraron él y su nueva hoja bienvenida, estaban enfrentándose a un nuevo futuro.
¡¡¡SUPERVIVENCIA!!!
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “Tómate tu tiempo”)