(Autora: Evan)
Mirando las
estrellas desde mi balcón, le buscaba un día más escuchando una de las
canciones que más sentido daba a nuestra historia.
Allí estaba
yo en medio de la habitación, abrazada con el libro abierto contra el corazón,
bailando en medio de la noche oprimiendo su ser contra mi alma con los ojos
cerrados y cantando en voz bajita, que lo amaría por mil años más.
Fue entonces
cuando me llevó abrir aquella cajita, donde guardaba todos sus recuerdos. Allí
seguía como lo había guardado el día en que regresé de nuestro encuentro. Con
dedos temblorosos saqué aquel billete de tren, me tumbé sobre la cama y me
quedé en una nube.
Salí a su encuentro
buscándolo en el aparcamiento de la estación, como podía ser que no lo viera,
podría reconocerle entre un millón de personas sin siquiera ver su cara, busqué
el teléfono para llamarle, cuando sentí ese palpito en mi ser, allí
revoloteando de nuevo, sentía las mariposas como el primer día que oí su voz,
horas y horas durante una eternidad de largas charlas tras aquella pantalla,
sabía tanto de él, que al mismo tiempo era un desconocido, miles de preguntas
invadieron mi mente en el trayecto que con el soplo de su mirada mientras
caminaba a mi encuentro, se desvanecieron como por arte de magia. Caminé hacia
él mientras seguía sintiendo aquellas mariposas brincando de emoción, un simple
abrazo, un silencio eterno, una mirada de adolescentes y su corazón bailaba de
emoción, ahí estaba nuestro amor de todos esos años, era mucho más grande que
todas las galaxias juntas.
Veinticuatro
horas de intenso sexo salvaje con momentos de hacer el amor, veló mis sueños en
sus brazos, comulgué en el rictus de sus ojos, masturbó mi alma con sus manos,
mi piel fue su anzuelo donde ancló el vocablo del cortejo creyente de su cuerpo
que me purifica y consagra dormida al costado de su alma.
Caminé sin
volver la vista atrás, sentía sus ojos afilados clavados en mi espalda, sentía
su sufrir al verme partir y no saber cuándo volveríamos a cruzar nuevamente
nuestros cuerpos retadores de sed, mis piernas se tambaleaban, mis ojos se
empañaban de nebulosa neblina, y yo no pude más que seguir avanzando sin volver
la vista atrás donde me perdí por un momento, viendo como sacaban una tarta de
manzana de aquella pastelería.
De pronto
tuve que volver de aquel sueño, mi hija había vuelto a casa a pasar el fin de
semana, abrí de nuevo la cajita y guardé el billete.
Relato perteneciente a la propuesta "Secretos"