ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

Participantes y textos de la convocatoria de octubre: "Mosaico"

Campirela/ Nuria de Espinosa/ Auroratris/ Gustab/
Susana/ María/ Marifelita/ Dulce/ Chema/ Lady_P/
Tracy/ Dafne SinedieGinebra Blonde.  

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domingo, 31 de mayo de 2020




PINTURA: La persistencia de la memoria "Salvador Dalí"



ESCULTURA: La piedad "Miguel Ángel"




LITERATURA: "El lobo estepario" de Hermann Hesse



MÚSICA: "Somebody" de Depeche Mode 


DANZA: "Don Quijote" Acto II por el Royal Opera House


ARQUITECTURA: "La Gran Muralla" localizada en China


CINE: "Revenge" de Tony Scott, con Kevin Costner y Anthony Queen 


(Autora: ©Alma Baires)

Había estado mirando dentro sus obsesivamente ordenados cajones, cuando encontró una vieja foto de él. ¿Cómo había llegado allí? No lo sabía; no tenía la mínima importancia ya, ¿o sí?
Pensó cuando lo conoció. Aquel solitario y taciturno lobo estepario. Un moderno Don Quijote en lucha con míticos molinos de viento. Toda una ficción, una de las tantas. Una de las que se sirvió para derribar esa gran muralla que ella había construido a su alrededor. Esa coraza con la que se protegía y que se había forjado decepción tras decepción. Sin embargo, volvía a temblar con aquella imagen entre sus manos. No como antes, no de pasión ni nada que se le pareciera. En todo caso de rabia. Odiaba la persistencia de la memoria en recordarle cuánto la había herido. Y continuaba a preguntarse ¿para qué? Después de todo, no había habido promesas ni juramentos que infringir. Sólo el deseo de un abrazo, de esos que quitan el frío del alma. Pero claro, él no era quien ella creía conocer, jamás hubiese podido ser ese alguien que tanto insistía en decir era ella en su vida. Porque decía querer llevarla hasta su cielo y no hacía más que caminar en su propio infierno de mentiras.
De todos modos ella no había buscado venganza ni revancha alguna, no caería tan bajo, ni perdería su tiempo. Simplemente y sin ninguna piedad, le dio lo que él más temía... lo hizo parte de su olvido.

©Alma Baires

Relato perteneciente a la propuesta: "Sinfonía De Las Artes"



martes, 28 de mayo de 2019




(Autora: Alma Baires)

El aroma de la tarta de manzanas había invadido toda la cocina. Ese día Laura se había levantado temprano, casi al alba. El sol entraba tímido por las ventanas, el otoño comenzaba a hacerse presente. Suspiró, sin querer que los recuerdos la invadieran. Arregló las sábanas de su cama, hacía años que era una tarea de lo más fácil. Bajó al jardín, dejando que la hierba aún con el rocío, le mojara los pies. Fue cuando vio las manzanas, parecía una propuesta. Sonrió. Volvió a entrar a la casa, controló de tener todo lo necesario y comenzó a cocinar la tarta. Escuchó los pasos de Abril, se había despertado.

No había podido casi dormir en toda la noche, la ansiedad la estaba consumiendo. En pocos días partiría para Buenos Aires de forma definitiva y su madre se quedaría allí, sola. Abril no entendía esa terquedad de parte de su madre, ¿qué la retenía allí? Nada. Eran años que su padre se había ido y ella no había vuelto a tener otro hombre; ni siquiera un amigo le conocía. Su madre era una bella mujer aún, y se merecía ser feliz. Laura decía que lo era, allí, entre esos muros, con sus cosas... sus fantasmas. Abril se levantó apenas escuchó rumores en la cocina, seguro su madre se habría puesto a cocinar.

La tarta estaba lista, bastaba se enfriara un poco. Laura deseaba mimar un poco más de lo normal a su hija esos días. Pronto su niña, ya no más niña, partiría hacia la tierra de sus orígenes. Sonreía con lágrimas en los ojos pensando en las vueltas que tiene la vida. Ella había llegado allí de pequeña, y pese a que le costó mucho al principio, fue allí donde hizo su vida, donde construyó todo lo que era. Y ahora Abril, su única hija, elegía hacer el viaje de regreso. Volvió a suspirar, ¿cuántos eran ya esta mañana? ...había perdido la cuenta. Tomó la tarta y la cortó, se enfriaría más rápido. Se sentía el aroma de su ingrediente secreto, en todos esos años Abril nunca lo había adivinado, y eso que era fácil. Pero Laura se lo había escrito; en realidad, eran meses que le estaba preparando un libro especial, sus mejores recetas. Había comprado un cuaderno con tapas de cuero y le había hecho grabar su nombre; allí había escrito, con su mejor caligrafía, las recetas preferidas de Abril. Todos los pasos, los pequeños trucos y, obviamente, los ingredientes secretos que ella misma usaba. Sabía que era un regalo que su hija apreciaría, más ahora que estaría tan lejos.

Antes de bajar a desayunar, decidió ir hasta el desván, no sabía porqué su madre cambiaba todo de lugar constantemente; y las valijas que siempre habían estado en el garaje, ahora debía buscarlas allí donde no le gustaba demasiado entrar.

De repente Laura escuchó pasos en el desván, seguro Abril había ido a buscar las valijas. Su hija siempre había sido muy impaciente, como si no hubiese podido bajar a desayunar y luego ocuparse de ello.

No recordaba la última vez que había entrado al desván y debía admitir que su madre se había hecho allí un bonito rincón. Tenía sus revistas de decoración que siempre había guardado; sus antiguas cajas de hilos, esas que habían pertenecido a la abuela; y sus libros, todos sus libros. Había colocado una alfombra y un mullido sillón. ¿Cuándo era que había hecho todo eso? Miraba todo como si fuera que había aparecido allí por magia. Un objeto llamó su atención, se acercó a la librería para verlo mejor, cuando notó que su madre estaba detrás.

Buenos días... –dijo Laura abrazando a su hija. Hubieses podido bajar a desayunar, que luego ya hay tiempo para las valijas.
Buenos días mamá... ya sabes que no puedo estarme quieta. –respondió Abril girándose y dándole un beso en la mejilla. ¿Qué es esto? Nunca había visto este cofre, ¿de dónde lo has sacado?

Por un momento a Laura le pareció que el tiempo se detenía. Ese era su espacio, así lo había armado, poniendo atención a cada objeto y detalle que allí se encontraba. Y ese cofre estaba entre sus cosas más preciadas. Guardaba en él un secreto desde hacía años, una eternidad le parecía. La emocionaba pensar a aquellos años en los que él le escribía cada día; sus correos era lo primero que abría al despertar. Ya luego sus letras la acompañaban durante todo el día. Él había sido una presencia más allá de cualquier distancia.

Nada, Abril... un cofre donde guardo algunas cosas de tiempo atrás... –dijo Laura en un tono de voz casi inaudible.
¿Puedo ver? ...sabes que soy curiosa. –preguntó su hija, y sin esperar la respuesta abrió el cofre. Mira... tus aretes de plata!! ...sólo te los había visto en fotos.

Abril sacó una a una las cosas del cofre, sin notar el temblor en las manos de la madre, ni las lágrimas que amenazaban en inundar sus ojos. Allí estaban esos aretes que había usado día a día por tantos años; una servilleta de un bar en Buenos Aires con el sobrecito de azúcar aún intacto; un viejo billete de tren; una carta que ya no se leía porque se había borrado la tinta, y donde sólo quedaba la inicial que la firmaba. Esa G que para Laura era un tatuaje en el alma. Aquel otoño en Buenos Aires había cambiado su vida. Él lo había hecho. Volver luego a su casa, a su trabajo, a su rutina, a su marido, había sido la decisión más difícil de toda su vida. Pero él había siempre dejado las cosas en claro, no podían, no debían. Y aún sabiendo que fue lo correcto, no pasó un instante sin recordarlo. Ni siquiera cuando tiempo después de su regreso, él dejó de escribirle. Había desaparecido tan rápido como había llegado, y ella no tenía modo de saber, de preguntar. Y así fue como intentó comenzar a olvidarlo, metiendo una a una las cosas que lo unía a él dentro ese cofre.


Sin embargo, cómo hubiese podido siquiera pensar en olvidarlo, si cada vez que veía los ojos verdes de su hija era como si lo tuviese delante.



Relato perteneciente a las propuesta "Secretos


martes, 30 de abril de 2019



Siempre me sentí diferente.
No me gustaba seguir las normas
y las únicas reglas eran las mías.
Creí que aquello nunca cambiaría
y temblé el día que supe pasaría.
La mayoría decía era una locura,
una más de las mías,
una que arruinaría mi vida.
Sin embargo, desde ese primer instante
mi alma ya vibraba diferente;
y cuando sin apenas aliento
te apoyaron en mi pecho,
mis alas se abrieron
comenzando el más magnífico vuelo.


Poema perteneciente a la propuesta



martes, 20 de noviembre de 2018

...



Parecía increíble que en pocas horas la vida de alguien pudiese cambiar de esa manera. Habían pasado sólo cuarenta y ocho horas desde cuando había recibido la llamada que marcaría el final de algo que, tal vez, ni siquiera había comenzado.

Había decidido quedarme en la playa a ver el atardecer. Nadie me esperaba en casa; no que me arrepintiera de las decisiones que había tomado en mi vida, pero... en fin, aún suspiraba pensando a una vida en pareja. Mejor dejaría de pensar tanto, y disfrutaría de esa última tarde de verano.

¿Puedo sentarme a tu lado? –una voz grave me quitó de la nube gris de mis pensamientos. Una vez me dijeron que los grandes espectáculos hay que disfrutarlos en buena compañía.

Miré hacia ambos lados; quedaba poca gente acá y allá, y sonreí por lo que estaba por hacer. La mujer racional que siempre había sido estaba por terminar, como ese día.

¿Por qué no? –y no pude evitar alzar una ceja. Habiendo tan pocos lugares libres en la playa.
Mmmmm... –dijo conteniendo evidentemente una carcajada. Atractiva e irónica, una combinación letal para un hombre como yo.

Entonces ambos comenzamos a reír. Él se sentó a mi lado y hablamos durante horas; perdiéndonos el atardecer. Nos levantamos de la arena cuando ya era de noche y mi piel mostraba los signos del frío. Seguimos conversando en un bar, delante de unos cafés; a lo largo de las calles que recorrimos hasta mi casa, y una hora en el portal de ésta. Me contó de su vida y yo de la mía. Del fracaso de su pareja y yo que ni siquiera había tenido una relación tan larga como para considerar fracaso a la ruptura de ninguna de ellas. Me habló de cuanto le gustaba su trabajo y yo de que era dueña de una agencia de viajes. No había pasado un día y parecía que nos conocíamos de una vida entera.

Por eso no me pareció raro planificar un viaje juntos veinte días después de habernos conocido. Para su cumpleaños iríamos a Venecia; ambos adorábamos Italia, y él insistía en querer que conociera Roma de su mano. Todo era perfecto, un sueño. Todo... al menos hasta que sonó el despertador.

Buenos días... –una voz titubeante llamaba a mi celular personal. ¿Agencia de viajes?
Sí... buenos días... –respondí con algo de perplejidad. ¿Quién habla?
Ahhh... me disculpe, no me presenté... soy la señora... –y se detuvo, tal vez dudó. Mi nombre es Carmen, y encontré su número en el celular de mi marido... Paolo.

El mundo acababa de detenerse. No así mi cabeza; que pasó lista de cada instante que habíamos compartido, de cada mínimo detalle. ¿En cuál de ellos se me había escapado el hecho que él continuaba casado? ¿Cómo había podido ser tan imbécil de creerle? Ni siquiera podía culparlo de algo, ¿de qué podría... de serme infiel? En medio de todo ese desastre que se estaba por desencadenar, tuve que taparme la boca para no soltar una carcajada.

Silvia... Silvia... –una voz del otro lado del celular me traía de nuevo a la realidad. ¿Sigue usted ahí?
Sí... sí... me disculpe... –respondí tratando que mi voz fuera lo más serena posible. Estaba controlando mi agenda porque no recordaba quién era su marido... pero ahora sí; ha venido a consultar por un viaje.
Pues entonces, ¿me podría pasar usted la dirección de la agencia para hablar sobre ello de persona? –me interrumpió.
Sí, por supuesto... –debía mantener la calma. Apenas terminemos con la llamada le paso todos los datos por mensaje, ¿de acuerdo?
Sí, gracias... –dijo sin más. Tenga usted muy buenos días.
También usted, hasta pronto... –saludé y cerré el celular, me esperaría un largo día.

Finalmente había llegado la noche, y yo ya estaba cerrando la agencia. No veía la hora de llegar a mi departamento, ducharme, y meterme debajo de las sábanas, para no pensar. Deseaba sólo dormir, un mes de ser posible.

He llegado justo a tiempo... –la voz de él sonó por detrás de mi espalda.
Paolo... no te esperaba... –dije tratando de sonreír.
Quería sorprenderte... –susurraba mientras sus manos rodeaban mi cintura. Pasar un rato contigo...
Wooww... qué idea estupenda... –respondí pero él no notó la ironía, yo sabía qué buscaba. Justamente estaba pensando en pasar por lo de mi hermano a dejarle copia de las llaves de la agencia para que se ocupe en mi ausencia... en una semana nos vamos de viaje, sería una buena ocasión para conocerlo, ¿qué dices?
Ufff... sería genial... pero es que tengo una reunión de trabajo y terminaré tarde... –mintió, la expresión de su rostro lo delataba. Esta semana será un caos, debo dejar todo listo antes de viajar... me entiendes, ¿no?
Sí, claro... por supuesto... no te preocupes... –mentí yo también. Ya tendremos tiempo de relajarnos y disfrutar.

Él se fue a su inventada reunión; y yo me fui a casa. Tenía que preparar la ropa, decidir el calzado para las vacaciones, todo lo que debía meter en la valija; después de todo sólo faltaba una semana para el viaje.

Era la hora, había sido una de las primeras a embarcar, y eso porque al final había elegido hacerlo en business class. Sabía que él llegaría a último momento, porque le había dado el horario equivocado. Nos encontraríamos allí... o eso le hice creer.

Señoras y señores, soy James Hernandéz, el comandante de este avión para el vuelo de hoy que los llevará a la maravillosa ciudad de Acapulco... –mientras escuchaba esa voz y me imaginaba ya nadando en el maravilloso océano Pacífico, sabía que Paolo se debía estar sentando al lado de su mujer en un vuelo directo a Venecia, un viaje carísimo pagado todo con su dinero...

Algunos podrían decir que lo mío fue una venganza, yo en cambio, que cada uno tiene lo que se merece... y yo merecía mucho más que uno como él...


Relato perteneciente a la propuesta: "La llamada"



sábado, 30 de junio de 2018


Nuevamente el trabajo lo llevaba lejos. Era un viaje como tantos otros; o eso pensaba hasta que ella se sentó a su lado.

Le bastó cruzar la mirada con esos ojos oscuros como una noche sin luna, para saber que ese sería un vuelo especial. La vista de su escote; ese modo de cruzar las piernas al sentarse, y esa forma de morderse el labio, eran una clara declaración de intenciones. Y él no pensaba en otra cosa que cumplir a todas y cada una de ellas.

Llevaban algunas horas en vuelo, y sólo se habían rozado las manos cuando trajeron la cena. Ella lo había provocado todo el tiempo, pero ese juego lo excitaba, y sabía que a ella también, aunque no hubiese pronunciado una sola palabra. Hasta el momento en el que apagaron todas las luces.

¿Me dejaría pasar? ...necesito ir a la toilet. –susurró tan cerca de él que hizo que la piel de su cuello, de todo su cuerpo, se erizara.
Obviamente... –respondió, sonriendo de lado.

Él se puso en pie, y ella le pasó delante contoneando sus caderas, casi tocando su entrepierna. Esperó dos minutos, mientras veía la curva que hacía su espalda en ese punto que lo hacía enloquecer, y la siguió. Había dejado la puerta sin el pestillo y cuando entró, ella ya se había quitado su vestido negro, estaba sin sujetador; y mirándolo fijo. Bloqueó la puerta, desabrochó uno a uno los botones de su jeans, y sin mediar palabra, la giró y la penetró. Sintió su sexo abrirse paso dentro ella, y mordió su hombro. Sus gemidos eran tan fuertes que temió se escucharan fuera del minúsculo baño. Por mucho tiempo esa había sido sólo una fantasía y ahora estaba a punto de explotar dentro de ella, allí, en mitad del vuelo.

Perdieron la cognición del tiempo, hasta que sintieron calmarse los espasmos de los propios orgasmos. Ella sonreía de forma única mientras él continuaba a mirarla en el espejo.

¿Entiendes ahora por qué te digo que tu fotografía más bella es la que tomo con mis retinas? –le dijo besándole el cuello en tanto que ella se volvía a vestir. Belleza es tu rostro cuando me donas tu orgasmo.
Te amo... –respondió girándose y saliendo del baño, aún quedaban más de seis horas de vuelo antes de llegar a Buenos Aires.
©Alma Baires

Relato perteneciente a la propuesta "Silencio Se Rueda"








RECONOCER [SE]


Estacionó y bajó de su moto. Ni siquiera el viento en la cara pudo hacer que se olvidara de ella. Había conducido por horas, y a una velocidad poco recomendada. Sin rumbo, sólo con la imagen de su rostro por delante. Una vez había leído: “El alma libre es rara, pero la reconoces fácilmente cuando la ves.” Charles Bukowski. (Escritor y poeta estadounidense. 1920-1994) Y él la había reconocido. En medio a toda esa gente, y a pesar de su hermoso antifaz... él la había reconocido.

No dudó un segundo; y, aún si la fiesta estaba terminando, fue tras ella.

¿Qué debo hacer para conseguir tu número de teléfono? –le susurró al oído.
¿Apuntarme con un revólver, tal vez? –respondió irónicamente ella, alzando una ceja, provocándolo.
No corazón, quiero que tú me entregues todo por tu propia voluntad. –le dijo muy seguro de sí mismo.

De repente imaginó la habitación de ese hotel que tanto le gustaba a unos pasos de allí, con vista al Canal Grande. La suite, con la bañera en un ángulo. Luz tenue y música suave. En la mesilla, las esposas y la vela. Y sobre la cama, ella. Donde pudiese observarla... domarla...  poseerla... amarla. Donde ella se concediera a cada uno de sus juegos; a cada una de sus perversiones; a cada uno de los placeres que él sabría darle.
Tan absorto estaba en sus fantasías, que no se percató de haber sido rodeado por sus amigos y que lo habían separado de ella. Sin saber siquiera quién era; sin saber dónde estaba. Esa sería su cruz, haberla finalmente encontrado, y perderla antes de tenerla.

...

No podía sacarse esa voz de la cabeza. Había durado un instante, pero cuanto servía para sacudirle todas las certezas. Aún no se explicaba, ni le perdonaba, que se haya alejado sin más, amigos o menos. Preguntó quién era, pero nadie le dio una respuesta concreta.

Caminaba por la calle sin saber muy bien dónde iba. Jugando y haciendo girar la llave de su departamento en la mano. Y sin dejar de darle vueltas a la piruleta en su boca; cuando lo vio. Bajaba de una moto, y lo reconoció. Sin pensarlo se le acercó, no dejaba de mirarlo.

3581119304... –le dijo mientras se le paraba delante. Por si aún te interesa...

Sonrió de lado, y la tomó por la cintura, sujetándola a su cuerpo. Las almas libres eran raras, pero él la había reconocido, y ella a él. Ahora se habían encontrado y no volverían a perderse.
©Alma Baires

Relato perteneciente a la propuesta "Citas Y Sueños"








Hacia sólo quince días que estaba trabajando allí, pero todo se había vuelto tan rutinario, que comenzaba a aburrirse. Sólo a su jefe se le habría podido ocurrir colocar cámaras de seguridad en la biblioteca. Era una pequeña ciudad, ¿qué podría pasar que necesitara de vigilancia constante? Y, sobre todo, ¿por qué él debía pasarse las tardes enteras a ver lo que sucedía, cuando eso significaba no ver nada?

Aunque había una única cosa que interrumpía ese tedio, o mejor dicho, una única persona. Ella; Eleonora. Llegaba todos los días una hora después de que la biblioteca abría a la tarde, y permanecía hasta cinco minutos antes de que cerraran. Él no dejaba de observarla, desde que entraba e iba a la sección de historia, hasta cuando no se levantaba y, sonriendo, se marchaba. La veía acomodarse el cabello y la falda; controlar sus apuntes y los botones de su camisa. Por eso, no escapó a su mirada, cuando aquel día, Eleonora pareció encontrarse, por casualidad, con su profesor. Vió cómo ella observaba de reojo cada movimiento de él. Cómo la experimentada mano de él rozaba la espalda de ella cada vez que se acercaba a explicarle algo. Y fue así, observando cada uno de sus movimientos, que vió cuando muy disimuladamente, Eleonora se dirigió hacia la sección privada, y su profesor por detrás suyo a pocos pasos.

Nunca había nadie en esa parte de la biblioteca; pero él, con la cámara de seguridad, tenía una buena visión del entero sector. Por ello pudo ver perfectamente cuando el cuerpo de Eleonora quedó atrapado entre los libros y el peso de su profesor. Por unos segundos dudó en llamar a su jefe, pero sólo hasta que vió cómo ella respondía a esa presión. Eleonora levantó su falda y rodeó con sus piernas la cintura de él. Sus manos se sujetaban a los hombros de éste, arañando su espalda, mientras sus dedos se entrelazaban en sus cabellos. No pudo evitar excitarse ante el espectáculo que observaba como inadvertido espectador. Fue evidente el movimiento del profesor al bajar la cremallera de sus pantalones. Y, aún si eran sólo imágenes sin sonido alguno, por la expresión del rostro de Eleonora, podía sentir sus gemidos mientras él la penetraba. La embestía contra la pared de libros, una y otra vez, hasta vaciarse dentro ella.

No podía decir cuánto tiempo era que estaba observando todo esto. Se quedó casi aguantando la respiración, cuando el profesor se acomodó la ropa y se marchó como si nada hubiese ocurrido; sólo dándole un beso en la frente a ella. Y a la misma Eleonora, mientras bajaba su falda y, descaradamente, miraba hacia donde estaba la cámara y sonreía. Estaba confundido, no entendía ese gesto, seguramente se había confundido. Pensaba en ello cuando la voz de su jefe lo sorprendió por detrás.

Algún día, todo lo que abarcan ahora tus ojos, será mío... –pronunció éste, más como una sentencia que como un deseo.

Ahora se explicaba el porqué de todo eso. Sonrió pensando al dicho que 'el Diablo sabe más por viejo, que por diablo'. Y por ello, éste era su jefe.

©Alma Baires


Relato perteneciente a la propuesta "Tentación (es)"


Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

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