Parecía
increíble que en pocas horas la vida de alguien pudiese cambiar de esa manera.
Habían pasado sólo cuarenta y ocho horas desde cuando había recibido la llamada
que marcaría el final de algo que, tal vez, ni siquiera había comenzado.
Había
decidido quedarme en la playa a ver el atardecer. Nadie me esperaba en casa; no
que me arrepintiera de las decisiones que había tomado en mi vida, pero... en
fin, aún suspiraba pensando a una vida en pareja. Mejor dejaría de pensar
tanto, y disfrutaría de esa última tarde de verano.
¿Puedo
sentarme a tu lado? –una voz grave me quitó de la nube gris de mis
pensamientos. Una vez me dijeron que los grandes espectáculos hay que
disfrutarlos en buena compañía.
Miré hacia
ambos lados; quedaba poca gente acá y allá, y sonreí por lo que estaba por
hacer. La mujer racional que siempre había sido estaba por terminar, como ese
día.
¿Por qué no?
–y no pude evitar alzar una ceja. Habiendo tan pocos lugares libres en la
playa.
Mmmmm...
–dijo conteniendo evidentemente una carcajada. Atractiva e irónica, una
combinación letal para un hombre como yo.
Entonces
ambos comenzamos a reír. Él se sentó a mi lado y hablamos durante horas;
perdiéndonos el atardecer. Nos levantamos de la arena cuando ya era de noche y
mi piel mostraba los signos del frío. Seguimos conversando en un bar, delante
de unos cafés; a lo largo de las calles que recorrimos hasta mi casa, y una
hora en el portal de ésta. Me contó de su vida y yo de la mía. Del fracaso de
su pareja y yo que ni siquiera había tenido una relación tan larga como para
considerar fracaso a la ruptura de ninguna de ellas. Me habló de cuanto le
gustaba su trabajo y yo de que era dueña de una agencia de viajes. No había
pasado un día y parecía que nos conocíamos de una vida entera.
Por eso no
me pareció raro planificar un viaje juntos veinte días después de habernos
conocido. Para su cumpleaños iríamos a Venecia; ambos adorábamos Italia, y él
insistía en querer que conociera Roma de su mano. Todo era perfecto, un sueño.
Todo... al menos hasta que sonó el despertador.
Buenos
días... –una voz titubeante llamaba a mi celular personal. ¿Agencia de viajes?
Sí... buenos
días... –respondí con algo de perplejidad. ¿Quién habla?
Ahhh... me
disculpe, no me presenté... soy la señora... –y se detuvo, tal vez dudó. Mi
nombre es Carmen, y encontré su número en el celular de mi marido... Paolo.
El mundo
acababa de detenerse. No así mi cabeza; que pasó lista de cada instante que
habíamos compartido, de cada mínimo detalle. ¿En cuál de ellos se me había escapado
el hecho que él continuaba casado? ¿Cómo había podido ser tan imbécil de
creerle? Ni siquiera podía culparlo de algo, ¿de qué podría... de serme infiel?
En medio de todo ese desastre que se estaba por desencadenar, tuve que taparme
la boca para no soltar una carcajada.
Silvia...
Silvia... –una voz del otro lado del celular me traía de nuevo a la realidad.
¿Sigue usted ahí?
Sí... sí...
me disculpe... –respondí tratando que mi voz fuera lo más serena posible.
Estaba controlando mi agenda porque no recordaba quién era su marido... pero
ahora sí; ha venido a consultar por un viaje.
Pues
entonces, ¿me podría pasar usted la dirección de la agencia para hablar sobre
ello de persona? –me interrumpió.
Sí, por
supuesto... –debía mantener la calma. Apenas terminemos con la llamada le paso
todos los datos por mensaje, ¿de acuerdo?
Sí,
gracias... –dijo sin más. Tenga usted muy buenos días.
También
usted, hasta pronto... –saludé y cerré el celular, me esperaría un largo día.
Finalmente
había llegado la noche, y yo ya estaba cerrando la agencia. No veía la hora de
llegar a mi departamento, ducharme, y meterme debajo de las sábanas, para no
pensar. Deseaba sólo dormir, un mes de ser posible.
He llegado
justo a tiempo... –la voz de él sonó por detrás de mi espalda.
Paolo... no
te esperaba... –dije tratando de sonreír.
Quería
sorprenderte... –susurraba mientras sus manos rodeaban mi cintura. Pasar un
rato contigo...
Wooww... qué
idea estupenda... –respondí pero él no notó la ironía, yo sabía qué buscaba.
Justamente estaba pensando en pasar por lo de mi hermano a dejarle copia de las
llaves de la agencia para que se ocupe en mi ausencia... en una semana nos
vamos de viaje, sería una buena ocasión para conocerlo, ¿qué dices?
Ufff...
sería genial... pero es que tengo una reunión de trabajo y terminaré tarde...
–mintió, la expresión de su rostro lo delataba. Esta semana será un caos, debo
dejar todo listo antes de viajar... me entiendes, ¿no?
Sí, claro...
por supuesto... no te preocupes... –mentí yo también. Ya tendremos tiempo de
relajarnos y disfrutar.
Él se fue a
su inventada reunión; y yo me fui a casa. Tenía que preparar la ropa, decidir
el calzado para las vacaciones, todo lo que debía meter en la valija; después
de todo sólo faltaba una semana para el viaje.
Era la hora,
había sido una de las primeras a embarcar, y eso porque al final había elegido
hacerlo en business class. Sabía que él llegaría a último momento, porque le
había dado el horario equivocado. Nos encontraríamos allí... o eso le hice
creer.
Señoras y
señores, soy James Hernandéz, el comandante de este avión para el vuelo de hoy
que los llevará a la maravillosa ciudad de Acapulco... –mientras escuchaba esa
voz y me imaginaba ya nadando en el maravilloso océano Pacífico, sabía que
Paolo se debía estar sentando al lado de su mujer en un vuelo directo a
Venecia, un viaje carísimo pagado todo con su dinero...
Algunos
podrían decir que lo mío fue una venganza, yo en cambio, que cada uno tiene lo
que se merece... y yo merecía mucho más que uno como él...
Relato perteneciente a la propuesta: "La llamada"