(Autora: ©Lady_P)
(Martin Parr)
De Úrsula se decía que
era una mujer rara, o sea, diferente, singular. Y es que vivía según sus
propias reglas, a su modo y manera. La opinión de los demás poco le importaba
porque según sus propias palabras «sólo se vive una vez».
Hacía muchísimo tiempo
estuvo casada con el que fue el único amor de su vida. Por desgracia ella y su
marido sufrieron un grave accidente poco tiempo después de casarse. Él murió en
el acto y ella se quedó sola. Nunca más volvió a casarse. Su historia era vox
populi y se contaba a los recién llegados como una leyenda o anécdota que todos
habían asumido como propia. Por lo demás, Úrsula era muy querida y todos
aceptaban con discreción una peculiar forma de vida que inspiraba grandes dosis
de respeto y tolerancia.
Según cuentan los
vecinos, tras padecer aquel enorme revés se aisló demasiado, se volvió callada
e introvertida y poco a poco se fue quedando sola y así ha vivido durante los últimos
treinta años. Da la impresión de haberse quedado atrapada en el tiempo pues ni
su atuendo, ni su peinado, ni sus costumbres, guardan consonancia con los
tiempos que corren.
Úrsula es metódica y
asienta su vida sobre una rutina que no entiende de festivos, ni distingue los
fines de semana, con la única excepción de que los sábados, inviernos y veranos,
pasa la mañana en la playa, leyendo y escuchando la radio en un viejo transistor,
con el volumen un poco alto porque le falla el oído.
El caso es que hace
unos días salió su foto en un periódico local. En la imagen aparece en primer
plano vestida con una chaqueta, un pañuelo fino cubriéndole el pelo porque
hacía corría un poco de aire. Calza unas sandalias negras que dejan ver un
apósito en el tobillo derecho, y porta en las manos su bolso y su hamaca a
rayas. De la actitud del resto de personas parece desprenderse que no llama la
atención a pesar de su extravagante apariencia. La noticia la encabezaba un
titular: «Los turistas invaden nuestras playas».
El artículo resaltaba
la fuerte presencia del turismo extranjero en las playas de la localidad y
subrayaba el contraste que los foráneos representan por su forma de vida y sus
costumbres, respecto al resto de autóctonos. El texto señalaba las peculiaridades
de esta señora, erigida como modelo, frente a los demás usuarios a los que
calificaba de ‘normales’, tanto en cuanto llevaban una indumentaria más acorde
y apropiada al contexto playero. Sin embargo a nadie se le escapó que lo
verdaderamente curioso era el periodista, recién incorporado a la plantilla del
periódico, una de las pocas personas que ignoraba que Úrsula no es extranjera
sino natural y vecina conocida del pueblo, a partir de ahora inmortalizada en
una foto gracias a la ignorante curiosidad de un joven reportero.
*
LA APUESTA
(Caroline Mackintosh)
Llevaba días sin salir
de aquella casa. Las vacaciones no estaban resultando como había previsto. Mis
captores lo habían planeado bien. Me sacaron a la fuerza de mi coche cuando
estaba aparcada en aquel área de servicio. Recuerdo que Robert, mi novio, había
salido a comprar unos refrescos mientras yo preparaba unos bocadillos. De
repente dos hombres con careta del Pato Donald abrieron la puerta, me taparon
la boca y me lanzaron al suelo de una furgoneta. Todo fue tan rápido que no pude
gritar, ni pedir ayuda. Debieron inyectarme algún somnífero porque cuando
desperté estaba en la habitación de un pequeño apartamento. Me sentía mareada.
Todo me daba vueltas y no podía moverme. Tardé unos segundos en reaccionar y
tomar conciencia de cuanto había sucedido.
Pasadas las primeras
horas perdí la noción del tiempo. Los individuos se turnaban para darme de
comer y esperar que fuera al baño. Me dejaban sentada en el suelo con las manos
y los pies atados y una cinta de embalar tapándome la boca. Bajaban las
persianas y aquella oscuridad me confundía. Pasaba horas durmiendo, o eso me
parecía, y cuando me despertaba intentaba interpretar todos los ruidos que escuchaba,
reteniendo en mi memoria cada olor, cada sonido, cada mueble de aquella habitación
destartalada. Un cuartucho barato de un motel de carretera de tercera categoría
sin duda. Sí, quería recordar todo para poder contarlo.
Cuando uno de los dos
venía y me destapaba la boca, no sin antes advertirme de lo que sucedería si
gritaba y yo no dejaba de preguntar «¿Qué queréis? ¿Por qué yo? No tengo nada
que os interese». Pero nunca contestaban, solo me amenazaban con un gesto,
pasando el dedo índice por la garganta. Después me callaba. Aceptaba lo que me
daban de comer, iba al baño y vuelta a la misma posición.
Una vez les oí hablar
delante de la puerta. Por la rendija vi la sombra de sus pies. Discutían. Uno
de ellos comentaba que ya estaba bien, que habían pasado cinco días. Que aquello
estaba perdiendo la gracia. Que la apuesta fue para retenerme como máximo un par
de días. Que no contara más con él. Entonces el otro le dijo que de eso nada,
que tendría que seguir adelante porque él no estaba dispuesto a perder la
apuesta… Hubo un silencio y se fueron. Aquel día no comí, ni bebí, ni pude ir
al baño…
Decidí averiguar quién
era el más débil y al poco tiempo me di cuenta de que el que tenía los ojos
claros resultaba menos brusco y más accesible. Le miraba fijamente para que se
apiadara. Sus ojos me recordaron a Robert. Pensaba en él continuamente, estaba
segura que estaría buscándome.
Cuando se marchó, noté
que las bridas que me sujetaban las manos estaban más flojas de lo normal. Y
aunque tenía heridas en las muñecas, comencé a tirar y a tirar hasta que conseguí
zafarme. Tenía que ser rápida porque no siempre venían a la misma hora. Me
despegué la cinta de la boca y me arranqué como pude las ataduras de los pies.
Apenas podía enderezarme, había pasado mucho tiempo en la misma posición y
aunque casi no podía caminar, casi sin fuerzas, abrí una ventana y salí.
Efectivamente era un motel con apartamentos independientes. Casi cegada por la
luz del sol, caminé agarrándome a la pared.
Miraba hacia todos
lados y observé que una furgoneta se acercaba. No sabía hacia dónde huir hasta
que vi una enorme piscina al fondo. Había mucha gente bañándose. Me dirigí
hacia allí, me quité parte de la ropa y de un salto me lancé al agua. Primero
dejé fuera la cabeza observándolos. Me sumergí para confundirme con los demás usuarios.
Contuve la respiración mientras miraba a través de la superficie del agua.
Primero vi sus pies, luego estuvieron de espaldas buscándome con la mirada. Y después,
cuando se volvieron, comprobé con asombro, que uno de ellos era Robert. No
podía dar crédito, él era uno de los que me habían raptado.
Me mantuve así, quieta
bajo el agua, con los ojos abiertos, hasta que pasaron de largo y se fueron.
Después ascendí y saqué rápidamente la cabeza para recobrar el aliento. Luego salí
de la piscina y caí al suelo desvanecida. Cuando desperté me atendían en una
ambulancia.
La noticia de mi
desaparición llevaba días circulando en la prensa y la TV. Mi relato y el de otras
tres chicas que corrieron la misma suerte, ayudó a que la policía atrapase a
los raptores: se trataba de un grupo de jóvenes que realizan apuestas por un
juego de rol…
Y una vez todo hubo
pasado, pedí traslado y comencé de nuevo en otra ciudad. Nunca más me detuve en
un área de servicio, ni me alojé en un hotel de carretera.
©Lady_P
(Relatos pertenecientes a la propuesta de Variétés: “Un verano de fotografía”)