En estos tiempos de pandemia, mi pueblo, como todos los pueblos y ciudades de España han suspendido cualquier acto o festejo en el que pudiera colarse la presencia del virus.
Los claustros del Convento de Santo Domingo permanecerán desnudos, sobrios y solitarios; sólo el eco silencioso de los versos de Don Francisco resiste, y aguanta como las piedras que durante tantos siglos han habitado este recinto.
En este ocho de septiembre, mi pequeño homenaje a Don Francisco de Quevedo.
Con la esperanza de volver a escuchar la voz de los versos que retratan el alma de la humanidad.
Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día,
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.
Si agradable descanso, paz serena,
la muerte en traje de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.
¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar, piadosa, viene
espíritu en miserias añudado?
Llegué rogada, pues mi bien previene;
hallame agradecido, no asustado;
mi vida acabe y mi vivir ordene.
(Soneto escrito en Vva. de los Infantes por D. Fco de Quevedo unos días antes de su muerte)