El caluroso y bochornoso verano ha llegado de lleno por estas tierras, el mundo sigue tan revuelto o más que en invierno. Tengo muchas tareas que atender y apenas me queda tiempo para asomarme a esta ventanita. Creedme, lo echo mucho de menos.
Hace poco, he leído que no es imprescindible tener un jardín para sentir la felicidad que procura el contacto con las plantas y la tierra. El disponer de la pequeña oportunidad de atender siquiera a una pequeña planta en un rinconcito de nuestra casa, nos otorga la posibilidad de cuidar de un un trocito de este mundo.
Lo cierto es que cada vez me enamora más el contacto con la naturaleza, contemplar, observar, y trabajar la tierra... y la mente. Mente y tierra.
Me refugiaré en el pequeño jardín del pueblo del extremo calor, y si no, me cobijaré en las refrescantes lecturas de verano.
"Regar por primera vez una planta que acabamos de mudar a su nuevo domicilio es siempre emocionante... Dejar caer una lluvia fina por la boca perforada de la regadera es como poner en marcha una nueva vida: es invitar a las hojas a que dispongan en el ángulo correcto respecto del sol... Las raíces pueden ya desentumecerse, dejar de girar en redondo como hacían antes, oprimidas por las paredes del tiesto. Son por fin libres de estirarse hacia donde quieran, se crecer alegremente con vistas a una meta"
Las virtudes del huerto. (Cultivar la tierra es cultivar la felicidad)
Pia Pera