jueves, 17 de noviembre de 2022

¡Por fin, otoño!

 


Se dice que  cada estación tiene algo que enseñarnos, sólo tenemos que buscar la lección. 


No puedo estar más de acuerdo. En un rincón de mi pequeño balcón tengo unas cuantas macetas, es mi jardín particular, el contacto más cercano que puedo permitirme cada día con la naturaleza.


  A estas alturas del otoño, ya había plantado las flores de invierno: pensamientos.  Y resulta que las diminutas surfinias  y las mimosas han florecido y sus hojas están tan verdes como si fuera primavera. 


Las hojas de los árboles no saben si caerse o comenzar a brotar. Y la lluvia mansa, serena, buena y pacífica de nuestro poeta García Lorca se ha olvidado de caer.


Celebro la llegada del otoño durante estos días, la lluvia y el viento por fin acuden a mi ventana.


 Otoño: mi estación favorita



"De las hojas mojadas, de la tierra húmeda, brotaba entonces un aroma delicioso, y el agua de la lluvia recogida en el hueco de tu mano tenía el sabor de aquel aroma, siendo tal la sustancia de donde aquél emanaba, oscuro y penetrante, como el de un pétalo ajado de magnolia. Te parecía volver a una dulce costumbre desde lo extraño y distante. Y por la noche, ya en la cama, encogías tu cuerpo, sintiéndolo joven, ligero y puro, en torno de tu alma, fundido con ella, hecho alma también él mismo."

Luis Cernuda Bidón (Ocnos)

viernes, 4 de noviembre de 2022

EQUILIBRIO

 



Terminé el día con el corazón roto, recogí los pequeños fragmentos y los coloqué con cuidado en un rincón de la vieja cómoda de mi dormitorio. Las heridas hay que protegerlas y tratar de sanarlas; aunque alguna vez, escuché que cuando algo se rompe y se repara, no sigue siendo el mismo objeto.

 
Antes de dormir, abrí la página del libro que me sostenía durante las solitarias noches de aquellos momentos y leí: “el kintsugi es la práctica de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro”. El eco de esta lectura resonó en mis sueños aquella noche, kintsugi el arte de reponerse y de mostrar las cicatrices de forma extraordinariamente bella.
 
Amanecí al día siguiente con la idea de aliviar la tristeza, y con el único propósito de recomponer mi pequeño y ajado corazón hecho pedazos. Para esta misión, que se me antojó casi imposible, me calcé mis esparteñas, con ellas mantendría el equilibrio perfecto y como si de un mantra se tratara empecé a bailar y cantar con mucha calma y quietud aquella canción de Cohen que dice “hay una grieta -una grieta- en todas las cosas. Así es como entra la luz”.



 
Al levantar la persiana, los rayos del sol iluminaron las fisuras de mi transformado corazón, aquellas grietas doradas brillaban ahora con más energía y valor. Sentí unos enormes deseos de abrazar a mi madre, así que salí con mi sonrisa puesta y con mi renovado corazón, aún si cabe más bello y hermoso por el polvo de oro que contenían mis cicatrices.
 
Ya en la calle, me di cuenta por vez primera, que otros tantos corazones lucían esplendorosas fracturas doradas, y no pude evitar saludarles con mi mejor atención. Y es que todos los corazones tienen una larga historia que contar.
 

(Relato perteneciente a la propuesta: Equilibrio de “Variétés”)


Gracias, Gin, por todo.