El pescador. (Por Patricia F.)
Sus manos, curtidas por los años de duro trabajo, expuestas al frío de los inclementes inviernos y al calor abrazador en los veranos, tiraban con fuerza del espinel, rezando para que haya una buena pesca. Últimamente salían pocos ejemplares, desde que los grandes barcos pesqueros rondaban la zona.
Él, pescador artesanal, sacaba lo necesario para sobrevivir, algunos pescados vendía al llegar al pueblo y otros para su consumo. Así vivió toda su vida, del oficio heredado de su padre.
Nunca tuvo grandes ambiciones, vivir de su trabajo con su mujer, tranquilos en la pequeña aldea que los vio nacer.
Ahora que quedó solo no necesita tanto (su viejita, compañera de toda su vida, hace unos meses que partió) nunca tuvieron hijos, siempre pensó que si Dios no los mandó, por algo fue.
Su rostro duro como un cuero ajado, cuenta los años que el viejo lleva sobre su pequeña embarcación pescando.
Es invierno, Juan calzado con sus sandalias de goma parece no sentirlo. El viento azota las aguas: ¡se viene la lluvia! (piensa).
Cuando hay sudestada el ancho río comienza a crecer transformándose en un mar de agua dulce, recoge rápidamente el espinel, su experiencia le dice que es mejor volver, mañana seguramente la pesca será mejor (pues bien, como dice el dicho: “agua revuelta, ganancia de pescadores”), seguramente en su crecida arrastrará varios peces.
Ahora vuelve a su rancho costero, amarrará su bote, encenderá el fogón y mientras toma unos mates amargos, con alguna torta frita, observará la tormenta.
Es invierno y Juan no lo siente.
Patricia F.