Retazos. (Por Patricia F.)
A veces la vida es eso... retazos, sólo eso, una colección de pequeños retazos...
Patricia F.
(Collage en papel y luego digital, de a poco volviendo a las cosas que me gustan, el collage inspiró la frase)
Y un día el destino nos unió para competir en el Mundial de Escritura, para competir armando rompecabezas de palabras, mensajes que se lleve el viento, cuentos que distraigan a quienes nos vengan a visitar. Nos unimos, escribimos y disfrutamos haciéndolo, entren, vean, lean y disfruten junto a nosotros.
Retazos. (Por Patricia F.)
A veces la vida es eso... retazos, sólo eso, una colección de pequeños retazos...
Patricia F.
Hasta los monstruos también lloran (por Susana)
Hola a todos: hoy quiero compartirles un relato que escribí a partir de
una obra de mi alumna Ambar. Ella concurre a mi taller desde hace un
año. Tiene doce años, pero parece una genia pintora de 80. Su musa es
extraordinaria y cuando comienza a tirar líneas en silencio, me apasiona
ver los resultados porque son maravillosos. Cuando terminó este dibujo
le dije que yo escribiría la historia. Sus condiciones fueron el nombre de
la protagonista y el de la historia. Suele ponerle nombre a sus obras
normalmente, pero este nombre me enganchó de una forma que no
podía dejar de escribir sobre ella. Espero les guste porque yo la pasé
muy bien escribiéndola. Denle mucho amor y gracias por pasar a
leernos.
Cuando llegué del colegio y bajé
del micro escolar, mi abuela me esperaba en la puerta con una hermosa
sonrisa. Su abrazo fue diferente ese
día. Me apretujó y me dijo que me amaba.
Entré en casa y en el sillón del living papá estaba abrazando a mami,
pasaba el brazo por su hombro y lo atraía hacia él. Me pidieron que me sentara
que tenían algo que decirme y parecía muy importante.
Después de la noticia me encerré en mi cuarto a leer, luego de
almorzar, como todas las tardes.
Nada parecía igual y las cosas, a pesar de la sensación, seguían en su
lugar.
Corrí las cortinas para que no entrara el sol. No quería su calor. Nada
podía entibiar mi alma aquella tarde.
En algún momento, levanté la vista del libro que leía y vi cómo se
deslizaba una sombra por debajo de la puerta. Iba creciendo a medida que
entraba. Era oscuro, muy peludo y con unos dientes enormes. Apenas se veían sus
ojos.
Le pregunté quién era y de dónde
había salido. Simplemente me respondió que recién había llegado y que se
quedaría conmigo un tiempo.
“Soy Maddie”, le dije. Él me
respondió que no tenía nombre, que lo llamaban de diferentes maneras y que yo
ya encontraría cómo decirle.
Comenzamos a conversar y de repente, me encontré confiándole mis
secretos, mis recuerdos y hasta mis chistes.
Esperaba llegar de la escuela para
encerrarme en mi cuarto y contarle todo tipo de vivencias hermosas, pasadas y
presentes.
Pasaron algunos meses. Un día papá me retiró de la escuela antes de
tiempo y me llevó a casa.
Mamá hacía muchos días que no se levantaba de la cama. Me acerqué a su
lado y con su débil voz comenzó a decirme que debía dejar ir el miedo, que es
un monstruo enorme que nos encierra en nosotros mismos y nos aísla de los
demás. Que la vida continuaría y aunque ella no estuviera físicamente con
nosotros, jamás nos abandonaría. Que papá y la abuela estarían allí para mí,
siempre.
La abracé muy fuerte, se despedía y no podía retenerla. Entonces,
recordé que todos esos meses de su enfermedad había estado encerrada con mi propio
monstruo contándole cada momento especial vivido junto a ella.
Era mi propio miedo a perderla que se había colado aquella tarde por
debajo de la puerta de mi habitación.
Cuando entré allí ese día, él simplemente estaba llorando en un rincón.
Me miró con sus ojos pequeños y sus enormes dientes filosos y me dijo: “te
acompañaré hasta que esto termine. Pero luego, por tu bien, deberás dejarme ir”
Era mi confidente, mi refugio ¿también él se iría?
Llegó el día del funeral. No fue agradable el entierro, el cementerio es
un lugar muy silencioso y tú solo quieres gritar hasta quedarte sin voz.
Yo sólo escuchaba llorar detrás de mí a mi monstruo interior. “Hasta los
monstruos también lloran”
Lloraba porque no podía ver que me despidiera de mi madre en aquel
lugar, tan pronto.
Cuando la ceremonia terminó, la lluvia se detuvo. Me di cuenta que
solamente eran sus lágrimas cayendo sobre mi paraguas.
Me aferré a la mano de mi padre y comenzamos a caminar hacia el auto
para volver a casa. Me senté en el asiento trasero y mi abuela me abrazó muy
fuerte.
Cuando me asomé por la ventanilla él había desaparecido.
En este mes de noviembre el VadeReto se une junto al blog de Cristina Rubio, Alianzara, donde nos proponen hacer un reto conjunto, el tem...