Tardes de siesta y libros. (por Patricia F.)
De todas las actividades que me gusta hacer, leer es una de mis preferidas, los libros tienen un encanto, una atracción que no puedo evitar, ver una librería, entrar, revisar, mirar, buscar el tesoro escondido en algún estante.
Leo y colecciono, tengo bibliotecas y estantes repletos por todos lados, un mueble especial en mi cocina para mi colección de libros de gastronomía, que como se sigue agrandando, ya excedió su capacidad.
Mi amor por ellos comenzó siendo muy pequeña; tanto para mí como para cualquier niño, dormir la siesta no es un buen plan, simplemente porque es aburrido; entonces mi tía se recostaba conmigo y me leía.
Recuerdo esos viejos libros un poco ajados de hojas amarillas; el primero que me leyó fue “Platero y Yo” de Juan Ramón Jiménez, luego, el que fuera mi preferido de entonces, “El libro de la selva” de Rudyard Kipling, mi imaginación volaba entre esas aventuras del niño y los animales; el tono de la voz, la expresión en la lectura ayudaba a soñar; después “Colmillo Blanco” y tantos más...
Cuando aprendí a leer, mi mamá me comparaba libritos de cuentos infantiles, así el placer de leer se apoderó de mi alma y mente; atesorarlos es otro de mis placeres, buscar libros muy viejos, rescatarlos del olvido, todos absolutamente todos, me acompañan por la vida, se mudan conmigo, cada tanto releo alguno, hojeo otros, miro los viejos libros escolares y al verlos retornan a mi mente la infancia y adolescencia con sus anécdotas.
La lectura ha sido un hermoso camino de ida, conservo esa costumbre, acostarme a la hora de la siesta con un libro en la mano, cuando viajo alguno de mis amigos de papel me acompaña, pero regresan varios nuevos conmigo junto con la satisfacción de nuevas joyas encontradas.