El tuco de la Nonna. (Por Patricia F.)
Los domingos bien temprano por la mañana, se levantaba, ponía ramitas secas, papel y algunos coquitos de eucaliptus para perfumar la cocina, encendía el fuego, colocaba algunas leñas, la pava para calentar el agua para hacer el mate cocido.
Mientras picaba las cebollas, morrones, zanahorias, ajo, todas de la huerta propia, condimentaba y agregaba dos hojas de laurel de la planta que tenía al lado de la casa, trozaba el pollo, retiraba un par de aros de hierro de la cocina económica y ponía la olla donde se cocería su magia.
Mientras el tuco hervía al calor del fuego de leña, amasaba los fideos caseros, que quedaban con un hermoso color amarillo, por los huevos provenientes de sus gallinas alimentadas a maíz, libres comiendo bichitos y pasto; recuerdo sus manos sosteniendo la cuchilla y sus dedos en garra que ninguna escuela de gastronomía le enseñó, la escuela de la vida, el transmitir los aprendizajes de madres a hijas, de abuelas cariñosas.
Mientras estiraba la masa con el palote yo observaba, con qué agilidad la cortaba y aprendí.... Aprendía a meter las manos en la masa, a sentir la textura, ninguna máquina iguala eso. Cerca del mediodía la cocina se inundaba del aroma exquisito del tuco, entonces con su cuchara de madera, revolvía la olla y mojaba un pan en esa salsa, me lo daba y me preguntaba: ¿está rico?...
Sabía a gloria, a amor de Nonna, con los años trato de lograr esa salsa exquisita pero nunca llego a tanto, queda sabrosa, pero nunca como la de mi abuela Elena.