En Sevilla, como en todas las ciudades tomadas por el turismo masivo, hay que huir del centro y refugiarse en los pequeños lugares de los barrios para encontrarse con Sevilla. Allí la ciudad no ha sido trampeada ni las fachadas lucen falsas y recién hechas ni los restaurantes obran de oficio. Ya se ha comentado mucho el daño que se hace a las ciudades lo que parece enriquecerlas y la difícil convivencia que se plantea para los que han vivido siempre en una plaza ahora tomada por decenas de miles de personas al día. El centro de las ciudades que hay que visitar se nos hace inhóspito. En estos lugares lejos del circuito turístico, en cambio, pisas el albero y la tierra en las plazas y alguien cuida las macetas.
Paseo de tu mano para verlo y me dejo llevar porque no quiero ahora marear río abajo, a la deriva. Al menos, tu mano timón y tus ojos de horizonte verde me llevan a puerto seguro durante unos días.
Paseo de tu mano para verlo y me dejo llevar porque no quiero ahora marear río abajo, a la deriva. Al menos, tu mano timón y tus ojos de horizonte verde me llevan a puerto seguro durante unos días.
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Escribo de flores porque no quiero hacerlo de la mediocridad de la vida pública de este país. De la vileza del debate político, de la escasa altura del pensamiento en los medios de comunicación, del predominio de un arte superficial, del ruido de las redes sociales. De cómo se ha abandonado a la educación en todos sus niveles. De cómo el diálogo es un concepto arrumbado en el sótano más empolvado. Escribo de flores porque me hacen detenerme en el trajín urbano y acercarme a lo más pequeño. Y mientras tanto voy, como dijo el poeta, de mi corazón a mis asuntos.
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Aquí este inicio del otoño no lo parece, pero por esta tierra el otoño suele desdecirse. La delicadeza de los tonos celestes del jazmín azul y del azul lavanda de la parra reloj me hace detenerme y acercarme a contemplarlas. Es curioso: ni una ni otra son originarias de por aquí. Vinieron de fuera y aquí llenan las rejas y los patios. Son hermosas y resaltan del verde de las hojas de la planta. Pasear por algunas calles es pasar entre verdes, azules y violetas, como si estuvieras en otro lugar, más lejos. Quizá, más dentro.
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¿De dónde vendrá este rosa pálido de la flor de la buganvilia que tan bien se ha aclimatado a las orillas del Guadalquivir? Sus flores pueden ir del rojo que se proclama hasta el magenta más elegante y majestuoso o el misterioso púrpura. Las he visto fucsias, blancas, pero nunca desapercibidas. Este rosa pálido podría perderse al rozarlo por curiosidad con las yemas de los dedos. Tan frágil.
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¿De dónde vendrá este rosa pálido de la flor de la buganvilia que tan bien se ha aclimatado a las orillas del Guadalquivir? Sus flores pueden ir del rojo que se proclama hasta el magenta más elegante y majestuoso o el misterioso púrpura. Las he visto fucsias, blancas, pero nunca desapercibidas. Este rosa pálido podría perderse al rozarlo por curiosidad con las yemas de los dedos. Tan frágil.
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Tampoco es de aquí el jazmín común, pero quién entiende Sevilla sin su blancura y su olor. A veces la calle huele a jazmín de forma tan intensa que embriaga, dicen, como sucede también con el azahar en la temprana primavera de esta tierra. Blanco jazmín, deberíamos tomar ejemplo.