Mostrando entradas con la etiqueta Gandhi. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gandhi. Mostrar todas las entradas

domingo, 29 de enero de 2023

¿Sería yo capaz de tanto? Hoy he mirado a Gandhi

 

Si me miro desde el otro que me mira, ¿cómo me veo?

Tu diferencia es buscar en ti lo que te iguala a los demás.

No ser más que cauce de los otros. Los otros que vinieron antes, los que llegaron contigo, los que vendrán después. Y como en los cauces de los ríos, que la corriente escarbe tu piel y en ella escriba la mano de quien te ama. Una caligrafía amorosa que vaya deshaciéndote.

Este parque se llama Parque de la Paz. Antes fue solar junto a un cuartel, terreno de nadie que yo vi ocupado por vehículos blindados. La presión vecinal lo ganó en los años ochenta como espacio verde para la ciudad. En el corazón del mismo, una escultura de Mahatma Gandhi meditando donada por el Gobierno de la India, obra del escultor Ram Vanji Sutar. Esta mañana la he contemplado durante unos minutos, pensando en la acción no violenta que proponía Gandhi como lucha frente a los conflictos y las injusticias, una búsqueda de la subversión del orden establecido. Frente a aquellos que prefieren ignorar las circunstancias o se acomodan. No se trata de no hacer, sino de hacer de la forma más humana, de la manera más altamente humana. ¿Sería yo capaz de tanto?

lunes, 9 de junio de 2008

Líneas de fuga.


El desistimiento es una tentación permanente. En política, se convirtió en un ariete en la lucha de los liberales progresistas para denunciar su apartamiento del juego político durante los últimos años del reinado de Isabel II. El desistimiento, adoptado como lucha civil para que se haga más evidente la injusticia de una situación, puede parecerse mucho a la resistencia pasiva de Gandhi.
Sin embargo, hay otro tipo de desistimiento más personal, que nos viene, a veces, de las tripas y que no tiene esa altura de miras. Todos hemos sentido la tentación de huir, de dejarlo todo porque la vida nos ha desbordado. Muchos ni siquiera consiguen luchar un solo día. Otros, en un momento de la batalla de lo cotidiano, se ven desarbolados. No todos podemos ser héroes y una voz nos grita: hasta aquí has llegado. Cada uno se reconoce en esos momentos, sabe qué siente y cómo, lo único que espera ya, es que pase el tren adecuado que lo lleve lejos de todo.
Se reconoce a esas personas por su tristeza: el que ha desistido una vez lo hará más veces. No son más que supervivientes de sí mismos, gente derrotada que huye de los conflictos, que reniega de la lucha diaria. Algunos de ellos, sin embargo, solo buscan una oportunidad en la que puedan recuperarse. Aunque cueste. Es curioso: de los derrotados por la vida pueden salir los que suelen llegar más lejos, aunque parezca contradictorio. Quizá porque ya no tienen nada que perder y en un momento necesitan salir de su huida. Igual que encontraron el tren que los alejara, pueden, un día, hallar la estación adecuada en la que apearse.

domingo, 10 de junio de 2007

La paz como espacio de juego o Gandhi en lugar de tanques.




Este lugar yo lo veía, en mi primera juventud, como un descampado en el que ostentaban su poder metálico los tanques del cuartel cercano. Hubo un tiempo en el que pasaba varias veces al día por allí, camino de las clases del bachillerato o de regreso a casa y los veía hacer algún tipo de maniobra y restallar de sol y nervios.
Años después, el movimiento ciudadano del barrio de las Delicias, siempre vivo, reivindicó ese espacio para hacerlo ciudad y lo consiguió, como recuerda una gran piedra. Era una manera de compensar en parte tantos errores en la urbanización del barrio, que no fueron culpa de sus habitantes sino de aquellos que desde siempre se empeñan en negarnos la dimensión humana.
Y los tanques fueron sustituidos por árboles, flores y el griterío de los niños que juegan. A veces se consigue crear algo que nos reconcilia con la ciudad y con nosotros mismos.
Preside este Parque de la Paz una gran estatua de Gandhi, regalo de la India, inaugurada el 22 de octubre de 2001. Cuando me paseé por allí el otro día, con la nostalgia de quien está de regreso intentando buscar las migas de pan del camino de su vida, además de recordar cómo era aquello hace tantos años, un niño había colocado una rama entre las manos del maestro de la no violencia, pero no era un palo amenazador sino más bien una ramita como las que todos cogemos en una caminata por el campo.
El barrio se construyó con la llegada del tren, en el siglo XIX, pero creció con la inmigración rural de los años sesenta y setenta del siglo XX y hoy se ha llenado de inmigrantes que vienen de más lejos, con las mismas ganas de abrirse un futuro con su esfuerzo y la misma incertidumbre sobre su éxito. Gandhi medita, con los ojos cerrados, oyendo todas estas voces, acentos y lenguas.