Releo a Manuel Vázquez Montalbán. Sin razón aparente tomé Praga de mi biblioteca -es curioso, qué pocos saben hoy que Vázquez Montalbán fue un excelente poeta y a qué pocos les importan estas cosas en esta España que no lee, que no lee de verdad, que ni siquiera quiere leer de verdad y se limita al trampantojo de la lectura, de escritores que tampoco leen y descubren la literatura al cuarto o al quinto libro que escriben o nunca- y abrí al azar el poemario:
Nacer en Praga en 1883
significaba ser súbdito
del imperio austro-húngaro
Francisco José despilfarrador de la Historia
Sissí madre de hijos asesinables
finalmente dinamitada
por un anarquista consecuente
Habla el poeta de Kafka, nacido en ese año de 1883:
Kafka por parte de padre
Amschel por parte de madre
comerciantes que jamás leyeron a Kafka
niño con ganglios y terrores precoces
Es un poema que indaga en la biografía y personalidad de Kafka en medio de una historia convulsa, un poema que duda de la interpretación que va construyendo el mismo poema hasta ese excelente final:
aunque todo es posible
en un hombre que pidió la destrucción de sus obras
al único judío que no iba a hacerlo.
La biografía se hace con la vida pero no se explica sino en la historia. ¿Qué significará nacer hoy en esta Europa tan temerosa de las consecuencias de sus propios miedos, tan hostil contra las consecuencias que su forma de vida causa en los otros, que llaman a todas las puertas? ¿Cuál será la historia de una biografía de un niño nacido hoy, 24 de octubre de 2016, en una ciudad pequeña de España -Soria, por ejemplo, Plasencia, por ejemplo, Medina de Rioseco-, cuál será su final y si tendrá alguien que destruya sus obras o no le haga caso? ¿De quién será súbdito o recuperará la condición de ciudadano? Sigo leyendo todas las certezas en las dudas de Praga:
no hay lenguaje sin metáfora
muerte es la metáfora de la nada
no es la vida es la rosa
no es la Historia es el tanque
ni siquiera Praga es Praga
ni siquiera
propiamente
una sinfonía que sobraba
No devuelvo el libro al estante. Lo pongo en la mesilla de noche para que me acompañe estas noches que se agrandan -no hay lenguaje sin metáfora- y que achican esta luz hora a hora, como el caminar persistente de un pelotón de soldados a los que ya no les hacen falta ni las armas.