Laura Ripoll escribió El día más feliz de nuestra vida en 2002 a partir de una propuesta coordinada por Inmaculada Alvear para la revista de teatro La Avispa en la que participaron otros dramaturgos. Bajo el título genérico de La noticia del día, se trataba de escribir una obra breve a partir de una noticia publicada en la prensa el día del nacimiento de cada autor. En el caso de Ripoll, el 4 de agosto de 1964. En la hemeroteca del ABC encontró una noticia sobre la primera comunión de las entonces famosas cuatrillizas de Socuéllamos. Aquellas niñas, nacidas el 3 de agosto de 1954, habían aparecido en la prensa como propaganda del programa de incentivo de la natalidad del régimen de Francisco Franco y recibieron todo tipo de atenciones y regalos. Cuando cumplieron diecisiete años, las únicas cuatrillizas vivas en aquel momento ocuparon unos minutos en el NODO. La pieza publicada en La Avispa era muy breve y hubo de ampliarse con una segunda parte para su estreno a petición de la compañía murciana Alquibla Teatro, que tuvo lugar en 2005. Por el camino, las cuatrillizas se convirtieron en trillizas y de aquel ir y venir ha quedado alguna huella en la versión final, con la que se recuperó la hermana perdida, de la que se resiente el carácter de la cuarta hermana, convertida finalmente en alguien que subraya las acciones con una comicidad que busca en exceso la risa fácil del público. Laura Ripoll, hija de la actriz Concha Cueto, es cofundadora de importante Compañía Micromicón de teatro, dramaturga, actriz y directora. Como escritora, en sus obras teatrales se ha indicado la presencia de lo grotesco y sabia la utilización del sainete y la caricatura para poner de relieve el carácter de nuestros comportamientos humanos, hasta lograr un estilo propio, una marca de presencia en cada una de sus propuestas.
El día más feliz de nuestra vida es un perfecto ejemplo de utilización de la caricatura y el humor para resaltar conflictos profundos en la sociedad española de las últimas décadas. La pieza, de una hora de duración, se divide en dos partes que trascurren en el dormitorio de las cuatrillizas, pero con veinte años de diferencia. La primera parte nos sitúa en 1964, en la noche previa a que las hermanas tomen la primera comunión. Con ocho años de edad, presentan todos los miedos y temores propios de una educación condicionada por la iglesia, la moralidad franquista y los prejuicios de una sociedad desinformada para la que todo es tabú o pecado. A la espera de que llegue el día más feliz de su vida, estas hermanas evidencian sus diferentes personalidades, pero también el peso de esa educación y ambiente en la que toda libertad es peligrosa e implica la condena en el infierno. Ripoll nos propone observar todo esto desde la mente infantil de las cuatrillizas, lo que provoca la comicidad. Una risa que implica, por una parte, el reconocimiento del público que vivió aquello, pero también el distanciamiento que ha provocado el tiempo poniendo en evidencia los males de aquella educación y todo lo que puede acarrear en el futuro desarrollo emocional de las niñas. Una risa cómplice en la que los espectadores se reconocen, pero también se distancian. Un distanciamiento necesario para que funcione el conflicto propuesto por la obra.
Veinte años después, las hermanas se reencuentran en el mismo dormitorio en la noche previa a la boda de dos de ellas. El carácter de las cuatro ha evolucionado, pero sigue marcado de una o de otra manera por la moralización recibida. La mayor mantiene un celoso respeto a la educación aprendida, que implica que la mujer debe completarse como esposa y madre como fin único de su existencia y que para ello no necesita amar previamente a su futuro esposo; en la segunda se presentan dudas, pero la educación recibida no le deja ser libre y prevalece en ella un desgraciado sentimiento de culpa y temor; la tercera vive en el Madrid de los años ochenta y ha descubierto la libertad de aquellos años, aunque todavía conserva algunos resabios de lo aprendido; finalmente, la cuarta se ha idiotizado y su presencia consiste en llevar al extremo cómico las acciones. En sus conversaciones están todas las cuestiones que les preocupan: las relaciones sexuales, las diferencias entre el cariño, el amor y la pasión, la libertad de la mujer, etc. En el fondo, las cuatro buscan la felicidad, que es en lo que verdaderamente consiste el conflicto dramático de esta pieza: la primera dentro de las convenciones, la segunda buscando una salida de ellas sin encontrarla, la tercera rompiendo con todo y la última en su mantenida inocencia.
La propuesta de Valquiria Teatro, estrenada en el 2021, pero que yo no he podido ver hasta este pasado fin de semana (el domingo 2 de octubre en la Sala Delibes del Teatro Calderón, que presentaba un lleno completo), es excelente y sabe sacar partido del carácter caricaturesco de la obra, pero también de ese sentimiento que deja la risa cuando se amortigua y el espectador comprende el drama que para tantas mujeres ha supuesto la educación recibida. Bajo la sabia dirección de Carlos Martínez-Abarca, el montaje obedece al vértigo de las conversaciones en el que algunas pausas son evidentemente significativas para subrayar el conflicto y la adecuada escenografía nos lleva, utilizando una divertida perspectiva conforme con el propósito de la obra, a dormitorios que todos conocimos. Sobresale la actuación de María Negro y Alba Frechilla (ambas actrices se compenetran a la perfección desde hace años y establecen una relación cómplice con el público), aquella como Magdalena, que no ha sabido salir de una educación limitadora, y esta como Marijose, que duda, pero se encuentra dominada por el miedo. De su decisión final, que queda abierta, se decidirá la posibilidad de ruptura de los condicionantes que impiden vivir con auténtica felicidad. Verónica Morejón (Toñi) mantiene con corrección el papel (muy bien en la primera parte) y Silvia García (Paloma) se ajusta a lo que en él se pide.
Vayan a ver esta obra. Si fueron niños durante el franquismo, se reirán reconociéndose y disfrutarán si han conseguido liberarse de lo que vivieron asumiéndolo sin dramas, pero también comprenderán el drama que supuso para aquellos que no lo lograron, especialmente las mujeres. Los que no hubieran nacido entonces, quedarán advertidos ante las propuestas de retroceso que algunos proponen. Una risa que provoca una reflexión final.