En una pequeña villa de la campiña francesa, cerca de París, el tiempo allí estaba como dormido, y los relojes perezosos les costaba trabajo, marcar las horas, tal era la lentitud, que el reloj del campanario de la plaza de la villa, se pasaba el día dormitando y bostezando.
Menos mal, que Antoine, que era el encargado de supervisar el reloj de la torre, y apagar y encender las luces de la pequeña aldea, era muy madrugador y antes de que despuntase el alba, siempre solía ir con un apagavelas, para apagar las velas de la pequeña villa, puesto que allí todavía no había llegado la famosa luz eléctrica, y de paso miraba el reloj de la torre por si acaso se paraba, y no daba las horas.
En toda la villa había como unas 200 velas, y todos los días del año, con sus respectivas noches, Antoine, encendía y apagaba las velas de los faroles.
Una tarde noche, que le dio por refunfuñar, estando encendiendo los faroles, se dijo para sí…__¡¡El día, que traigan las nuevas luces a la villa, podré descansar de este tedioso trabajo, ya que siempre es lo mismo, enciende-apaga-enciende-apaga, hasta que se consume la vela y la cambias por otra nueva!!
Se había alejado lo suficiente, para no escuchar el murmullo de varias voces, que hablaban muy bajito.
Eran dos velas, que se habían quedado algo traspuestas al oír al operario decir aquello, a lo que una de las velas, le dijo a la otra que estaba un poco más consumida _ ¿Y, que va a pasar con nosotras cuando llegue esa famosa cosa? ¿Qué es eso de electricidad? A lo que, la otra que estaba más consumida le contesto _ No sé lo que es, puesto yo no viviré mucho para verlo, pero creo, que no es nada bueno, a lo que otra vela, que había unos pocos metros más haya le dijo:_ Yo vengo de la gran ciudad y en la última estantería que estuve de la ferretería, antes de traerme aquí, con un cargamento de velas como nosotras, pude oír y decirle el tendedero de la ferretería, al señor que se nos llevó _“Toma Antoine” estas son las últimas, que pronto llegaran las bombillas de luz eléctrica.
Al oír lo que la vela les contó, la vela más consumida pronto entendió lo que pasaría, y para no angustiar a su compañera, le dijo: _ Todavía falta mucho, para que llegue ese día, no te preocupes por nada que nosotras siempre seremos útiles para los humanos de la villa.
El tiempo como nuca se detiene, llego ese día y las primeras, bombillas de 40 vatios, en ponerse se pusieron en la plaza mayor de la villa, el ayuntamiento y la casa del médico, durante un tiempo convivieron las bombillas y las velas hasta que al final las dos últimas cajas de las velas fueron guardadas en el almacén del ayuntamiento, que estas últimas veían con ojos maliciosos a las atractivas bombillas.
Pero el gran problema llego a la villa, cuando Antoine trajo las nuevas bombillas de 100 vatios, estas eran más potentes y su claridad era mejor que las de 40.
Entraron en guerra las dos clases de bombillas, ya que las primeras se creyeron que serían las únicas, puesto que las 100 llegaron muchos años después, estando en el almacén no era raro ver, varias bombillas de las dos clases dañadas, muchas de ellas se pisaban entre sí o se golpeaban, chascando la gran burbuja de cristal que protegía el filamento, hubo muchas pérdidas, porque también explotaban mucho las bombillas que estaban puestas en los faroles.
Hasta que una tarde Antoine, miro en la caja de la reserva y vio, todo aquel desbarajuste, en una de las cajas ponía una nota… “Estas bombillas están defectuosas” tuvo que llevarlas a la ferretería a que les dieran una nueva.
En vista de lo que pasaba, las dos bombillas más veteranas de las dos clases llegaron a un acuerdo de reconciliación, para no seguir en aquella guerra absurda, que no llegaba a ninguna parte, puesto que lo primero que se les vino a la mente a las dos veteranas fue, que cuando hubiese un gran apagón y no hubiese corriente eléctrica, como iban a dar luz a la pequeña villa, estarían condenadas a la oscuridad absoluta, así que no volvieron a pelear entre sí nunca más.
Y como era de esperar, una noche de duro invierno con una tormenta eléctrica, el cielo se volvió blanco de los rayos y truenos, las pobres bombillas empezaron a explotar, hasta que un rayo apago a todas las bombillas, condenado a la villa a una oscuridad eterna.
En vista de que no había luz en la villa, Antoine fue al almacén a por las cajas de velas que allí guardo por si alguna vez le volvían hacer falta.
Y así fue como tanto velas como bombillas, terminaron forjando una buena amistad.
*** Fin***
Pd , Os deseo una feliz tarde de Miércoles , besos de Flor.