Foto :Aldo SESSA |
AMANDA se llenaba de temores a esa hora. La oscuridad como un manto tapaba la ciudad y la gente buena que le daba unas monedas se esfumaba. Miró con desconfianza a su alrededor, en cualquier momento empezaban a salir las alimañas. Arrastrando su atado de ropa mugrienta se sentó en un lugar que juzgó seguro y sacó de una bolsa un pan que mordió como pudo con sus escasos dientes.“Felipe ¿Dónde estás? –dijo en voz alta- ¿Cuándo me vas a venir a buscar?”.
GERARDO circulaba por Avenida Corrientes. Estaba a dos horas de finalizar su turno en el taxi y no había recaudado nada. Un mensaje de su mujer en su teléfono celular le recordó que debía comprar comida. “Eso si rasco un mango” pensó. En la esquina de Corrientes y Malabia una mujer le hizo señas. Frenó el taxi y recibió con una sonrisa a la pasajera. “¿Adónde?”.“A Diagonal y Florida”
CORREA le entregó a su jefe Sandoval las fotocopias del relevamiento de personas en situación de calle, que había realizado un ejército de asistentes sociales contratados por la alcaldía de la ciudad. Estaba muy excitado con aquella nueva misión y con su trabajo actual que le permitía nada más y nada menos que codearse con el alcalde. Emocionado recordó las palabras del gobernante: “Muchachos, hay que limpiar esta ciudad. Lanzaré a la calle corderos de día y lobos de noche. Ustedes son mis lobos”. Correa sonrió, le encantaba pensarse a sí mismo como un lobo.
SANDOVAL, oficial retirado de la Policía y actual jefe de seguridad de la alcaldía, tomó los papeles con aire ausente, acababa de hablar con su amante que le había dado el ultimátum “O venís esta noche o te despedís de mí”. Miró a Correa que sonreía como un idiota “Yo no voy a ser de la partida -le dijo sin más preámbulos- ¿Vas a poder hacerte cargo?”, “Sí jefe, por supuesto. Quédese tranquilo”. Sandoval inexpresivo le devolvió las fotocopias.“No la cagues” le advirtió y luego salió apresurado rumbo a la casa de su amante.
GERARDO dejó a su pasajera en Diagonal Norte y Florida y siguió hasta la Plaza de Mayo en donde levantó a un viejo de peinado engominado que le pidió que lo llevara a “Falcón y Pumacahua”. El taxista condujo en silencio como era su estilo. No le prestó atención a su pasajero hasta que lo escuchó balbucear y lo vio desmayarse tras sufrir algunas convulsiones. Gerardo sin saber que hacer frenó y bajó la bandera. Miró al viejo que permanecía inconsciente o quizás muerto en el asiento trasero. Le metió la mano en el bolsillo interno del saco para quitarle la billetera y retrocedió al ver que llevaba una pistola. Tras lanzar una maldición, puso su vehículo en marcha y se dirigió a la autopista. Mientras dejaba tirado al hombre en un lugar solitario pensó “Qué Dios me perdone”.
AMANDA vio como arrojaban a alguien de un taxi y se acercó despacio. Con cautela giró el cuerpo y sin poder creer lo que veían sus ojos gritó: “Felipe, viniste Felipe”. Arrastró con torpeza el cuerpo hasta donde estaban sus trastos y besó con pasión al hombre desconocido que apenas si respiraba.
CORREA descendió del automóvil detrás de sus secuaces y observó como rociaban con gasolina a una mendiga y su pareja. Era la segunda “limpieza” que hacían esa noche. Se acercó morboso para ver bien de cerca la pira. Un segundo antes de que todo ardiera, le pareció reconocer el rostro del mendigo. Incrédulo susurró: “¿Sandoval?”, pero con un “Dale boludo se hace tarde” sus compañeros lo metieron en el automóvil y lo alejaron raudamente del lugar.