Tras el encuentro en la cocina de Ilse con su madre Carlota, donde ambas se cruzaron palabras , casi hasta llegar a la disputa; aunque por suerte sin haber llegado a la discusión verbal que se palpaba amenazante, allí, entre el menaje de cocina; y la tarta de cumpleaños con el número 18 dibujado sobre la nata montada, que cubría el bizcocho de limón. Hace una hora que cada una inició su particular retirada... Ilse subió a su dormitorio, agitada, irritada, bastante confundida... Carlota atravesó la calle, con pasos cansados y mirada triste.
Ilse dirige su mirada, a través de la ventana del balcón abierta de su dormitorio. hacia la acera de enfrente. Desde que ella era una niña, al mediodía cuando los rayos de sol lucían, la fascinación de aquellos brillos acristalados, la fascinaban, la movilizaban, la atraían, y la dominaban. Aquella multitud de abalorios relucientes, la transportaban a mundos mágicos, que dándola paso del mundo visible hacia el invisible; un mundo que del que ella sentía su poderosa atracción; podía olerla, tocarla, escucharla, oyéndole allá en algún lugar remoto.
¿ No sé porqué debo continuar la tradición, tras varias generaciones. ?- se preguntaba Ilse mientras un vendedor de periódicos anunciaba una posible guerra civil.
Yo no quiero pasarme la vida en una esquina- situada entre la calle Sueños y la calle Desencantos- , apoyada en el respaldo de una silla , la cual pertenece a mi abuelo paterno; vendiendo abalorios, que colgarán de cuellos a modo de collar, o en su caso a modo de pendientes. Yo no tendría la habilidad de poder ver en los rostros de los paseantes, cual de aquellos objetos, la salvaría de sus deseos incumplidos, de sus anhelos insatisfechos. ofreciéndoles collares, pendientes , pulseras, prometiendo belleza, ilusiones, posibles amores, en definitiva falsas ilusiones. Realmente Ilse nunca había comprendido, como su madre Carlota, podía pasarse las horas, los días, los meses- toda su vida-, sin querer ver el Mundo. Sin anhelar, paraísos de selvas y cascadas. De guirnaldas tejidas de orquídeas y nenúfares, mecidas al ritmo de los cantos de colibríes y otras aves exóticas..
Ilse cerró la pequeña maleta. Introdujo el sobre con la carta recibida la última noche. Su decisión estaba tomada. El pasaje de barco , casi le quemaba la mano. Deberá estar en el puerto a las tres de la tarde. Cerró la ventana del balcón. Abrió la puerta del dormitorio , mientras acariciaba el collar de abalorios irisados que adornaba su cuello. De repente con un gesto decidido, rasgó el collar, cayendo las cuentas de cristal al suelo, que irremediablemente se deslizaron sobre los peldaños de la escalera que llevaba a la calle.
Ilse abrió la puerta que daba acceso a la via pública y , paralelamente a su primer paso una cuenta de cristal rodó libre calle abajo, en busca de nuevos escenarios, al encuentro de nuevas experiencias.., Mientras sujetaba con firmeza la maleta, cuya etiqueta mostraba la palabra “ América”. Ilse sonrió feliz .
© Berta Martín de la Parte
17/ 11/ 2022
Participación juevera en la convocatoria de Moli