Tras varios encuentros caóticos y fallidos en nuestra relación, quedé con mi compañera de oficina en mi apartamento, La verdad estaba deseando provocar a mi vecinita como si algo en mi interior estuviera volviendo a mi pasado de pecado.
Después de una cena suave donde dije lo enamorado que estaba de ella y mi necesidad de avanzar en nuestra relación, mis manos recorrían su cuerpo desnudándola, cuerpo a cuerpo y su boca cedió ante mis deseos.
—¿Somos novios entonces? —le pregunté.
—Estaba deseando oírtelo, cielo. ¡¡¡Sííííí!!!
La oía animada porque yo andaba a otra cosa entre besos y esas caricias en su sexo algo descuidado, con aquel enjambre de vello que se enredaba en mi boca. La escuché gemir, gritar mi nombre y rezar a no sé qué Dios cuando la penetré sin demasiado tacto. Necesitaba que alaridase de placer, que mi vecinita entrometida la escuchase e hiciera alguna de las suyas.
La volteé, dejándola presta y mansa para mí, mientras engañaba sus deseos masajeando su espalda hasta meterme en el abismo de su final. En un momento dado, sus gemidos se hicieron más protesta y mis movimientos más salvajes hasta desfallecer de placer sobre su bonita espalda.
—¿Por qué me has penetrado por ahí sin avisar ni permiso?
—¿No querrás correr el riesgo de quedar embarazada la primera vez, amor? —respondí.
— ¿No será así siempre, verdad?
— Al menos el primer año, ya encontraremos algún modo de precaución.
Se vistió y salió sin despedirse, mirándome furiosa. No creo que mis palabras la convencieran, pero tampoco dijo nada entonces.
A la tarde, coincidí con mi vecina y, volviendo su cara, me soltó:
—¿Ya te has librado de ella, no? Seguro que Min está de vuelta. ¡Qué excusa más ridícula, traidor!