Terminaba ya su clase magistral diciendo:
- La vida es sabia. Cuando la
noche lo cubre todo, solo cabe maldecir la oscuridad y dormir.
Todos los asistentes asintieron. Él se
sintió satisfecho, solo en parte, porque sabía que por ahí había un alma
inquieta, llena de mil preguntas curiosas, guardando silencio hasta el momento
preciso. Ahí estaba. La vio al levantar la vista, al fondo, con la mano alzada
y esa mirada que parecía abarcarlo todo. Unos mechones cubrían su frente y más
pelusilla que barba, amenazaba con despuntar en su imberbe piel. Tenues ojeras
eran el alfeizar de uno ojos vivos, de intenso y propio brillo y el sonido más
callado retumbaba entre aquellos labios carnosos preparados para encauzar
palabras, a veces, imprudentes.
A un gesto del sabio, el joven habló:
- Y si, en vez de maldecir la noche y
dormir, encendemos una vela. La vida a media luz sigue siendo hermosa -sonrió-.
Los cuentos tienen otra magia, las historias de miedo son más emocionantes, los
besos apasionados saben a miel, los tímidos encuentran el arrojo, los
entrecortados encuentran el valor para hablar... -E hizo una pausa que retronó
sobre los presentes-. ¿Qué hay más bello que amar, ver y rozar una piel a media
luz? -Ahí estaba siempre la sincera pero imprudente anotación-. Si los dioses
nos han dado capacidad y conocimientos, ¿debemos usarlos o, simplemente, no
hacernos preguntas y malgastar parte de la vida en respuestas estúpidas y
acciones baldías?
El maestro guardó silencio. Respiró hondo
pero con suma calma. Levantó sus brazos y mostró las palmas hacia sus pupilos,
ofreciéndoles el contenido invisible que había en ellas.
El discípulo iba a proseguir pero un gesto
del sabio le hizo guardar silencio.
- ¿Qué decís vosotros, mis jóvenes
aprendices?
- Con una vela no se ilumina toda la
oscuridad -respondió uno. El maestro asintió con un ligero gesto de cabeza al
tiempo que seguía manteniendo la mano derecha extendida hacia el joven curioso,
controlando su impronta.
- La oscuridad es demasiado grande para
eliminarla con una sola vela, maestro.
- ¿Alguien más tiene algo que decir que no
seas tú? -preguntó mirando a su ágil pupilo, quien le sostuvo la mirada con el
máximo respeto.
Se mordía las palabras en la boca, se ahogaba con ellas.
Aquellas respuestas eran ciertas pero limitadas, un ignorante vacío ante la
realidad. Durante unos largos minutos insistió el silencio. pero cuando el
joven pensó que su turno de rematar había llegado, el maestro los mando sentar
a todos.
- Vuestras palabras dicen verdad en todas
sus versiones, extensas o cortas, pero adivino que todo lo que digáis será en el mismo
sentido y también erraréis. La noche fue pensada para descansar y se
crearon las bestias nocturnas para que exista vida también en ella. Podemos alargarla incluso vencerla algún
tiempo o algunos metros. Lo que no debemos es escondernos en ella o en penumbra
para tapar nuestros miedos o defectos y sentirnos más audaces y atrevidos
escondidos como bestias.
»El hombre debe enfrentarse a sus defectos
con valor y paciencia, esconderse no es una opción para la felicidad. Crearíamos
otro mundo con los que habéis nombrados y los feos o deformes o diferentes.»En el mundo debemos tener cabida todos, ayudándonos
y aceptándonos, también con la maravillosa luz del día.
»Dicho esto: Es
mejor encender una vela que maldecir la noche.
»Debéis reflexionar si es asi... -dijo el maestro para juntar sus manos sobre el cruce de sus piernas.
"Más vale encender una vela que maldecir la oscuridad".
Aforismo atribuido a Confucio