Después del episodio de la sal hace las tareas de mi casa de manera habitual -para eso la contraté- pero está distante conmigo, creo que molesta porque piensa que la embauco para llevármela a la cama. Pienso que ha empezado por un poco y ahora se le ha ido el tema de las manos. Las cosas entre nosotros están claras, o eso creo pero por su parte... Además, andaba enfadada con su novio. La vecinita estaba triste.
Había quedado a cenar con la última cita que salió corriendo de mi casa, para reconciliarnos y hablar de trabajo. Esta vez eligió un lugar público.
Antes de ir a cenar dejé unas velas por la escalera. Siempre hay que tener un plan B, aunque parezca ridículo.
La cena fue correcta. Me esforcé en ser divertido, incluso hablando del ultimo documental en mi casa. Ya en mi apartamento, me encargué de que se notará mi presencia. Esperaba noticias y no se hicieron esperar. Escuché las llaves y a mi vecinita preguntando por las velas, en realidad preguntó por las putas velas. Esta niña no mejora su vocabulario y tampoco en su conducta, que tenga llaves de mi casa no significa que pueda entrar como Pedro por su casa cuando a ella le venga en gana. Tengo que hablar seriamente con ella o me meterá en algún lío.
Se comió lo que no me había cenado del chino y me pidió, mejor dicho, se cogió, una cerveza. Le conté que estaba algo rayado y sigo unas pautas que me dio una compañera para limpiar mi casa -de malos rollos-. Por hacerlo no pasa nada y dejándola preguntar poco a poco entramos en conversación mística, si es que se puede conversar así con ella.
Pregunté por su novio. ¡Mal! Una chapa de media hora. Pobrecita y pobre de mí. Intenté calmarla, cogerla de la mano, unos masajes en los pies mientras intentaba abstraerme, sinceramente, de lo que me contaba hasta que llegado un punto sus lágrimas me conmueven y acabamos besándonos.
Como soy como soy, se me ocurrió hacerla reír. Fui a mi habitación y, tras la conversación esotérica que habíamos mantenido, creo que estaba bastante sugestionada. Así que la llamé azoradamente.
-¡Un fantasma?, ¡un fantasma! ¡Por Dios! -exclamé. No sé si aquello funcionaría. Cabían dos posibilidades de acabar en la cama: Enfadados o con risas.
Creo que no me entendió por cómo entro en la habitación. Después me llamó gilipollas con una sonrisa y luego descubrió al fantasma intentando azotarlo. ¡Uff, eso no que es delicado! La sujeté y nos dimos contra la pared -acabamos demasiadas veces contra ella-. La mordí suavemente mientras me encargaba de liberar sus pechos para hacerlos reos de mi boca al tiempo que alzaba sus brazos para retenerla por las muñecas. Con una mano me sirve para asirla. La otra, la otra es para jugar a mis cosas. Sentirse dominada le gusta y a mí me vuelve loco esa sensación de poder. Es una chispa que prende una llama que convierte aquello en un fuego voraz como el de nuestras ganas sobre la piel, hurgando, descubriendo. Relamí y lamí sus axilas sorprendiéndola... y... mi fantasma la poseyó sin piedad. Es un pervertido, encantador pero pervertido. Eso le dije al acabar. No respondió nada.