Demasiados días con demasiada paz, mi mente se estaba
llenando de perversiones y mi boca echaba de menos mi licor favorito. Mi
vecinita subía a horas incompatibles conmigo, me evitaba para realizar sus
labores de limpieza en mi piso.
Con Min, desde que su
marido vino de Corea, no sabía de ella y ya saben el dicho: "Cuando el
diablo se aburre con el rabo mata moscas". Decidí darle una patada al
avispero y provocar cosas.
Me presenté en el restaurante, la saludé cordialmente y
pregunté si podía llevarme el pedido a última hora. Asintió con la cabeza sin decir
nada.
Entró como siempre en mi piso, dejó la cena sobre la mesa con gesto ceremonioso. Su cabeza se inclinaba hacia abajo.
- ¿Todo bien, amor? -le susurré al oído mientras giraba a su
alrededor.
- Sí, ya sabes todo. No sé qué decirte más.
Levanté su cara y la besé en la boca. Su reacción fue confusa. Quería
retirarse y, a su vez, lo deseaba.
- Te echo de menos -dije, mientras mis manos la rodeaban.
Su
respiración nerviosa era conocida para mí. Con sus labios entre mi boca
intentaba decir que era una mujer casada y sonaba a un, por favor, nada creíble. Ya apoyada sobre la mesa y con la falda a la altura de su
cadera, bajé a su sexo pero me paró. "Esto se acabó", pensé.
Fue al baño. Dejó la puerta abierta y observé cómo frotaba su sexo con una toalla húmeda. Al salir, volvió a enredarse en mi cuerpo como una serpiente, dándome por fin su cuerpo
y mi licor favorito.
- Desnúdate y ofréceme tu cuerpo sin pudor. Ahora tienes más
morbo para mí.
La penetré con firmeza. Usé palabras duras y la azoté enérgicamente. Me miraba sin entender pero no vi atisbo alguno de repudia.
- ¿Tienes hijos? ¿Cuántos? -interrogué mientras mis azotes eran más duros y ella no podía
parar de hiperventilar.
Al final de una sesión de azotes y lamentos, confesó
tener un hijo mientras profanaba esas nalgas en pompa y la masturbaba a su vez con un cómplice de juegos. Eran gemidos y quejidos por partes iguales y mi
perversión crecía, asegurándome de que mi vecinita los escuchaba o quizás nos
espiaba. Eso me daba un morbazo tremendo.
Acabé aplacando mis deseos después de un par de semanas de abstinencia. La
apoyé en la mesa mientras la besaba y mi cómplice remató la faena.
Me confesó que aquello era vergonzoso para ella, pero su lengua seguía por mi boca y sus brazos enroscados en
mi cuello. Se hizo la calma. Solo se escuchaba su respiración agitada con su
cabeza inclinada hacia abajo, apoyada en mi hombro.
- Las cosas entre nosotros precisan cambiar, Min- -E hice una pausa en tanto le acariciaba el pelo-. No puedo ser ni tu novio, ni tu amante. Ne gustaría enseñarte un camino nuevo, si tú deseas, un camino donde conocerás el verdadero sentido de la libertad... y vivirás esta relación conmigo de una manera totalmente diferente. Te inspiraré la necesidad de estar conmigo, de desearme, de complacerme en todo... , cómo yo quiera y cuándo quiera, que acabes, libremente, eligiendo ser mía, totalmente mía. Tener el control de ti, que cedas tu voluntad a mi placer... -Ella me miraba como asustada. No estaba seguro de que comprendiera del todo lo que le estaba diciendo pero habíamos hablado alguna vez y había notado su curiosidad por el tema. No tenía prisa alguna.
Era tarde y pensé en acercarla al restaurante, mientras ella se vestía, me ausenté un momento. Baje a casa de la vecinita.
- Tengo que salir pero, si quieres comida
china, tienes sobre la mesa..., sin tocar.
- ¿Estabas acompañado? -preguntó.
- No seas curiosa -contesté- y no entres al salón. Tengo que
recogerlo -Dentro de mí había una sonrisa perversa. Sabiendo que allí, en el suelo, exhausto, descansaba mi cómplice
y toda la confesión obtenida, y que ella no resistiría la tentación.
Había cambiado algo dentro de mí. Cuando dejas salir a los
demonios, algunos se niegan a volver…