La visita inesperada - Eduardo Zamacois y Zabala |
Roma, mediados del siglo XIX
Las visitas al piso del maestro pintor eran constantes y habituales. Difícil distinguir entre musas o amantes. Una de las tardes sonó la puerta insistentemente y el pintor recompuso su ropa como pudo y, sujetando su paleta de colores, abrió.
- Monseñor, vaya visita inesperada. Ahora no puedo atenderle. Estoy en plena creación.
- Venía a pedir un retrato pequeño para la parroquia pero veo que sí está ocupado...
Avisado por fieles pías quería atestiguar por sí mismo, y ahí se presentó, asomando sus narices hasta alcanzar a la modelo. Ella, apurada, se cubrió ocultando sus encantos pero dejando apreciar su rostro.
El eclesiástico se despidió con una sonrisa malvada. La señora formaba parte de la aristocracia de Roma. La curia sabría sacar partido de forma política, económica y carnal. Seguramente, él también.
El miedo al pudor, a mostrar el cuerpo, nos hace cometer errores graves. Nadie reconocerá nuestros miembros normalmente tapados y sí nuestra cara siempre liberada.
Como dijo Einstein "es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio".