(Autora: ©Lady_P)
Llegué muy temprano al Museo. Aquel día me tocaba recibir a
un grupo de expertos en pintura española de los siglos XVII al XX. Desde hacía
casi una semana habíamos preparado una selección en una de las salas más
amplias en la que pasaríamos varios días analizando pormenorizadamente las
obras.
Nada más entrar, cuando me dirigía a mi despacho, me pareció
observar una enorme sombra apostada en una cristalera. De entrada pensé que
serían los de la limpieza pero enseguida percibí que alguien me seguía, aunque
jugaba conmigo y desaparecía cuando me volvía a mirarla. Abrí el despacho.
Entré, solté el abrigo y el bolso, y después de descansar unos minutos, me
dirigí a la sala de exposiciones para comprobar que todo estaba a punto para
cuando llegase la comitiva. Entonces, al introducir la llave en la cerradura
para abrir la puerta, sentí que alguien me empujaba desde atrás y de inmediato
cerraba la puerta tras de sí. No podía creerlo. Me encontraba ante la mismísima
Monstrua en persona. Con su vestido rojo anaranjado y sus cintas en las
coletas. Ella me miraba con el ceño fruncido, enfurruñada, con cara de pocos
amigos. Yo busqué con la mirada el cuadro que, para mi sorpresa, permanecía
colgado pero vacío como un recortable…
Me pareció una escena tan surrealista que no daba crédito y
no podía hablar porque no lo podía creer. Eugenia Martínez Vallejo, apodada la
Monstrua, se había plantado delante de mí, me miraba fijamente e iniciaba un
largo monólogo: «¿No podías haber elegido otro cuadro? Ya se rieron de mí en la
Corte durante años. Además de Monstrua me llamaban gorda y otros apelativos
inimaginables. A ver ¿Qué pinto yo entre mujeres tan esbeltas como la ‘Maja’?
Para tu información y la de tus amigos te diré que no me dejaban adelgazar y me
cebaban, me daban de comer a todas horas para que no perdiera un gramo. Tenían
que ayudarme a vestirme y a calzarme. Fui muy desgraciada. Me llevaron a
palacio en tiempos del rey Carlos II, el Hechizado, junto a otra ‘gente de
placer’, bufones y enanos. Nuestra misión era divertirlo aunque él se reía
poco, siempre estaba enfermo y apenas hablaba ni se sostenía en pie. Para colmo
me pintaron vestida y desnuda, tapada solo por una hoja de parra. Pasé mucha
vergüenza porque todos se reían de mí. Luego durante siglos han seguido
burlándose, mofándose gracias al cuadro y ahora tú vas y me traes aquí para que
sigan haciéndolo estos expertos que vienen a analizar mis ropas, mi cara, mi
papada, mis coletas y mi pose. No. De eso nada. Ya me estás descolgando de la
pared y en mi lugar cuelgas otro. Bastante tengo con seguir de por vida en este
Museo ¿te ha quedado claro?» Esto último lo dijo mientras se ponía de puntillas
para mirarme fijamente a los ojos al tiempo que acercaba su cara a la mía…
Aquellas palabras resonaban en mi interior y su grito
retumbaba fuerte dentro de mi cabeza que giraba de un lado a otro hasta que
abrí los ojos y comprobé que seguía en mi despacho, acomodada en una butaca,
descansando tan plácidamente que me había dormido. Respiré hondo y pensé que
aunque todo había sido un sueño me había resultado tan real que sentí una
enorme compasión hacia aquella niña de enormes proporciones y ante la vida tan
sacrificada y cruel que había llevado. Y sin dudarlo me levanté, fui hasta la
sala donde estaba la exposición, me coloqué ante el cuadro y mirándolo afirmé
contundente: «No te preocupes. Voy a descolgarte y colocaré otro en su lugar
¿de acuerdo?» Y entonces sucedió que al mirar su cara, la Monstrua me guiñó un
ojo. Y yo, lejos de extrañarme, le devolví el guiño y me marché sonriente y
satisfecha, dispuesta a dar las órdenes oportunas para que retiraran el cuadro
de la exposición… Por cierto, los expertos quedaron satisfechos y el evento
resultó todo un éxito para el Museo.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Surrealismo”)
Todo un sueño que logro contentar y hacer un poco más de justicia. Un buen relato. Besos
ResponderEliminarBuen relato!
ResponderEliminarSaludos!
A mí me guiña un ojo un cuadro, saco a mil por ahora aterrada. Un abrazo
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