(Autora: ©María Cristina García)
Me presento. Soy Verónica Rodríguez, la directora de esta compañía de teatro... Bueno, compañía, por llamarla de alguna manera, porque las actrices son unas inútiles, no saben hacer nada, ni bailar, ni cantar... nada de nada. Y no digamos el resto del elenco, las modistas, el regidor y la productora... a cual más desastre.
Mira, ayer teníamos que hacer el ensayo general y al regidor se le olvidó poner los carteles de: “Hoy ensayo general”. Pues no sé cómo, hubo gente que se coló al teatro y llenaron el patio de butacas. Y eso que la taquilla estaba cerrada, no había portero ni acomodadores, lógico ¿verdad? el estreno es hoy, no ayer. Pues a nadie se le ocurrió comprobar que la puerta de entrada estuviese cerrada, así que empezó a entrar el público, pensaron que iban a gozar de un espectáculo gratuito... Bueno, el espectáculo sí que lo dimos. Imagínense la sorpresa que tuve, cuando salgo a escena y me encuentro aquel panorama.
Les informé de su error, que el estreno sería al día siguiente, o sea hoy. Me presenté y les dije nos tocaba hacer el ensayo general, que no podían estar allí, que hiciesen el favor de marcharse... Nada, oye, que no se iban.
De repente, entró
hecha una furia Julia Rius, la productora, protestando no sé qué del texto de
la obra. Siempre me viene con cambios de última hora, encima delante de toda esa
gente que ni había visto.
Roja de vergüenza, le advertí que no estábamos solas. Se quedó de piedra. La dije que se presentase y lo hizo recalcando que ella era la que pone la pasta; el “money, money”, siempre presume de que se formó en Broadway y por eso se le escapan palabras en inglés.
En eso que entra Míriam, una chica del coro que también se sorprendió de ver público. La pregunté que como estaba, se nos puso a llorar porque la había dejado su novio ¡Menudo drama! Pero pronto se recuperó y se presentó ante todos. Mientras tanto llegaba la Maña, no me refiero a la vedette del Molino, a esta la llamamos así, porque también ha nacido en Aragón, su nombre real es Virginia. Nos preguntó por Pepe, el electricista, que resulta que le tenía que cambiar una bombilla de su camerino porque no veía nada, y como no le encontraba por ningún lado, se le ocurrió intentarlo ella misma, se cayó y se rompió el pie. Ahí la teníamos con muleta y todo. Solo nos faltaba eso, una de las bailarinas con la pata rota. No sé qué más podía salir mal.
Bueno, aunque fuese con público, teníamos que preparar el ensayo, ya que el estreno era para el día siguiente, o sea, hoy. Había que arreglar el escenario y el vestuario, llamé a Encarnación y a Pepita, la modista de la compañía. Menudo par, una que no para de hablar y la otra fastidiada de la vista y el oído, que no se entera de nada. Teníamos mucho trabajo que hacer. De golpe, entró Brigitte, nuestra vedette, exigiendo a las modistas que arreglasen su falda demasiado larga que no dejaba ver sus maravillosas piernas. Cuando se dio cuenta de que había público, se presentó como la estrella del espectáculo. La verdad, es que todos se lo estaban pasando en grande y no se movían de sus butacas, mientras nosotras, en el escenario, intentábamos ordenar aquel desbarajuste.
Entonces llegó Alberto, el regidor, quejándose de todo y de todos. Le eché en cara que no había puesto el cartel informativo del ensayo general y que la puerta principal estaba abierta, permitiendo la entrada a cualquiera.
Se presentó excusándose que se olvidó de lo del cartel pero que nadie le hacíamos caso.
Se me ocurrió decir que nos preparásemos para ensayar el número del cabaret ¿En que estaría pensando yo? Solo estaban presentes Miriam, Brigitte y la Maña, con su pata rota. El regidor nos dijo que había que organizar el atrezzo, la iluminación, el sonido, etc. y que como no había llegado el resto de las bailarinas, teníamos que sustituirlas entre todas, incluidas las modistas. Me quejé, pero al final tuve que hacerle caso. Llamé a Julia para que volviese a escena, no veas cómo se puso ¡Ella, la productora, bailando, como una corista cualquiera! Pero Alberto la acabó convenciendo.
Cuando ya habíamos preparado las sillas para la coreografía, Miriam dio un grito desgarrador que nos asustó a todos, se le habían caído las lentillas. Alberto trató de buscarlas en vano, así que salió un momento y volvió con unas gafas para todas. Ya no quería más interrupciones.
Sonó la música y todas
en nuestras sillas seguimos las indicaciones del regidor, hasta casi el final,
que hubo bastante caos, porque no sabíamos en que silla teníamos que acabar.
Julia y yo nos marchamos, ordené a las chicas que ensayasen, que buena falta hacía.
Parece ser que después de tanto bailoteo, les entró hambre, y empezaron a decir que les apetecerían unos bocadillos. Encarnación y Pepita les hicieron notar que era una falta de respeto hacia el público, a no ser que les invitasen también. Así que Alberto empezó a preguntar a todo el mundo de qué querían el bocadillo ¿de jamón ibérico, de chorizo de Cantimpalo, de tortilla de dos huevos? Y se fue al bar del teatro para encargarlos.
En eso que se presentó Pepe, el electricista, diciendo que tenía mucho trabajo. Le echaron en cara que nunca estaba cuando se le necesita. En aquel momento llegó Alberto cargado con los bocadillos, cuando vio a Pepe, se asustó, porque ese se lo chiva todo a Julia, la productora, y no sabía cómo le iba a sentar.
Precisamente es cuando Julia entró y notó el olor, quiso que le explicasen que significaba aquel montón de bocatas. Me llamó a mí, que no tenía ni idea de qué tramaban. Al final, ella misma propuso que repartiésemos los bocadillos. Alberto advirtió que solo eran de mortadela ya que el presupuesto no daba para más. Pero, en fin, todo el mundo merendó.
Nos despedimos hasta el día siguiente, o sea, hoy, el estreno.
Y aquí estamos esperando y no hay nadie, a parte de los acomodadores y la taquillera, que acaba de decir que ya es la hora de empezar y ni una sola persona ha venido a comprar la entrada ¿Será porque les dijimos que hoy no habría bocadillos?
(Relato
perteneciente a la propuesta de Variétés: “Surrealismo”)