(Autor: ©José Luis Asensi)
Hay aficiones que pueden suscitar desde cierta satisfacción a incredulidad o miedo
como es el caso de aquella noche en la que ocurrió aquello tan extraño, hace
bastantes años.
Desde hacía algún tiempo, un telescopio, una cámara, un
temporizador, un trípode y algún elemento más, se habían convertido en nuevos
compañeros de aventuras. La aventura de poder observar el firmamento y sacar
fotografías de aquel inmenso espectáculo. Algo compatible también con la
contemplación y admiración nocturna
que la naturaleza producía en mí. Una sensación de bienestar y calma por la quietud y soledad que el
entorno provocaba, conjugada con ese temor
de estar a esas horas en mitad de la montaña.
Aquella noche era una noche despejada, con estrellas y las
luces del valle brillando a lo lejos como luciérnagas. Nadie más alrededor.
Por otra parte no era la noche más adecuada pues alguna nube
se interponía entre nosotros sin que ello fuera un obstáculo que me pudiera
ocasionar decepción ni ningún otro
tipo de molestia, al contrario,
estaba en ese momento de encanto,
poseído por aquel paisaje de sombras y figuras arbóreas y su contemplación, y
por aquel aíre puro con perfumes de montaña y hierbas aromáticas.
¡Vaya! Aquella constelación es Casiopea, en forma de uve
doble, aquella es la Osa Mayor, aquella es Andrómeda, aquella Sagitario...
Pero, para mi sorpresa,
algo ocurrió. En una de aquellas nubes que flotaban en aquel cielo nocturno se
encendió como una gran llamarada mientras las luces del valle se apagaban. Todo
se ralentizó, se quedó quieto, un instante de vacilación se apoderó de mí. No sabía si quedarme quieto o salir
corriendo de allí ante el asombro
que algo tan extraño ocasionaba en mí.
Opté por quedarme allí, y como si no hubiera pasado nada, la
luz de detrás de aquella nube se apagó y volvieron a brillar las del valle, tal
vez con más intensidad.
Con resignación y alborozo y la contrariedad por no haber podido sacar ninguna fotografía aquella
noche, pero la alegría de haber
contemplado aquel fenómeno tan inusual, fui bajando como a cámara lenta de
aquella montaña tan habitual para mí, camino de casa, con la reserva que era normal y la esperanza de poder volver a tener una
experiencia de aquel tipo.