La llamada “voz de la conciencia” se origina en las profundidades del ser, donde están registradas las cualidades más básicas y naturales.
La pureza y el poder espiritual originales intentan proteger al ser de su propia obstinación. El impulso de querer ser mejor o de hacer el bien surge de esa esencia divina individual. La propia alma sabe por intuición que su estado natural era poderoso y puro y que, con el paso del tiempo, fue perdiendo progresivamente el acceso a ese estado. Las características originales fueron enterradas tan hondo que, en la mayor parte de nosotros, esa voz interna apenas es un gemido.
Al enfrentarse a malos hábitos, tendencias, credos, informaciones y valores actuales, muchos de ellos contrarios al sentido original, la conciencia tiene poca o ninguna influencia sobre la dirección que el ser toma.
Inventamos tantas excusas diariamente, y con tanta facilidad, que no lo pensamos dos veces a la hora de argumentar razones para cubrir alguna deficiencia del ser. Puede deberse al miedo a que nos critiquen o a perder nuestra imagen que usamos excusas para esconder debilidades. Puede que incluso sea simple pereza de emprender un cambio positivo.
Y, entonces, la vida pasa inexorablemente, días tras día, y las medidas que podrían hacer más fácil y agradable mi viaje son ignoradas por la ilusión de que, en algún día especial del futuro, me sentiré fuerte y haré algo al respecto. Me olvido de que el mañana es el fruto de las semillas que plante hoy. Si no actúo hoy, es probable que no lo haga mañana.
B.Kumaris
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