No existe atajo para la ruta de las cosas,
no te fíes del sonido comprensible,
de los surcos peinados a machete,
de las lindes, de la sangre,
de los muertos bajo el alambre enroscado
en los ojos de los viejos armados,
de los papeles sin tacha,
de las bestias de premio y castigo,
de nadie.
Fíate de los buitres y del musgo de las piedras,
de los cadáveres en descomposición de los excursionistas
que robaron antes que tú las naranjas
de las huertas del camino,
de las hierbas que saben
por dónde les da el aire,
del efecto sedante de los suspiros
de los hermanos del ruido
y de los zapatos torcidos bajo las sogas
de las ramas del olivo.