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08/09/2024

Bajo las nubes de Berlín


VadeReto de Septiembre 2024
Blog: Acervo de Letras

¡Buenos días, Claudia! 

Pero mujer… cada día est��s más guapa y radiante. 

¿Qué a dónde voy? me tienes calado ¿eh? 

Voy a ver si consigo algo de carne para hacer a la parrilla. No sé, alguna ardilla o pájaro, o aunque sea una lagartija… ya ves que el huerto no da para más. 

¿Qué? ¿Qué si podré traerte algo bonito para ti? ¿Un vestido, una pulsera o un perfume?

No sé… No tenía pensado ir a ver tiendas.

A ver, yo necesito comer.

Ya sé que tú con tu dieta nomedalagana, no necesitas más. Pero yo necesito mis calorías. Sino ¿Quién te haría compañía? 

Bueno, mi preciosa Claudia. Me voy pero llegaré como siempre, antes de que te des cuenta. 

_____________________


Hans se abrochó el chaquetón y se aventuró en las solitarias calles de Berlín. Silbando feliz, con su rifle cargado a la espalda, le daba igual que el brote comenzase hace diez años, que el último humano que viese fuera de su casa, hiciese cinco, y que los infectados se hubiesen desintegrado por completo, dos años atrás. Él tenía a su Claudia para él solo. 


Caminando en busca de algo para cazar, babeó al ver un pequeño ciervo en medio de la ciudad. Tenía tantas ganas de proteína animal que no se percató de un gran bache en medio del asfalto. La punta de su bota tropezó, con la mala suerte de fracturarse el tobillo. El aullido de Hans rompió el silencio de la vacía urbe. 

El cervatillo, corrió asustado y, de entre algunos coches abandonados, salió un imponente ciervo que no dudó en cornearle para proteger al pequeño. 

Hans no tuvo tiempo a disparar su rifle. Con la fractura y la cornada, nada podía hacer. Claudia no podía salvarle. Ni siquiera sabía su ubicación. 


En la casa, todo parecía estar como siempre. Nada se había movido. Ni el televisor que no funcionaba, ni el sofá o las cortinas. Tampoco el standee, la figura a tamaño real de cartón de Claudia Schiffer, el amor platónico de la adolescencia de Hans, que había encontrado en una de sus incursiones en busca aprovisionamiento.


01/09/2024

Si no tiene alma, dispara al cerebro

Relato presentado al I Certamen «Cuentos del Bosque Oscuro» Ed. 2024


«Cuando en la tierra habitan seres sin alma, nunca puedes estar seguro de nada. En ningún sitio».


John y Clarissa cargaban con Connor y Chloe, sus mellizos de dos años y medio, tras cuatro meses de intensa huida y caótica supervivencia escapando de los zombis. Habían perdido a todos sus familiares y amigos, ya fueran muertos o vagando por ahí, convertidos.

En este tiempo, la pareja había tenido que aprender a sobrevivir por las bravas, dejando sus prejuicios a un lado, disparando sin contemplación a los no muertos. Unos seres  desposeídos de su humanidad.

Las ciudades, desde el comienzo de todo, se convirtieron en ratoneras con sus altos edificios. Las urbanizaciones de las afueras, no eran una mejor idea. Querían y necesitaban llegar al punto fortificado del que habían oído hablar por radio. Ya no les quedaba mucho, pero debían parar a descansar. A lo lejos, vieron una agradable casita con una humeante chimenea. Caminaron hasta ella y al llamar a la puerta, un hombre que por su morfología, su pelo blanco y su frondosa barba del mismo color, les recordó a Santa Claus.

—¿Qué queréis? —dijo sin amabilidad el dueño de la casa, mientras portaba su escopeta.

—Pasar la noche, si es posible. —respondió John con tono tranquilo—. Mañana, sin falta, nos marcharemos temprano, pero los niños tienen que descansar.

La cara del viejo cambió por completo.

—¡Niños! ¡Hace tanto tiempo que no veo ninguno! Pasad, pasad.


La casa era acogedora. Todo estaba ordenado y limpio. Kram, el hombre, les dio de cenar, un lugar para asearse y les proporcionó unos colchones, almohadas y mantas para dormir.

La cena fue agradable, pues Kram era muy simpático con los pequeños. Sabía un montón de canciones y cuentos.

—¿Sabéis? Yo, antes de que todo cambiara y mis expectativas se evaporaran, tenía una tienda de golosinas al lado de un colegio. Os ofrecería encantado, pero tuve que salir corriendo y no se me ocurrió hacerme con provisiones de chucherías.

—No pasa nada. La sopa estaba muy rica y también los filetes —dijo Clarissa amablemente.


El hombre que se parecía a Santa Claus, era la primera persona no muerta que había visto en mes y medio. La pareja le ayudó a recoger la mesa y le agradeció su hospitalidad una vez más. La familia se fue a acostar mientras el hombre se quedó fregando los platos. 

Pese a que Kram les había dicho que la casa tenía tres habitaciones y que Clarissa y John podían dormir en una de las dos que estaban libres, y los niños en la otra, los padres declinaron la oferta, pues era mejor que durmieran todos juntos, dadas las circunstancias. Desde que todo empezó, siempre lo habían hecho así. 

—En el mundo animal, los progenitores deben cuidar y proteger a sus cachorros —dijo John, mirando directamente a los ojos de Kram.

—Clarissa dijo que antes del virus, era modista en una tienda de vestidos de novia pero… No recuerdo a qué te dedicas tú, John —contestó Kram, bajando levemente su mirada.

—Nada demasiado importante, amigo. Me pasaba el día conduciendo por las calles. 

—¿Taxista? 

—No. Pero sigue pensando y mañana me lo dices —dijo sonriendo el joven padre—, no te molestamos más que nos vamos a descansar.

—Ningún problema. Seguiré pensando en trabajos en donde la gente conduzca mucho.


Ya acostados en la habitación, los niños cayeron dormidos, extenuados y con la barriga llena. Clarissa se dirigió a su marido.

—Tanto tiempo sin patrullar y aún sigues en modo policía, John. ¿Te puedes relajar un poco? Estamos bien.

—Lo siento, pero no. Si algo ha añadido toda esta maldita pandemia a mi vida, es a desconfiar aún más de las personas. Mucho más de los vivos que de los muertos. Así que, pasemos esta noche y continuemos con nuestra vida.


John y Clarissa se abrazaron y se fundieron en un profundo beso de buenas noches. Ella no tardó en dormirse, sin embargo él, siempre alerta, no podía dejar de darle vueltas a la cabeza cada vez que cerraba los ojos.

Una hora más tarde, cuando John ya estaba cayendo en brazos de Morfeo, unos sonidos roncos le alertaron. La luz de la luna llena que entraba por la ventana no dejaba lugar a dudas. El viejo de la blanca barba estaba de pie junto a los dormidos mellizos, con los pantalones y calzoncillos bajados hasta los tobillos. John, un policía con mucha calle, amable y con ganas de ayudar a las personas pero que de primeras, nunca se fiaba de nadie. Una náusea llena de bilis le llegó hasta la garganta. Aquel malnacido estaba en trance mientras se tocaba sin dejar de mirar a las inocentes criaturas. Era un pedófilo. El hombre que les había dejado pasar a su casa, era un jodido pedófilo. Un personaje mucho más abominable que cualquier pútrido zombi. John, cogió su pistola y se levantó de un salto tan rápido, que Kram, ensimismado en su trance y sin libertad de movimiento por su ropa en los tobillos, no pudo hacer nada. El padre de familia le sacó de su habitación de un empujón y le llevó a la del propio Kram. Un dormitorio cuyas paredes estaban llenas con fotografías de niños y niñas, nunca mayores de seis años. En una esquina, encima de un escritorio, un ordenador abierto, mostraba más imágenes de otros infantes. 

—¿Qué es esto, asqueroso de mierda? ¿Qué repugnante cosa es esta?

—Yo… A mí me gusta la gente pequeña. No es nada malo. Nunca les haría daño. Son tan bonitos, tan suaves, tan achuchables.

—Tú eres un mierdas. Un ser sin alma que no se merece nada, ni siquiera el aire que respira. Por eso nos dejaste entrar en tu casa. De haber ido sin niños, ya nos podríamos haber muerto mi mujer y yo ahí afuera.


John, como el agente que había visto demasiado sobre la decadencia del ser humano, pero más aún como padre de dos criaturas inocentes, y a pesar de los últimos tiempos convulsos que habían vivido, intentando minimizarlos todo lo posible, gracias a los buenos adultos que habían encontrado hasta la fecha, sacó su pistola. Hizo que el hombre, el dueño de una tienda de dulces, un lugar perfecto para estar  a diario en contacto con niños, se arrodillara. Mentalmente, mientras el cañón de su arma se apoyaba en la frente de aquel barbudo, contó hasta tres y le descerrajó un tiro. El mundo ya estaba demasiado devastado y lleno de caminantes sin alma por culpa del virus, así que el lugar sería un poco menos atroz sin un monstruo como Kram.

Los pasos de alguien que corría se oyeron por el pasillo. Clarissa no pudo contener el grito que escapó de su boca al ver la escena: su marido con la pistola en la mano, el dueño de la casa muerto con un disparo en la cabeza y, un montón de ojos infantiles mirando desde las paredes y el ordenador.

Abandonaron aquella casa muy apesadumbrados pero antes, rompieron el ordenador tirándolo al suelo, quitaron las fotografías para prenderles fuego e hicieron buen acopio de comida y agua. Si todo iba bien, su destino estaba a medio día de dura caminata.

04/07/2024

Comida china con salsa agridulce

 
VadeReto de Julio 2024
Blog: Acervo de Letras
Precuela de: EL CUIDADOR


Estoy satisfecho porque hoy hice una receta de cerdo agridulce sin cerdo.

Esta mañana bajé al Sol Naciente, mi restaurante chino de confianza, para abastecer mi despensa con algunas provisiones, pero sólo pude coger algunos paquetes de fideos y varias botellas de salsa de soja.

El arcón de la carne se había estropeado y todo se había echado a perder, pero pude rescatar un par de cebollas y algunos pimientos y zanahorias. 

Anduve por el restaurante, creyéndome a solas con la bolsa de la comida en una mano y uno de mis cuchillos en la otra. No quería encontrarme con algún indeseable devorador, como yo los llamo. Aunque por como me rugían las tripas con el hambre que tenía, seguramente fuera yo más peligroso que ellos. 

En un momento dado, escuché un ruido detrás de mí y a alguien tocándome la espalda. Entonces, todo sucedió muy rápido. Me giré y clavé el cuchillo en la cabeza de quien fuera. El restaurante debería haber estado vacío. 

Un gritito salió de la boca de aquel pequeño cuerpo que cayó como un saco de patatas. La señora Ming yacía sin vida ante mí. Había matado a la curranta y estupenda dueña del restaurante. 

Me arrodillé junto a su cadáver y saqué el cuchillo. Mientras limpiaba la sangre de la hoja en su propia ropa, lo tuve claro. 


Comida china con salsa agridulce

(faltan ingredientes, pero para las circunstancias en las que estamos, me doy con un canto en los dientes)


Ingredientes para 4 raciones:

600 g de carne magra

2 zanahorias

2 cebollas

2 pimientos (verde y rojo)

3 cucharaditas de salsa de soja

2 cucharaditas de vinagre

4 cucharadas de aceite de girasol

Sal y azúcar


Preparación:

Cortar la carne en tiras finas; pelar y picar las cebollas; cortar el resto de las verduras en trocitos.

Mezclar la salsa de soja, el vinagre y 1 cucharadita de azúcar en un bol y salar.

Poner la carne en adobo durante una hora.

Calentar el aceite en el wok y rehogar la cebolla picada hasta que esté transparente; agregar el resto de las verduras y rehogarlas; calentar y añadir agua; cocer durante 20 minutos.

Servir acompañado de arroz blanco. 


He de decir que pese a no tener todos los ingredientes que requiere la receta original, me salió a pedir de boca. La señora Ming, aunque ya con una edad, tiene una carne increíble. Tierna, jugosa y con un toque salado. 

A mí mujer y a mi hijo también les gustó, aunque ellos la prefieren cruda y sin condimentar. 

Y con esto y un bizcocho… 


04/06/2024

Conjuntivitis

 
CONCURSO DE RELATOS 42ª Ed.
La metamorfosis de Kafka
Blog: El Tintero de Oro


La llave giró dos veces, se abrió la puerta y volvió a cerrarse con llave. Mario entró en el salón y dejó caer su bolsa de trabajo con gran fastidio porque no le gustaba lo que veía. Su mujer y su hija dormían en el sofá mientras el suelo estaba abarrotado de juguetes y cachivaches de la bebé.

Mario torció el morro. En los dos años que tenía su hija, su mujer se había abandonado y no hacía demasiado en casa. 

—¡Alicia! ¿Te parece que son horas para dormir?

La mujer se despertó sobresaltada y la niña comenzó a llorar. Mario puso cara de asco al ver los ojos de Alicia. 

—¿Otra vez los tienes así? 

—¿Y qué puedo hacer? La niña está siempre pegada a mí. No me deja ni a sol ni a sombra y le gusta besarme en los jitos, como dice ella, y no me libro de la conjuntivitis. 

—No, Alicia. Así no son las cosas. Yo me mato a trabajar y tú sólo debes cuidar de nuestra hija y mantener la casa ordenada. ¿Pido tanto? ¡Que estoy casi diez horas fuera de casa!

—¿Te parece poco poner lavadoras, hacer la comida, las camas, ir a la compra, barrer, limpiar y fregar mientras la cuido? ¡Hasta hago de vientre con ella dentro del baño! ¡No tengo tiempo para mí! Ni dibujos, ni tablet. Nada. Sólo quiere a mamá.

—Eso es. Antes te arreglabas y te ponías guapa. Ahora pareces una chacha, Alicia. 

—Ese es el problema y tú no lo ves. Ya no soy Alicia, sino la mamá de Aitana. 

—¿Y qué quieres ser? ¿Astronauta? No me hagas reír. Mírate. Da angustia verte.


Alicia cogió a su hija y la sentó en el sofá para ir a encerrarse al baño del dormitorio. Echó el pestillo y dejó correr el agua del lavabo para mojarse el sofoco y la rabia. Sus ojos estaban rojos y las pestañas pegadas por legañas amarillentas. Su cabello estaba enmarañado, sin brillo ni forma y, aquel michelín, recuerdo del embarazo, permanecía ahí después de 24 meses.

Antes hubiera roto a llorar, pero ya no le quedaban lágrimas en aquellos ojos enfermos que le devolvía el reflejo. 

La verdad es que Mario tenía razón. Ella daba pena, miedo y asco. Era difícil encontrar a la bella Alicia de antaño bajo aquella apariencia. Su matrimonio estaba muerto, como muerta estaba ella. 

Alicia salió del lavabo para dirigirse al salón y hablar con Mario.


—Si no te importa. Déjame dormir sola en nuestra cama. Tú puedes hacerlo con la niña y así estás con ella. Mañana es sábado sin madrugones para tí. Matamos dos pájaros de un tiro. Tú compartes tiempo con tu hija, y no tienes que estar con esta horrible mujer. 

—Como quieras. Tú siempre tan dramática. Pasemos una noche tranquila y mañana te pones las pilas. ¿Vale? 

Alicia murmuró algo e hizo una mueca que quería parecerse a una sonrisa, sin lograrlo, y se fue a la cama sin cenar. 

Mario y Aitana cenaron, vieron un poco la televisión y se fueron al dormitorio infantil, donde el padre leyó un cuento a la niña hasta que ambos cayeron dormidos. 


Alicia, pasó una noche llena de pesadillas y delirios. Su temperatura corporal la hacía sudar tanto que parecía que acababa de salir de la ducha. Su pelo y su piel estaban empapados, y su camisón pegado al cuerpo. Su corazón andaba tan taquicárdico que le dolía el pecho. Alicia parecía estar adherida a la cama mientras sus ojos no dejaban de excretar una pus espesa y maloliente. Temblaba, y la cabeza le iba de derecha a izquierda mientras esputos de sangre oscura salían por su boca. Sólo con los primeros rayos de sol, dejó de moverse. 


Casi medio día y Alicia no había salido de la habitación. Mario y Aitana se habían despertado un par de horas antes, desayunaron y se fueron al parque para dejar a la madre dormir. Al llegar de la calle, Mario volvió a cabrearse para sus adentros con Alicia. ¿Cuándo iba a despertar de su letargo? ¿Es que no se daba cuenta de que se estaba cargando a la familia? Mujer vaga y egoísta. Tenía una vida por las que muchas suspirarían.

El hombre dejó a Aitana en su parquecito y fue al dormitorio. La persiana estaba subida completamente y la luz era cegadora. El balcón estaba cerrado y Alicia se daba cabezazos contra su puerta. 

—Alicia, ¿qué haces? 

Alicia se giró. Su camisón tenía restos de sudor, pus, sangre, orina y excrementos. La cama y el suelo que iba desde ella hasta el balcón, estaban llenos de aquel mejunje que embadurnaba a la mujer. Estaba lívida y con los ojos cerrados por una insultante cantidad de legañas. Sus ojos, eran costras. 

Estaba ciega pero podía oír. Al escuchar la voz de Mario fue directa hacia él dispuesta a morderle. Por suerte para él, pudo esquivar aquella boca sanguinolenta y nauseabunda, salir, cerrar la puerta y ponerse a salvo junto a su hija…


Poco después, los informativos de todas las cadenas del mundo, hablaban de lo mismo. La extraña infección de conjuntivitis que estaba afectando a mujeres. Generalmente jóvenes y con hijos a su cargo, aunque también podía verse en adolescentes y mujeres mayores, sin importar su condición social. También decían que lo más alarmante era que podría derivarse de depresiones sin diagnosticar ni tratar.



897 palabras

25/05/2024

La casita del árbol

Relato presentado a la
I Jornada de literatura de terror
Miedo en casa: La arquitectura del terror

La patrulla había entrado en la parcela a través de la valla derribada por los zombis. Los cuatro soldados habían terminado con los últimos que aún pululaban por la zona. Al encontrarse en aquel jardín, no pudieron evitar llevar la mirada hacia la pequeña edificación del árbol que se erigía ante ellos. Al lado, una silla de ruedas estaba caída y con restos de sangre. 

—Sánchez, ¡mira!

Álvarez y Casado también miraron hacía donde Lastra estaba señalando. Unos enormes ojos verdes bajo un largo y revuelto flequillo castaño, les estaba observando. 

—¡Hola! Somos soldados en busca de supervivientes. Somos de los buenos. ¿Estás sola? 

—No… Estoy con mi hermano pequeño. 


Los militares ayudaron a bajar a los niños que estaban visiblemente deshidratados y muy delgados. Martina le entregó una carpeta con papeles y documentos a Lastra, la única mujer de los soldados, que les había dado su madre.

Siempre vigilando alrededor, cargaron a los niños hacia el camión verde, pues tenían dificultades para andar a causa del hambre y por haber estado durante una semana entera en su casita del árbol. 

Ya dentro del vehículo, Rocío Lastra empezó a leer una suerte de diario o carta. 


"Parecía mentira que en dos semanas todo se hubiera ido al traste de aquella manera. Mi marido se había quedado atrapado, como tantos otros, en el trabajo. Me llamó para decirme que haría todo lo posible por llegar a casa en cuanto pudiera. Aún no ha vuelto y, dudo mucho que lo haga. Todo se ha venido abajo y la comunicación es misión imposible. 

En este tiempo, la comida ha ido menguando ante nuestros ojos y aunque he intentado hacer raciones cada vez más pequeñas para nosotros, ya no sé qué hacer para sacar adelante a mis hijos mientras el hedor de los no muertos se cuela por la valla. 

Antes de que puedan echarla abajo a base de incesantes empujones y golpes, no tengo más que el desesperado remedio de mandar a los niños a su casita del árbol. Mi hija me pregunta que si yo no subo con ellos, y con pesar le digo que no puedo. Le insisto a que suba con su hermano y recoja la escalera para que nadie pueda trepar por ella. Ella intenta resistirse y tengo que ponerme seria mientras mi corazón se hace trizas.

Llevan día y medio subidos en su casita y se me parte el alma por ver a mis hijos en esta situación. Martina y Bruno son mi vida. Así que la daré por ellos si es menester.

Todos estábamos llorando cuando les dije que dejaran el suelo, pero no podía romperme delante de ellos. Ya me sentía lo bastante mal por tener que ir a todos lados en mi silla de ruedas pensando que, demasiado había durado el apocalipsis para mí. 

En las películas nadie cuenta quienes son los primeros en caer. Se olvidan de los bebés, niños y ancianos. También de las personas con algún tipo de problema, como movilidad reducida, ceguera u otro condicionante físico o psíquico. Los vulnerables la palman fijo y nadie quiere ser uno de ellos. Siempre se quiere ser el protagonista. El héroe o la heroína de la historia o por lo menos, alguien que pueda hacer cosas y ser útil. Así que aquí estoy yo, sentada frente al árbol, mirando hacia la casita que mi marido había construido durante el primer verano tras nuestra mudanza a esta vivienda. Una base cuadrada alrededor del tronco, con tu tejado, todo de madera. El pequeño habitáculo que mis hijos transforman dentro de su imaginación en castillo, platillo volante, caverna o lo que sea, según el día. Con una cesta atada a una cuerda les hago llegar la comida y nada más que entro en casa para eso, pues mal duermo aquí, a la intemperie del jardín. 

Sé que no aguantaré demasiado, y temo que sin mí, mis hijos van a morir. Por eso escribo. Para no acabar desquiciada y para que quien lea esto, sepa que pese a mis problemas, he hecho todo lo que ha estado en mi mano para cuidarlos y protegerlos. 

A quien los encuentre, le digo que por favor, cuide de mi Martina y de mi Bruno. Pues son nada más que unas criaturas con diez y seis años de edad.


María Isabel González Bueno."


—¿Qué te pasa, Rocío?

Sánchez le preguntó a su compañera y amiga al ver que las lágrimas habían empañado sus ojos. Ella simplemente le entregó una fotografía en la que aparecía una familia feliz de cuatro miembros. Los niños, Martina y Bruno, junto a sus padres. 

—La madre se llamaba María Isabel —susurró Rocío con infinita tristeza.

Ambos se acordaron que antes de entrar en el jardín donde encontraron a los niños, habían tenido que darle la muerte definitiva a una zombi que sólo conservaba su descompuesto cuerpo hasta la cintura, pues se había aferrado con sus manos al tobillo de Rocío. La soldado se había fijado en la bonita pulsera de su atacante y se la guardó, pues aquello que antes había sido una mujer, ya no la necesitaba. La misma pulsera que la mujer de la fotografía, lucía junto a su marido y sus hijos. 

Entonces, Rocío cogió la pulsera de uno de los bolsillos de su uniforme y la puso alrededor de la muñeca de Martina que se había dormido junto a su hermano, por el traqueteo del camión. Era la pulsera de su madre y por eso le pertenecía.


23/05/2024

Salvación

Microrrelato presentado al
II Certamen Literario Metrorrelatos


Estaba justo enfrente. Las vías nos separaban pero eso no le impidió saltar a ellas y, pese a fracturarse un tobillo, se levantó y las atravesó. Los pasajeros de aquel metro estaban histéricos y yo, me había quedado mirando aquellos ojos sin vida. 
Cuando la puerta del vagón se cerró, cercenó la mano de aquel hombre que pretendía entrar. El conductor nos  dirigió a la estación más alejada del centro y eso fue nuestra salvación.
Ahora, echando la vista atrás, puedo decir que fui una superviviente del apocalipsis y que aquel fue el primer zombi que vi tan cerca.

20/02/2024

Sobreviviendo a First Dates


Relato narrado en el Podcast 
San Valentín de Terror 4 (Volumen 2)

Estoy muy feliz por decir que el relato de hoy fue seleccionado por Lux Ferre Audio para su programa Martes de Terror. Es el segundo episodio del especial San Valentín de Terror 4, narrado por la voz de Elena Navarrete.
Programa completo AQUÍ. Minuto 02:45 si queréis ir directamente.
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Sobreviviendo a First Dates

No era la primera vez que veía First Dates en la televisión. Un programa que entretenía mis cenas desde el sofá. Pero llevaba una buena temporada a mis veintisiete años, soltera y muy aburrida, sufriendo una abstinencia no voluntaria de amor y pasión. Y me dije que por qué no me apuntaba para conocer a mi media naranja. Así que sin pensarlo mucho, me metí en la página del programa y rellené las diecisiete preguntas que me pedían para ayudarme a encontrar al chico ideal para mí.
Aquella noche me fui a dormir creyendo que no me llamarían por la cantidad de solicitudes que tendrían diariamente. Pero dos semanas después, recibo la llamada de un simpático redactor diciéndome que les había molado mucho mi perfil y que querían saber más de mí. Tenía que enviarles fotos, un vídeo presentándome y rellenar otro cuestionario larguísimo explayándome sobre lo que andaba buscando.
Tras completar y enviar el formulario repleto, el Equipo de Emparejamiento, que así se hace llamar, no tardó ni 48 horas en contactar conmigo nuevamente. Les había encantado mi desparpajo. Yo estaba alucinada. No entendía cómo el cutre vídeo en el balcón de casa había podido gustar tanto. El caso es que ya estaban en marcha para encontrar a mi príncipe azul y a los pocos días me afirmaron que efectivamente, habían encontrado al chico perfecto. No me lo podía creer.
La verdad por la que me había apuntado a todo esto era por la experiencia de verme en la tele y echarme unas risas con mi familia… Pero una parte de mí pensó en la posibilidad de encontrar el amor verdadero y quizá al futuro padre de mis hijos.
Cuando lo comenté en el trabajo, los adjetivos loca, chalada o zumbada, fueron los más escuchados. Aún así mis compañeras me apoyaron, y mi jefa me dio el día libre.
Ya no había vuelta atrás. Ya tenía los billetes de AVE y mi madre había propagado la noticia por todo el pueblo. De perdidos al río. 
Lunes. Cinco de la mañana. Los nervios hicieron que me levantara antes de sonar el despertador. Me preparé, llamé a un taxi. Y ahí estaba con mi maleta cargada de modelitos esperando que el tren Lleida-Madrid de las 6:25 arrancara. Al llegar a Atocha, un coche de producción me estaba esperando para llevarme a los estudios.
Pero más que estudios glamurosos, me encontré con una antigua fábrica de muebles situada en el quinto pino y que es a la vez la redacción y el plató. Porque no, First Dates no es un restaurante en Gran Vía.
Sobre las diez de la mañana llegué a los estudios donde me recibía mi redactor. Nada más entrar comenzaron las prisas para que el estilista aprobara mi ropa, firmara los papeles y me microfonaran. Una locura sin un segundo para hincarle el diente a la bandeja de croissants que había sobre una mesa. 
Porque, al igual que el restaurante no es un restaurante al uso, la grabación tampoco es lo que parece. La cena que se ve en televisión, es muy probable que esté ocurriendo a las once de la mañana o a las cinco de la tarde según el horario de cita que te toque.
El estilista había validado mi super look de blusa blanca y pantalón vaquero, y unos taconazos rojos. El micrófono estaba puesto y yo había firmado la cesión de mis derechos. Eran las once de la mañana y ya estaba maquillada, vestida, microfoneada y temblando como un flan cuando mi redactora me dio las últimas indicaciones antes de entrar al restaurante.
Tras una breve charla con el presentador, el guapo camarero me preguntó qué quería tomar. Y me pedí una cerveza para parecer una mujer decidida. O eso creía yo. Entonces mi cita apareció en escena. Un tipo que del montón que dependiendo de su desparpajo podría ser ascendido al montón de los empotrables o desterrado al huerto de los cardos.
Pasamos a la mesa y lo que más me llamó la atención fue el silencio sepulcral que había. Al mismo tiempo se grababan tres citas y el resto son figurantes. Gente que aunque en la tele parece que hablan, in situ no se oye una mosca.
Mientras mi cita y yo intentábamos encontrar un tema de conversación, empezamos a oír gritos y gemidos provenientes de fuera. Al asomarnos a la puerta, quedamos horrorizados al ver una multitud de personas avanzando hacia el estudio. Yo, friki donde las haya, sabía que eran zombis. El silencio del plató se convirtió en histeria y gritos. El presentador del programa nos instó a mantener la calma y permanecer en el restaurante mientras el equipo de producción intentaba encontrar una solución. Pero la situación se volvía cada vez más caótica y los zombis se iban congregando en la puerta, golpeándola insistentemente. Pronto me di cuenta junto a Imanol, mi cita, de que no podíamos esperar a que el equipo de producción nos rescatara. Buscamos objetos afilados y utensilios de cocina para defendernos, y finalmente, nos aventuramos afuera.
La calle estaba plagada de aquellos zombis, y con el corazón en la mano, Imanol y yo nos abrimos paso a través de los no muertos, usando nuestro ingenio para sobrevivir.
Al divisar una comisaría a escasos cien metros, nos vimos a salvo y empezamos a correr hacia allí. La puerta estaba cerrada pero un policía al vernos, abrió con llave. 
Cuando yo ya estaba entrando, cuatro zombis se abalanzaron sobre Imanol y empezaron a morderle con saña. Incluso vi cómo le arrancaban las entrañas mientras el policía tiraba de mí. 
Dos días después aún  estoy aquí, en comisaría junto a otras personas y sin saber nada de mi madre o de mis amigas. Los gritos de mi cita en First Dates me atormentaban cada vez que cierro los ojos. Es uno de los no muertos aporreando la comisaría y ya nunca podré saber si hubiera podido ser el padre de mis hijos. Soy moñas hasta en momentos así.

05/08/2023

Claro de luna

 VadeReto de Agosto 2023
Blog: Acervo de Letras


Hoy la noche es clara como su nombre. Y yo la ilumino.
Ella es Clara, y tan sólo tiene 21 años y hasta hace cinco días, era becaria del periódico más importante de la provincia.
Estaba Clara tan ilusionada porque le habían dado un trabajo de calle cubriedo la noticia de un brote en el hospital, de un extraño caso de salmonelosis junto a Pol, su algo más que amigo y fotógrafo en prácticas un año más mayor que ella. En algún momento dado, el ambiente se tensó y el caos se desató, apartando a Pol de Clara. Mi compañero Lorenzo, el Sol, sabe más del asunto que yo, pues él tiene más horas y mejor luz para ver todo lo que pasa en estos días estivales en los que luce, brilla y quema como nunca, sin nubes de por medio que le tapen la visión.
A Clara, alguien la mordió y cayó enferma. Se desplomó pero se levantó. Y cinco días después, con sus correspondientes noches, está allí abajo en donde puedo verla. Yace sobre el asfalto de una carretera a las afueras de la ciudad. Tranquilos. Ya no está en peligro. Ella me apunta con su mirada perdida y la boca entreabierta emitiendo sonidos ininteligibles. Tumbada boca arriba, no puede moverse. Tiene ambas piernas rotas y la columna fracturada. Está muerta pero ella no lo sabe. Tampoco sabe que su estado se debe a que un coche la arrolló siguiendo una huida hacia delante. Hoy es noche de plenilunio y yo, Catalina, la Luna. Con este calor que mi compañero está dando, Clara se va secando cada vez más rápido, como un pergamino antiguo.
Mis ciclos continuarán y cuando yo sea uns luna nueva, no podré verla pero, en unos 28 días más, veré como la que fue una simpática chica, es una pobre zombi arrugada y seca que quizás ya no pueda estirar sus brazos hacia mí, como queriendo alcanzarme.
Pero esta noche... Esta noche voy a ser para ella, como la luz que necesitaba para poder dormir cuando era una niña. Voy a ser su compañía aunque ella no se dé cuenta de nada.

"El sol se llama Lorenzo
y la luna Catalina.
Catalina anda de noche,
Lorenzo anda de día"