Segunda parte de la historia de Tusvha, si quieres leer la primera, entra aquí.
Tusvha luchó con todas sus fuerzas para liberarse de la red, pero estaba hechizada y cuánto más se movía, más daño se provocaba. Pronto, sus escamas comenzaron a brillar con el flujo de su sangre azul y el veneno que la red tenía fue penetrando, poco a poco, en el organismo de la dragona hasta que cayó inconsciente en el fondo de la maraña de hilos y hechizos de la trampa. La tormenta se disipó y cuando el sol radiante aparecía de nuevo en el cielo, ningún rastro de Tusvha en kilómetros a la redonda pudo vislumbrarse. Había desaparecido.
Los rayos del sol despertaron a Derblue, por suerte, el rayo no hizo nada más que dejarla aturdida. El lado oscuro no pretendía su muerte o, si la quería, había fallado estrepitosamente. Con toda la rapidez que pudo, ascendió al cielo oteando el horizonte en busca de su hija, pero al no encontrarla fue a por Rem y a por el resto de dragones. Estos sabían dónde podía estar recluida, aunque intuían que los seres oscuros no se lo pondrían tan fácil. Temían que ellos mismos podían correr la misma suerte.
Y tal como intuían, Tusvha no fue llevada al territorio de los seres oscuros, sino a un castillo alejado de los dragones y de cualquier otro ser que pudiera liberarla. Allí, encerrada en una mazmorra y vigilada en todo momento, permanecería el resto de su vida, mientras los seres malignos del lado oscuro le arrebataban poco a poco su apreciada sangre azul. El destino de Tusvha estaba marcado y solo ella misma podría tener la llave que la salvara del mismo.
Un día después de caer prisionera, Tusvha abrió los ojos. Había sido curada, parcialmente, de sus heridas; a los seres oscuros no les interesaba que muriera, solo tenerla recluida para aprovecharse de su poder. La mazmorra en la que se encontraba era minúscula, apenas podía moverse, no tenía puertas, salvo un par de rendijas en una de las paredes, por una entraba algo de luz y por otra se podía apreciar un pasillo oscuro, esa parecía la puerta de entrada a la misma.
Los pensamientos de la dragona divagaban entre la formación que había recibido, poca para aquello a lo que se enfrentaba, y cómo poder escapar de allí. Suponía que los seres oscuros estaban detrás de aquello y que la tendrían parcialmente sedada para conseguir su sangre sin que ella pudiera valerse para atacar. De nada servía la fuerza, tendría que recurrir a la magia para huir y si era pronto, mejor, pues cuánta más sangre de ella consiguieran los seres oscuros más fuertes los harían y, por ende, los dragones poco podrían hacer contra ellos. En estas cavilaciones se encontraba, cuando una de las ranuras emitió un destello y la pared se abrió. Protegido con un escudo inmenso, un ser oscuro penetró en el lugar, no se vislumbraba nada de él, salvo una máscara en la que se adivinaban unos ojos con las pupilas rojas.
―Me alegra que hayas despertado, dragona, no pretendemos matarte, eres más útil para nosotros si vives… Te traigo comida y yo que tú la comería si quieres seguir viva. Si decides no comer, allá tú, todavía quedan dragones a los que hacer prisioneros, tu madre, sin duda, sería una buena opción…
Al oír eso, Tusvha quiso arremeter contra el ser, pero del escudo saltaron unos rayos que despidieron a la dragona contra la pared opuesta. Una risa sepulcral recorrió la mazmorra, mientras el ser daba un paso hacia atrás y la pared volvía a su sitio original dejando en el suelo la comida que había mencionado.
Se lamentó por haber caído en sus provocaciones, tenía que ser más inteligente que ellos. Sabía que la comida tendría algún tipo de hechizo y sí, como había dicho el ser, si quería vivir tendría que comer. Conocía un hechizo para eliminar, a su vez, los hechizos que pudiera haber en un lugar o en un objeto, como era el caso. Cuando los había practicado no les habían salido del todo bien, pero había que intentarlo.
Se concentró todo lo que pudo, recurrió a la fuerza de su padre y a la inteligencia de su madre y puso en marcha la magia. Descubrió un líquido que recorría toda la comida, veneno, para sedarla y poder así extraer su sangre. No sabía cómo eliminarlo, pero sí podía comer aquello que no tuviera veneno, pues podía ver el recorrido que el mismo había hecho desde que había sido inyectado. Así lo hizo. Por suerte, pudo comer lo suficiente y no notó después ningún síntoma, sin embargo, optó por permanecer dormida porque eso se esperaba de ella.
Al cabo de un tiempo, oyó voces al otro lado y cómo la pared se abría.
―Espera, dale una patada, asegúrate de que está dormida, no me gustaría nada que este bicho se despertara cuando estamos sacándole la sangre.
―¡Qué miedoso! Ya lo viste ayer cuando la trajeron, el veneno funciona… ―Dos seres enfundados en una armadura que apenas les permitía moverse, pretendían hacerse con la sangre de Tusvha, no llevaban el escudo que el otro había portado ni parecían tan espabilados como aquel―. ¿Lo ves? Profundamente dormida, vamos, trae eso…
La dragona esperó al momento oportuno y cuando ambos se agachaban, con dificultad, junto a una de sus patas traseras, levantó su cola y les asestó un gran golpe. Ambos cayeron inconscientes.
No quería matarlos, ella no era una máquina de matar, pero tampoco podía dejarlos allí, darían la voz de alarma en cuanto se les pasara el golpe y necesitaba tiempo. Recurrió de nuevo a la magia, lanzándoles un hechizo que los tendría dormidos un mes, cuando despertaran no recordarían nada. Los dejó encerrados en la mazmorra y ella escapó por el pasillo.
Andaba con cuidado porque no sabía qué trampas podía haber o a quién podía encontrar y cuando ya vislumbraba la salida al final del mismo, uno de los seres oscuros apareció con el escudo en una mano y en otra una gran espada.
(Continuará)
Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay