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Andrasio se sentó en cubierta. La herida del brazo le dolía muchísimo y tenía el vendaje con sangre. Parecía que la herida se había vuelto a abrir. El esfuerzo que había hecho disparando las flechas de brea le había impedido darse cuenta de ello hasta ahora.
El cielo, aunque la lluvia había cesado, seguía embotado, amenazando tormenta otra vez: aquel color oscuro, casi negro, era lo que presagiaba. "Pero no se desencadenaría aún, ha refrescado bastante". Sin embargo, bien sabía él, como isleño, que en el mar las condiciones climáticas podían variar sin muchos prolegómenos.
El capitán del barcó se acercó a él y, al verle su vendaje con manchas de sangre, ordenó a dos marineros, de los que jugaban incansablemente a las cartas en cubierta, que lo condujeran a uno de los camarotes libres, mientras mandaba a otro a buscar al médico. Los peligros del mar no sólo eran los piratas quienes podían atacarlos en aquella inmensa extensión azul: la disminución drástica de los voluntarios que se ofrecían como marineros era patente. Mucha gente, al percibir un empeoramiento de la seguridad, había optado por esconderse, incluso lejos de vías de comunicación, en un intento por pasar desapercibidos.
Había comerciantes preocupados por aquellos acontecimientos, pero, con el tiempo, algunos de los más críticos con otros por "huir del peligro" acabaron siguiendo sus pasos.
El capitán, con más de 30 años de experiencia en el mar, seguía siendo un hombre aún joven y fuerte. El parche en el ojo era simplemente el precio que había tenido que pagar a la mar, sin duda su amante más traicionera, que siempre pagaba mal a quienes más la querían y en su caso, se había llevado su ojo izquierdo.
Sin embargo, el ejercicio en el barco, sobre todo el que necesitaba hacer en las tareas cotidianas, le había hecho fuerte y resistente. De hecho, aún estando próximo a su 50 cumpleaños, seguía teniendo tanto vigor como jóvenes a los que doblaba la edad.
Andrasio, que aún no había cumplido los 20, era para él eso mismo: sólo un crío muy hábil con el arco, incluso demasiado para su edad. Había que reconocer que había tenido suerte al encontrarlo. En cuanto le vio, entendió sus posibilidades y las que aquel muchacho le ofrecía. Por eso, no quería que perdiese el brazo, aunque si algo tan terrible llegase a sucederle, conocía un herrero que le podía hacer un apaño para ese brazo. Eso sí, tendría que aprender a tirar con el otro brazo y, si era completamente zurdo, aquello sí podía suponerle un problema. Todo ello le vino a la mente de golpe; tan reducido fue el espacio de tiempo en el que pensó todo eso, que aún no habían llegado a la escalera por la que bajarían al herido a descansar.
El camarote no era muy grande pero estaba limpio y tenía un aspecto confortable y suficiente longitud para permitir a Andrasio estirarse en cuanto le pusieron en el sencillo catre. De inmediato, el médico, un individuo de apariencia ratonil, cabello ralo y que lucía unos quevedos oscuros, apareció con una especie de maletín en el que llevaba sus ungüentos y utensilios.
Llegó rezongando que le había advertido a aquel crío que no debía hacer movimientos bruscos. Obviamente los había hecho al disparar las flechas y este era el resultado. Hábilmente cortó el ventaje y llegó a la herida. Después de revisarla a conciencia vio, que, aunque se había abierto, no había signos de infección, por lo que volvió a vendarla, una vez que había terminado el examen. También le tocó la frente y comprobó que no la tenía caliente. No parecía pues que aquel joven tuviera una descompensación de humores que tan grave solía ser para el cuerpo.
- Necesita dormir - dijo, al final, mientras salía de la habitación tan rápido como había llegado.
El resto de los que estaban en aquel camarote, salieron en silencio, dejando a Andrasio, en los primeros momentos de un sueño reparador que duró varias horas. Cuando despertó, su primera reacción fue de miedo, casi terror: pensó que le estaban reteniendo los piratas. Luego se miró el vendaje, limpio y sin sangre y entendió que no le habían capturado. Se acordó entonces vagamente de la visita del médico y de que este había dicho que necesitaba dormir, aunque le parecía irreal, pero al final se había dormido y muy bien.
Se levantó del catre y miró por la pequeña escotilla de su camarote y vio que estaba justo debajo de la cocina, a proa del barco, lo que hacía que llegase un suave aroma a pescado cocinado, obviamente disminuido por el propio olor del mar a su alrededor. La tormenta había pasado, así que decidió subir al castillo de popa donde era posible que encontrase al capitán, al ser donde estaba situado el timón de aquel barco.
Ella sabía leer la mano, aunque a veces no acertaba. |
- Me alegra que os hayáis podido levantar - dijo el capitán.- Es una buena señal.
Andrasio sonrió:
- Sí, parece que sólo estaba un poquito cansado - se miró el brazo-. Ya veo que me han cambiado las vendas.
- Sí, el médico, Gervísao, lo hizo. Es muy buen médico, así que puedes estar tranquilo, muchacho. Nos dirigimos hacia el golfo de Esdálora, en el sudoeste del imperio. Espero poder pasar por el Estrecho de Quinarden.
Miró entonces a Andrasio con mucha seriedad, pero el joven vio que la risa bailaba en los ojos del capitán. Ahora que se fijaba, había algo sorprendente en aquel hombre, aunque no sabía si eso le tranquilizaba o no.
- Muchacho, ¿quieres que nos divirtamos un rato?
- Mientras no tenga que usar mi brazo...
- No, no creo que lo tengas que hacer: tenemos a bordo una adivina, es extranjera, de los llamados pueblos del mar. Dice a veces muchas tonterías, pero otras acierta. ¿Te gustaría que te leyera el futuro?
Andrasio rió a mandíbula batiente.
- No creo que esas cosas - repuso ante la hilaridad general-, pero como para eso no tengo que mover el brazo, me parece bien.
La mujer no debía pasar mucho de los treinta años e iba vestida de manera estrafalaria. Ni las telas ni los colores combinaban, pero le daban un aire salvaje. Llevaba el pelo totalmente suelto, sólo parcialmente sostenido por un pañuelo atado de una manera bastante extraña que tenía, además, tantas tonalidades como su vestido. Entre todo ese guirigay de colores, se distinguían una serie de adornos dorados, que, a aquella luz de la tarde ya avanzada, parecían ser de la misma tonalidad que los enormes pendientes de oro, la amalgama de pulseritas que llevaba en cada muñeca, también de oro, y las pulseritas con cascabeles que llevaba en los tobillos. El escote, pronunciado, había provocado más de un suspiro entre la tripulación, que era casi toda masculina, a excepción de una feroz mujer, a pesar de su aspecto delicado que iba en otro de los camarotes. El pelo, negro azabache, sorprendía por su tonalidad que azuleaba bajo el sol. Pero Andrasio no se fijó en nada de eso: sólo en aquellos ojos de tonalidades diferentes, que brillaban de una forma extraña a la intensa luz solar. Tanto se fijó en ellos, que acabó mirando con cara de bobalicón y dejó abierta la boca durante más tiempo del necesario.
La mujer se paró delante de él y preguntó al capitán:
- ¿Eh ehte el mosito al que tengo que leehle la buenaventura?
La voz tenía un cierto matiz de estridencia que la hacía un poco desagradable y el característico deje de los pueblos del mar al hablar el idioma sinardo.
- Sí -repuso el capitán-, a mí me interesa si se le va a curar el brazo.
- No, no, no, yo sólo rehpondo preguntah del mosito, que eh al que le voy a leer la mano.
- Está bien -dijo Andrasio, divertido-. Creo que yo también estoy interesado en la misma pregunta.
Cogió la mujer el taburete que le habían traído a aquel lugar de la cubierta y lo acercó a Andrasio, a quien cogió la mano sin muchos miramientos y entonces se levantó de un salto y pegó un grito. Se levantó y se arrodilló con la cabeza pegada al suelo. Todos los presentes se miraron sin entender mucho lo que pasaba. Andrasio hizo un gesto diciéndola que se levantara, así que esta vez, de forma mucho más respetuosa, le volvió a coger la mano:
- Mosito, tieneh una vida poco usual de aquí en adelante. Tuh comiensos fueron duroh y hahta ahora todo ha ido cuehta arriba. Pero veo cosas muy importantes en tu dehtino. Aún te queda una prueba mah que superarah con "ésito". Veo que vah a ser alguien muy importante anteh de que cumplah loh treinta, relasionado con la mah importante marina del mundo. Si lo que te digo no se cumple, yo no he sido nunca adivina.
A Andrasio le entró la risa: eso no era posible. Él carecía de experiencia en el mar y además, se había subido a aquel barco mercante sólo para escapar del castillo en llamas. Se levantó y dijo:
- Capitán, me parece que esta es una de las veces en que esta adivina no ha acertado con su pronóstico. ¿Dónde puedo comer algo? Me muero de hambre.
La mujer, muy enfadada, se fue deprisa de cubierta hacia su camarote, mientras el capitán acompañaba a Andrasio a comer algo que lo que había preparado ese día el cocinero.
Uno de los marineros miró hacia el horizonte: tanto él como el capitán sabían que esta vez era poco probable que la adivina se hubiera equivocado. Habían hecho bien en dejarle subir a la nave. Era necesario llegar lo antes posible al Estrecho de Quinarden: con mucha probabilidad, aquel joven era el que habían estado esperando.
NOTA: He decidido retirarlo del VadeReto de junio (he presentado este otro), puesto que no cumple con los requisitos señalados, tal y como refleja el comentario del autor del reto, JASC, en comentarios. Me gusta cumplir los requisitos: si no los cumple, aunque no lo haya retirado él, no merece estar en esa lista, por más que creo que haya quedado razonablemente bien este episodio... y que me ha ayudado a continuar bien hacia adelante el relato.
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Andrasio sat on deck. The wound on his arm hurt a lot and he had blood on the bandage. It seemed that the wound had reopened. The effort he had made shooting the tar arrows had prevented him from realizing it until now.
The sky, although the rain had stopped, was still cloudy, threatening a storm again: that dark, almost black color was what it foreshadowed. "But it wouldn't break out yet, it's cooled down quite a bit." However, he knew well, as an islander, that at sea climatic conditions could vary without much advance.
The captain of the boat approached him and, seeing his bandage with blood stains, ordered two sailors, one of those who tirelessly played cards on deck, to take him to one of the free cabins, while he sent another to look for the doctor. The dangers of the sea were not only the pirates who could attack them in that immense blue expanse: the drastic decrease in the volunteers who volunteered as sailors was evident. Many people, perceiving a worsening of security, had chosen to hide, even far from communication routes, in an attempt to go unnoticed.
There were merchants concerned about those events, but, over time, some of those most critical of others for "fleeing danger" ended up following in their footsteps.
The captain, with more than 30 years of experience at sea, was still a young and strong man. The eye patch was simply the price he had had to pay to Mar, undoubtedly her most treacherous lover, who always paid poorly to those who loved her most and in her case, he had taken her left eye.
However, the exercise on the ship, especially what he needed to do in daily tasks, had made him strong and resilient. In fact, even though he was approaching his 50th birthday, he still had as much vigor as young people that was half his age.
Andrasio, who had not yet turned 20, was for him that same thing: just a boy who was very skilled with the bow, even too skilled for his age. He had to admit that he had been lucky to find him. As soon as he saw him, walking like a lost man around the harbour, he understood his possibilities and what that boy offered him. For this reason, he did not want him to lose his arm, although if something so terrible were to happen to him, he knew a blacksmith who could make a fix for that arm. Of course, the boy would have to learn to throw with the other arm and, if he was completely left-handed, that could be a problem for him. All of this came to him at once. By the time they have reached the stairs by which they would lower the wounded man to rest, all that had passed through his mind.
The cabin was not very large but it was clean and comfortable looking and had enough length to allow Andrasio to stretch out as soon as he was placed on the simple cot. Immediately, the doctor, a mousy-looking individual with thinning hair and a dark pince-nez, appeared with a kind of briefcase in which he carried his ointments and utensils.
He arrived grumbling that he had warned that boy that he should not make sudden movements. He had obviously made them by shooting the arrows and this was the result. He skillfully cut the lead and reached the wound. After examining it thoroughly he saw that, although it had opened, there were no signs of infection, so he re-bandaged it once he had finished the examination. He also touched the boy's forehead and found that it was not hot. It did not seem, then, that that young man had a decompensation of humors, which used to be so serious for the body.
- "He needs to sleep," he said, finally, as he left the room as quickly as he had arrived.
The rest of those who were in that cabin left in silence, leaving Andrasio, in the first moments of a restful sleep that lasted several hours. When he woke up, his first reaction was fear, almost terror: he thought the pirates were holding him. Then he looked at his bandage, clean and bloodless, and understood that he had not been captured. He then vaguely remembered the doctor's visit and that he had said that he needed to sleep, although it seemed unreal to him, but in the end he had fallen asleep and very well.
He got up from the bunk and looked through the small hatch of his cabin and saw that he was just below the galley, at the bow of the boat, which made there waft a soft aroma of cooked fish, obviously diminished by the smell of the sea itself. The storm had passed, so he decided to go up to the stern castle where it was possible that he would find the captain, as it was where the rudder of that ship was located.
Indeed, there he found it: on the way, he noticed that several of his men were playing cards and laughing loudly on deck, something they could do calmly because the furious morning wind had transformed into a pleasant sea breeze, which contributed to reduce the heat of the sun on an afternoon already close to the hottest season.
- I'm glad you were able to get up - said the captain. - It's a good sign.
Andrasio smiled:
- Yes, it seems like he was just a little tired - he looked at his arm -. I see that they have changed my bandages.
- Yes, the doctor, Gervísao, did it. He's a very good doctor, so you can rest easy, boy. We are heading towards the Gulf of Sdalora, in the southwest of the empire. I hope to be able to pass through the Quinarden Strait.
He then looked at Andrasio very seriously, but the young man saw that laughter danced in the captain's eyes. Now that he looked at it, there was something surprising about the man, although he didn't know if that reassured him or not.
- Boy, do you want us to have some fun?
- As long as I don't have to use my arm...
- No, I don't think you'd have to do it: we have a fortune teller on board, she is a foreigner, from the so-called sea people. Sometimes she says a lot of nonsense, but other times she gets it right. Would you like me to read your future?
Andrasio laughed heartily.
"I don't believe those things," he replied to the general hilarity, "but since I don't have to move my arm for that, it seems fine to me."
The woman must not have been much more than thirty years old and was dressed in an outlandish manner. Neither the fabrics nor the colors matched, but they gave her a wild air. She wore her hair completely down, only partially held up by a scarf tied in a rather strange way that also had as many shades as her dress. Among all that mess of colors, a series of golden ornaments could be distinguished, which, in that light of the late afternoon, seemed to be of the same tone as the enormous gold earrings, the amalgamation of bracelets that she wore on each wrist, as well of gold, and the bracelets with bells that she wore on her ankles. Her pronounced neckline had caused more than one sigh among the crew, which was almost all male, except for one fierce woman, despite her delicate appearance who was in another of the cabins. Her hair, jet black, was surprising for its hue that turned blue under the sun. But Andrasio didn't notice any of that: only those eyes of different shades, which shone in a strange way in the intense sunlight. He paid so much attention to them that he ended up looking stupid and left his mouth open for longer than necessary.
The woman stood in front of him and asked the captain:
- Is that the little boy I have to read fortunes to?
Her voice had a certain tone of stridency that made it a little unpleasant and the characteristic accent of the sea people when speaking the Sinard language.
"Yes," replied the captain, "I'm interested in whether his arm is going to heal."
- No, no, no, I'm just answering the Mosito's question, who is the one I'm going to read the hand of.
"Okay," Andrasio said, amused. I think I am also interested in the same question.
The woman took the stool that had been brought to that place on the deck and she brought it closer to Andrasio, whose hand she took without much consideration and then she jumped up and screamed. She stood up and knelt with her head pressed to the ground. Everyone present looked at each other without much understanding of what was happening. Andrasio made a gesture telling her to get up from her, so this time, in a much more respectful way, she took his hand again:
- Mosito, you have an unusual life ahead of ya. Your beginnings were hard and so far everything has gone uphill. But I see very important things in your destiny. You still have one test left that you will pass with "success." I see that he is going to be someone very important before he turns thirty, connected to the most important navy in the world. If what I tell you does not come true, I have never been a fortune teller.
Andrasio began to laugh: that was not possible. He had no experience at sea and furthermore, he had boarded that merchant ship just to escape the burning castle. He stood up and said:
-Captain, it seems to me that this is one of the times in which this fortune teller has not been correct with his prediction. Where can I have something to eat? I'm starving.
The woman, very angry, quickly left the deck towards her cabin, while the captain accompanied Andrasio to eat something that the cook had prepared that day.
One of the sailors looked towards the horizon: both he and the captain knew that this time it was unlikely that the fortune teller had been wrong. They were so correct to let him board the ship. It was necessary to get to the Strait of Quinarden as soon as possible: most likely, this young man was the one they had been waiting for.
Hola, Mercedes.
ResponderEliminarEl relato es interesante e intriga cómo seguirá el destino del arquero.
No he leído los anteriores capítulos, pero se ve que será una magnífica historia llena de acción y aventuras.
Con respecto al VadeReto, lo doy por bueno, porque nunca rechazaré ningún relato que nos contéis. Sin embargo, no es exactamente lo que pedía en el reto, no porque la adivina tenga que leerte la ventura a ti, sino porque la historia debe continuar, más o menos, en el entorno propuesto, es decir, la feria y la caseta de la adivina.
Espero que sigas inspirada para continuar con la novela y podamos disfrutarla al completo.
Un Abrazo.
Hola JAS,
EliminarYa sabía yo que no era exactamente lo que habías pedido. Gracias entonces por admitirlo. En este caso, la adivina no puede tener una caseta porque vive en el barco. La razón se desvela posteriormente, porque forma parte de la trama... 🤦♀️
Sí, es un poco más larga y esta es sólo una de las tramas... ya voy por el capítulo XIX. El orden de lectura se encuentra aquí.
A ver si sigo inspirada... y espero que lo disfrutéis tanto como yo al escribirla.
Un abrazo. 🤗
Hola Jasc,
Eliminartras consultarlo con la almohada, he decidido retirar el relato de este reto, ya que no cumple con los requisitos señalados. Borraré también los comentarios de aquí a lo largo de la mañana, que se hayan hecho sobre el reto.
Gracias y disculpa las molestias.
Buenas!!
ResponderEliminarComo dice José Antonio. Es un relato muy interesante y en el que se siente el ambiente marino del barco.
Gracias por pasarte y comentar. Me alegra que te haya gustado.
Eliminar🤗
Hola, Mercedes.
ResponderEliminarTras la tormenta del capítulo anterior llega la calma en la que has incluido a esta adivina. En este tipo de historias anuncian cosas determinantes, así que la incredulidad del arquero no la compartimos los lectores. Deseando leer el siguiente.
Un fuerte abrazo :-)