No son palabras vanas cuando se dice aquello de que las
letras alimentan. Al menos, en mi caso, la sensación es de sentirme llena
emocionalmente, a la vez que con sensaciones que casi se pueden degustar. En
algunas ocasiones, son como un intenso café, amargo y con cuerpo; otras, como
una caliente taza de chocolate, o como un exquisito postre de variados dulces;
y, muchas veces, como esos tentempiés que, de pronto, te hacen sentir como en
una noria y con una mezcla de sensaciones, todas agradables y armoniosas.
Os preguntaréis que a qué viene todo este menú que os acabo
de poner sobre la mesa, pues, sencillamente, para compartir y describir esa sensación que os explico, y que me ha causado el texto de un
amigo bloguero.
(Autor: ©Charly)
AVENTURA
Era
preciosa, algo alocada desde niña, pero tenía ángel. Admiraba ese carácter
suyo. Vivíamos en la misma calle pero parecía que vivíamos en mundo diferentes.
Hacía suyas todas las causas perdidas y se embarcaba en cualquier tarea que
implicara ayudar a los demás. Era mi heroína: una guerrera sin miedo a nada ni
nadie, jamás la vi intimidada. No tenía puntos débiles, al menos no era capaz
de localizarlos.
Lo
reconozco, estaba loco por ella. Incluso cuando me llamaba niño pijo, medio en
broma medio en serio. Participé de alguna de sus locuras. Al principio por
estar cerca de ella, después entendí qué es la caridad humana. Eso me marcó.
Una noche,
después de un verano largo, unas cervezas, risas y algún baile, saqué valor de
donde pude, rodeé su cintura con mis manos, la pegué a mi cuerpo y la besé.
Lamí sus labios e hice una emboscada a su labio inferior con los míos. Me rodeó
con sus brazos y seguimos hasta que nos llamaron la atención los demás. Al
separarnos reímos tontamente. Le dije que la quería, que estaba loco por
ella..., que me tenía enfermo... Que me encantaría estar siempre a su lado.
Fue entonces
cuando sentí el temblor en su cuerpo, en su boca. Después de horas de besos y
abrazos, me sentí como una de esas causas perdidas a las que aborda con tesón.
—Y ahora,
¿qué harás conmigo? —le pregunté con chulería y no sin cierto miedo.
—Nos
casaremos en secreto la semana que viene. Serás siempre mío, mi niño pijo.
—Acepto todo
lo que a probar me des... Serás mi locura —dije, sonriendo.
—Nunca dejes
que me pongan el tornillo que me falta -susurró acariciándome con su aliento
(El relato pertenece a la convocatoria juevera que esta semana regenta "Mónica")
Una vez más y siempre, daros las gracias por vuestra compañía, y, por supuesto, a Charly por permitirme compartir su relato.