Un día como hoy, hace un año, vino Luna a desordenar nuestras vidas. Llegó chiquita, suave y asustada... pero no tanto. Siempre ha sido de ponerle el pecho a las balas.
A ratos, puede ser muy tierna y derretirte con cualquier pequeñez. En otras, te entran ganas de estrangularla porque puede ser bastante catete cuando se lo propone.
Y después de un año, ya conoce nuestros tiempos y sabe perfectamente cuándo ponerse melosa para que hagamos lo que se le antoje. 😸
He llegado a pensar que tiene poderes mentales, que se multiplica, que aparece y desaparece. Quizás, sea por eso que los gatos se asocian con brujas o hechiceros. Yo creo que son elegantes, silenciosos y cariñosos... a su manera.
Cuando quiere atención, me muerde el tobillo a la pasada... pero despacito. Yo le rasco la barriga y le converso cualquier cosa que pasa por mi cabeza... y por momentos, creo que me va a contestar.
El desarrollo de un gato es tan rápido, que en un año pasa de ser una pequeña bolita de pelos a un felino independiente con carácter y gustos definidos... y estoy segura que también adoptó algunas cosas de mí. Sobre todo, mañas y testarudeces que se las aguanto porque la entiendo, jeje!
Para mí, Luna es una especie de “gatija” que transformó la rutina de una casa adulta y fome en un montón de maullidos y ronroneos que van a la deriva de sus gustos y caprichos.
Su trabajo consiste en cazar cuanta mosca atraviesa por la ventana. Sus preferidas son esas grandes y ruidosas. La mayoría no tiene escapatoria y suelen sufrir todo tipo de maltratos que hasta pena me da.
Por supuesto, no es consciente de lo que hace y aunque no me guste, suelo ser participe de su cacería. Ella arriba de mis hombros. Yo, como buena humana, haciendo lo que me indica... Y tal parece que lo hago bien, porque de vez en cuando recibo una que otra polilla destartalada.
No sé qué pasará más adelante y tampoco me detengo a pensar... Prefiero quedarme con sus etapas de crecimiento. Sus muelas de leche tiradas en el piso. Los pelos y bigotes que deja en el sofá, sobre mí... y a decir verdad, en todos lados.
Al minuto de locura extrema que suele ser a cualquier hora y en especial, a las dos de la mañana. Al Miau abre la puerta, al miau vengo de vuelta. A esos saltos calculados con extraordinaria exactitud y al cuidado con que trata mis plantas después de haberlas tirado mil veces.
A los instantes que se cree centro de mesa, se introduce en espacios diminutos o se cree felpudo... y en resumen, a todas esas cosas que la hacen ser la consentida de la casa y parte de nuestra familia.
A ratos, puede ser muy tierna y derretirte con cualquier pequeñez. En otras, te entran ganas de estrangularla porque puede ser bastante catete cuando se lo propone.
He llegado a pensar que tiene poderes mentales, que se multiplica, que aparece y desaparece. Quizás, sea por eso que los gatos se asocian con brujas o hechiceros. Yo creo que son elegantes, silenciosos y cariñosos... a su manera.
Cuando quiere atención, me muerde el tobillo a la pasada... pero despacito. Yo le rasco la barriga y le converso cualquier cosa que pasa por mi cabeza... y por momentos, creo que me va a contestar.
El desarrollo de un gato es tan rápido, que en un año pasa de ser una pequeña bolita de pelos a un felino independiente con carácter y gustos definidos... y estoy segura que también adoptó algunas cosas de mí. Sobre todo, mañas y testarudeces que se las aguanto porque la entiendo, jeje!
Para mí, Luna es una especie de “gatija” que transformó la rutina de una casa adulta y fome en un montón de maullidos y ronroneos que van a la deriva de sus gustos y caprichos.
Su trabajo consiste en cazar cuanta mosca atraviesa por la ventana. Sus preferidas son esas grandes y ruidosas. La mayoría no tiene escapatoria y suelen sufrir todo tipo de maltratos que hasta pena me da.
Por supuesto, no es consciente de lo que hace y aunque no me guste, suelo ser participe de su cacería. Ella arriba de mis hombros. Yo, como buena humana, haciendo lo que me indica... Y tal parece que lo hago bien, porque de vez en cuando recibo una que otra polilla destartalada.
No sé qué pasará más adelante y tampoco me detengo a pensar... Prefiero quedarme con sus etapas de crecimiento. Sus muelas de leche tiradas en el piso. Los pelos y bigotes que deja en el sofá, sobre mí... y a decir verdad, en todos lados.
Al minuto de locura extrema que suele ser a cualquier hora y en especial, a las dos de la mañana. Al Miau abre la puerta, al miau vengo de vuelta. A esos saltos calculados con extraordinaria exactitud y al cuidado con que trata mis plantas después de haberlas tirado mil veces.
A los instantes que se cree centro de mesa, se introduce en espacios diminutos o se cree felpudo... y en resumen, a todas esas cosas que la hacen ser la consentida de la casa y parte de nuestra familia.