Como cada mañana buscaba inspiración en todo aquello que le rodeaba, una pequeña flor en el camino, la luz pasando por la rendija de una puerta, el olor a tierra luego de un día de lluvia...
Había dedicado toda su vida al antiguo arte del Sumi-e, una tradición familiar que había heredado de su padre y este a su vez, aprendido de su abuelo. Era un trabajo poco convencional pero le permitía sostenerse de manera modesta en un país que no era el suyo.
Fue a un pequeño puesto que conseguía de manera temporal cada fin de año en un mall de la capital. Ahí, junto a otros artesanos tenía la oportunidad de mostrar parte de su trabajo y vender algunas de sus obras.
Sumergió el pincel en la tinta recién preparada y se dispuso a trazar sus primeros dibujos, sin apuro. Necesitaba abstraerse de aquel lugar, del ajetreo diario que aumentaba en esas fechas. Imaginó un sitio muy lejano, su antiguo pueblo natal, se vio sentado bajo un árbol dibujando una y otra vez con disciplina infinita la misma flor hasta conseguir el equilibrio perfecto entre respiración y armonía.
De vuelta a la realidad, el bullicio se hace aún más fuerte. Esperaba terminar aquel dibujo antes de ir a comer pero su estómago dice otra cosa, por lo que decide guardar todo y salir de allí. En el trayecto, ve algo de color brillante tirado en el piso. Mira para ambos lados pero nadie presta atención, todos se encuentran zambullidos en la búsqueda del regalo perfecto para Navidad.
Luego de un momento de duda lo recoge, no era nada especial, sólo una libreta con un nombre y el logo de una Universidad. Su interior estaba lleno de garabatos numéricos que hacían pensar que su dueño era una persona dedicada a la docencia.
El joven pintor mira aquel objeto que tiene entre sus manos, podía tirar eso que no era suyo pero siente el deber de entregarlo. Todos esos cálculos, quizás sean alguna clase de estudio importante para aquel profesor y perder el trabajo de años significaría comenzar todo desde cero.
Se sienta en una banca y ojea la libreta con la esperanza de encontrar alguna pista, algún detalle que le indique su procedencia. De pronto entremedio de sus hojas, asoma un papel con una dirección, ahora más animado decide ponerse en marcha y terminar lo que comenzó.
La casa era pareada, de adobe con una mampara y puerta de madera, golpea tímidamente. Sale una chiquilla alta de pelo corto. En pocas palabras le explica que es pintor, que tiene un puesto en el mall, que esa libreta se la encontró en el suelo y que buscando remitente terminó en ese lugar.
Ella apenas lo escucha, parece que algo le molesta, esta impaciente y furiosa a la vez. Finalmente, con un gesto brusco toma la libreta, asiente con la cabeza, dice algo a la pasada y con aire indiferente, cierra de un portazo en la nariz. El joven se queda inmóvil por un momento, no pensó que todo terminaría así. Esperaba conocer al profesor o por lo menos asegurarse que recibiera sus estudios en persona.
Un buen día y ya olvidado del tema, aparece frente a él un hombre alto de lentes que lo queda mirando fijo. Era el dueño de la libreta que agradecido, le ofrece dinero por su acción pero él no acepta, nunca fue esa su intención. El profesor insiste, se siente en deuda con ese chico. Mira a su alrededor y después de algunas preguntas decide comprar uno de los cuadros que hay en exhibición.
El joven pintor mira como el desconocido se va, su mano sostiene el dinero que el hombre tan gentilmente le dejó. Aún recordando lo sucedido esboza una sonrisa, toma aire y vuelve a sentarse en su piso a continuar con su labor mientras el profesor se dispone en su hogar, a colgar sobre la chimenea, su nueva adquisición.