Siguendo la propuesta de Mónica para este jueves en su blog NEOGÉMINIS, me he inclinado por la
interpretacion covidera del síndrome. O sea que el protagonista, se ha acostumbrado al
encierro. Esta es mi aportacion despues de unos dias ausente. Podeis leer más tesis sobre el síndrome
AQUIMISMO (cuidado, que la música da miedo)
Edmundo ya se había acostumbrado a su enclaustramiento.
No salía hacia más de nueve meses. Al principio de la pandemia aún se permitía
alguna escapada, pero cuando vio la altura, velocidad y voracidad de la segunda
ola, decidió no salir más hasta que la cosa no estuviera más calmada. Afortunadamente su trabajo podía desarrollarse
desde casa telemáticamente. Acordó con su hijo Eduardo que cada día le traería
la comida. Había conseguido un status cómodo. Lo único que le sacaba de quicio eran
las noticias que devoraba con fruición mañana, tarde y noche. No se perdía ningún
debate televisivo, cuanto más catastrofista mejor; le hacían regodearse en la
seguridad de su refugio. Se hacía cruces de ver cómo había gente que osaba salir
a la calle sin mascarilla; veía aquellos planos profundos, que salían por la
tele, de gentes apiñadas en las playas. No tenía la menor intención de salir.
Estaba muy a gustito en su enclaustramiento.
Lamentablemente
llegaron las vacunas, y poco a poco, los noticiarios empezaron a ser más
optimistas. Comenzó a pensar que todo aquello de que ya no iba a haber cuarta
ola, era un cuento, para revitalizar la economía a cualquier coste; pero que
con Edmundo no contaran. Dramáticamente, llegó la noticia que tanto temía: le
comunicaron que el teletrabajo llegaba a su fin. Decidió que tenía que salir un
par de días antes de reincorporarse, para que no le pillara de sopetón, el acontecimiento.
La noche anterior a su primera salida no pudo pegar ojo. Se levantó tres veces
para ir al lavabo, que estaba en la propia habitación. Los nervios le
devoraban. Finalmente llegó el día. Se aseó, se vistió y se dirigió a la puerta,
armado de temeridad. La abrió, asomó la cabeza y exclamó en voz alta:
―¡Edelmira!
¡Edith! ―Ni su mujer ni su hija contestaron. Eduardo ya hacía rato que se había
ido a la Universidad― ¿Hay alguien en la cocina? ―preguntó antes de
aventurarse.
¿Quién sabe
las adversidades que le esperan fuera de la habitación?