Qué
difícil resulta a veces hablar de deseo y, otras, sentirlo. Y la luna ahí,
descarada, incluso creo que guiña un ojo. Se vuelve celosa de repente. Lo noto
igual que noto el abrazo de la piel del hombre que me es casi desconocido. Sí, somos eso: dos semidesconocidos
desabrochándose la carne, abriendo aristas y dejándose hasta el alma en un
beso, en un pulso de respiraciones agitadas cuando dos corazones palpitan,
coinciden; cuando su barba, en la que se prende el reflejo de Selene en un ocaso
a medias, recorre mi cuello y cae en picado sobre el pequeño abismo de mis
pechos, ensalzados en los jugos de su boca.
Busco
entre mis piernas la firmeza de su masculinidad… Me tienta como tienta un
capote las astas de un toro en plena dehesa. Y trepidamos. Silencio de fricción. Soy el
freno a su mecida y, al tiempo, el rompeolas de todas sus mareas.
Mis
manos en su espalda se convierten en tentáculos de mil peces que juegan a ser
pulpos.... y la habitación huele a sábanas revueltas, a sudores de deseo. Su
piel brilla al compás de la quietud de la luna que atraviesa el cristal de la
ventana para besarnos, para ampararnos en un no último gemido que se ahoga
entre los dientes que no muerden, que acarician, que rompen todos los
silentes.
No
digo nada, solo quiero respirarle y que me respire. No habla. Solo mira
cabalgando como Neptuno, aferrándose a sus olas. Y es mi pelo el velo de sus
suspiros; mi cuello, el aroma a magnolias que lo embravece. Y mi cuerpo, el
fuerte que es asediado sin límites y sin muros que lo priven, sin tabús, en la
elección de quienes nos buscamos y nos empeñamos en ser. Somos libres en esa
huida hacia nosotros, hacia el deseo que comulga como la hostia bendecida con
vino dulce.
Nos
abandonamos.
Ya
no somos y, sin embargo, no dejamos de estarnos.
Nos faltamos.
Y,
en cambio, no dejamos de sentirnos desde el infinito de cada poro, desde cada
beso que parece un estigma.
Nos
encontramos.
Desnudos:
de piel y de alma; de bruces con la realidad, de su pecho sobre el mío, de mis
piernas crucificándolo, de su boca sepultando la mía, cuajándose de él;
bebiéndome… o tomando mi aliento, alimentándose. Sabiéndonos.
Me
complace sentirlo a mi lado con la pulsión de sus embates todavía abrigados en
mi piel. Respiro tranquila. Todo lo tranquila que puede dejar el deseo obcecado
en la mente. Respira sosegado, presto de la satisfacción lograda. Mira hacia
la ventana, con la luna besándole el rostro, lamiéndole mis besos, reptando
sobre mi saliva…, deseándolo.
Se
gira, y me envuelve en su abrazo. No sé si me protege o me cuida, si me acoge o
si todo es parte del juego pero jugamos los dos con nuestras reglas. Su mano
busca la mía y ambas se apoyan sobre el batiente de su pecho. Luego la besa.
Después me besa en la sien, y respira profundamente, como diciendo mi nombre.
Pronto la sábana nos cubre. El sueño también... a la luz de la luna.