Tiento la oración bajo mis pies,
ahinojada entre los hábitos vencidos a la carne.
Mi aliento es el arrullo que calma Tu Sed,
el fiel y ferviente desvelo de la lujuria que se arranca
cuando soy cruz sobre Tus Piernas
y vértebra sobre Tus Costados.
Me engendra un silencio, casi volátil,
y un arrullo de deseo se sostiene fecundo al albor de mis entrañas.
Siento mi gemido, desbocado, ahogado al filo de mi garganta
y mi piel tiembla sobre la desnudez de mi alma.
Mi cuerpo es Credo de Tu Voluntad,
una plegaria rendida a Tus Deseos y a Tu Fe,
enardecido sobre la humedad que se rinde abierta
cual llaga voraz, feroz y hambrienta.
Me cubre cada sendero callado de estos velos
y me hago talla infinita de susurros oblicuos
en el juego de Tus Manos,
custodio del instinto que resurge
para ser de Ti, en Ti,
ante Tu Ojos,
hiedra al cielo
y merced de Tu Verbo.