Brama el misterio que devora los silencios
y peca el viento de hojas rojas envuelto.
Hojarasca de destino,
tus verbos conjugados en mi abismo.
Brilla tu mirada
de cristales tallada,
de aristas perpetuadas
al célibe encuentro de mis ojos.
Caminan tus quejidos enervados,
erecta orgía entre mis manos,
y, en filigranas consentidas,
besan mis labios
los designios de tu boca.
Yace tu piel,
crepúsculo níveo,
marea encabritada de crines arabescas
sobre la calma ígnea de la mía.
Y un tumulto nos aovilla,
de sedas vírgenes embalsamado,
de carnes encendidas y pausas quemadas.
Hemos aquí, hombre y mujer,
en la cruz sagrada que encarna nuestro cáliz.
Somos ya sarmientos de hechura sacrificada
en la cumbre de este enfurecido y lúbrico misal.