Aguardé en silencio. Ofrecida. Te miré con calma aunque la excitación ha dejado marcas en mí. Requiebra todavía mi piel, mi carne. Las entrañas intentaban respirar. Aún sentía el fuego de Tu Verga reventándome. Me quedaba el resto de la profanación, el sentimiento de uso, la satisfacción del trabajo hecho, de la Entrega consentida. Venerada también.
Tu Sexo palpitaba ante mi mirada. Mis manos, nido que Lo acogieron y acunaron. Mi boca exudó un suspiro que erizó Tu Piel. Preludio de la delicadeza y dedicación de mis gestos. Ahogaste el aire justo después de concederme el permiso solicitado: Pido permiso, Mon Monsieur, para asear Tu Verga”. Desde un principio hasta un sin final.
Ecos de deseo retumbando en mi mente y en mi cuerpo.
Me observabas con atención. Complacido, percibiendo la humedad de mis caricias y la satisfacción de verme a Tus Pies, entregada con humildad y respeto, obrando mi tarea debida. Mi sabor mezclado con el Tuyo, dos esencias conjugadas en perfecta exaltación, subyugado con mi saliva sin demora. Me apliqué al gozo de mi obra para resurrección de mis actos. Y Tú, solemne y ceremonial de mí, de la Hembra que cede a Tu Doma, a Tus Dominios, a Tu quehacer…, a la Mujer que se siente Tu Ramera, Tu Puta, única y consciente, consecuente de lo que entrega y por qué lo hace… Tu Mujer.
Y luego, la espera. El renacer. La vuelta.
Sabes que he esperado pacientemente Tu llegada enmarcada en el rito que nos une: De pie, con mis manos a la espalda y la cabeza con la mirada baja, en espera y en silencio, desnuda de carne y alma, abierta de mente… Solo vestida por la altura de unos tacones y la transparencia de unas medias que se ajustaban a mis muslos sin la premura de un cilicio.
Respiré Tu Presencia al otro lado de la puerta y Tus Pasos, acercándoTe, Te delataron. Ni un paso de más. Tú ante ante mí. Un sencillo gesto y las miradas se encontraron. Mi piel se encendió por cada uno de sus poros. Cada uno de ellos tembló con el roce de Tu aliento en la curva de mi boca. Un beso denso, profundo, en el que Tu Lengua usurpó por completo mi oquedad, y permanecí inmóvil mientras todo mi ser era un hervidero de deseo que me puso en carne viva cuando Te separasTe, dejándome con ganas de más, las mismas que habías ido alimentado desde el último final.
Me mirasTe de arriba abajo como si fuera una presa a la que ibas a devorar, tanteando la fuerza que me contenía.
El reverso de Tu Mano dibujando mi perfil, dejando que oliera sin apenas poder respirar.
—Mírame.
Tu Mano en mi cuello, mi escote, uno de mis pechos…, descendiendo por el vientre hasta situarla entre mis piernas que se abrieron como abanico. Una presión ligera y respingué. Gemí, tragándome el sonido cuando Tu pie las separó todavía más.
–Buena chica –Abrías mis labios y notabas la humedad de mi sexo–. Mi Ramera –susurrasTe, hundiendo un dedo, apurando hasta el fondo y no dudando en pasar otro…y otro. Tres dedos empezaron a friccionar, a moverse en mi interior… llevándome hasta ese límite donde mi cuerpo se vence entero pero... Te detuviste. Una mirada y un gesto. Me postré a Tus Pies y, en oración, con humildad y respeto, besé Tu Mano: Mi Señor, pronuncié. –Sigue, Mi Ramera.
Abrí tu pantalón sin dejar de mirarTe. Tu Verga abultaba por debajo de la tela. Bajé la cremallera y Tu Balano asomó. Mi boca sintió su llamada y me apliqué, despacio, despertando más Tu deseo. Primero fue un beso sobre el glande. Respiré hondo y pronuncié: Mi Demonio. Una carrera de pequeños besos me hizo llegar hasta Tu Pubis. Una nueva mirada. Seguramente la misma porque no había apartado mis ojos de Ti.
Recorrí el sendero de mi saliva para volver a empezar.
Por abajo. Por arriba.
Una ceremonia. Mon Monsieur, deseo complacerTe, pronuncié.
–Tienes mi permiso, Mi Geisha. Compláceme cómo sabes.
Empecé a saborearTe, a introducir Tu Carne entre mis labios, ejerciendo una ligera presión ahí, acariciando con la lengua. Seguí… Cada vez avanzaba un poquito más… y volvía a retroceder con la misma presión, con mis manos sobre Tus Caderas, acariciando en arco… hasta que Tu Príapo quedó oculto dentro de mi boca, engullido y erecto. Palpitante. Aguanté a pesar de la arcada que me acechaba. Salivé tanto que brotaron algunas lágrimas fruto de todo, del deseo, de la acometida de nausea. TomasTe mi pelo, hundiendo Tus Dedos entre mis cabellos, impidiendo que me apartara, incluso me aferraste más. Pensé que no aguantaría pero aflojasTe y mi boca sirvió de vaina. Tus movimientos se condensaban en una única intención. Y yo me agarraba a Tus Piernas buscando un pilar en el que sostenerme.
Y de pronto, parasTe. Mi rostro se elevó. Esa sensación de que todo empieza y, al tiempo, acaba, de que es una continuación, me tenía embriagada, borracha. Apenas pude percibirte entre la vidriosidad de mi mirada, entre el sobrealiento y la necesidad de querer más.
Me besasTe con pasión, casi mordiéndome. Un solo movimiento y me sentí contra la mesa. Mis pechos sobre ella. Mis caderas en jarras. Dos nalgadas retumbaron en mi trasero. GobernasTe desde mi pelo susurrándome algo al oído. Algo que me ardió por dentro. Tenías hambre de hembra, hambre de mí.
Conté cada una de las embestidas y cada una de las palmadas que retumbaban en mi carne, en mis entrañas. Con cada respiración, con cada uno de esos embates que me atravesaban me sentía más entregada, más emputecida. Te maldecía y cada una de mis maldiciones encendía a cada uno de tus demonios enardecidos en Tu Falo, abriéndome en canal, siendo follada, usada, profanada... en la más gruesa de las lujurias. Mis pliegues, prietos, vírgenes en instante, sintieron Tu caricia travesera. Escupiste. Forzaste con el pulgar e hiciste sitio hasta que sentí Tu Mástil erecto entrando en mi oscuridad. Grité. Maldije de nuevo como si eso me sirviera para sentir menos dolor, para que Te compadecieras de mí. No estabas dispuesto a ello. Querías usarme y que yo me sintiera así. Empezaste a empalarme, una y otra vez, hendiendo mi carne, quemándola con cada movimiento, sujetando mis caderas, sobándolas, calentándolas con la palma de la mano, sabiendo que mi piel se arrebolaría.
Nos gusta. Lo disfrutas.
En un momento dado, me giraste y me senté en la mesa. Mis piernas bien abiertas. Expuesta. Cogiste mi sexo con la mano, estrujándolo, tirando de él, asegurándote de que lo sentía. Pellizcaste mi clítoris. Me mordí los labios y no dejaba de mirarTe. Tu Rostro se contraía. Apretabas también los dientes, hacías fuerza. Me pediste que me tocara, que me masturbara para Ti mientras me follabas abriendo mis espirales, la entrada oscura a la perversión… Lo hice. Me separé los labios y Te mostré mi perla enrojecida... Mis dedos sobre ella.
Mis piernas temblaban sobre Tus Hombros, mis caderas danzaban por Tus asaltos, mis dedos circulaban sobre mi clítoris… sintiendo esas acometidas de placer que prologan el orgasmo, un orgasmo para el que debía pedirte permiso. Así lo hice: Mon Monsieur, permiso para correrme. Me lo negaste. Tampoco me dejaste parar. Apretaba mi culo, apretaba mi vagina… en agónico deseo… y solo oía “Aún no, Perra, aún no”. Pero yo también notaba Tu necesidad, Tus convulsiones y la inminente llegada de Tu Orgasmo…
–Ahora –me dijiste apurando el último ataque. Mi corrida fue salvaje. Un chorro caliente, lúcido, fuerte Te empapó entero. Aún no había terminado que sacaste Tu Polla de mí y la pusiste sobre mi chorro. Llegó Tu Corrida y se mezcló Tu Leche con mis jugos, en un orgasmo intenso, compartido… mientras mis tetas estaban en Tus Manos, estrujadas y me alimentabas la piel de Ti…
Bendecidos con la Esencia del otro, con la entrega lenta pero inmediata.
Mi cuerpo se venció. El Tuyo sobre el mío…, ahogados en esa pasión que nos había hecho encabritar la piel, alterar la conciencia en una pléyade de sacudidas donde Tú me subyugabas, donde me llevabas a ese infinito de brasas donde emerger como llama… Ahí, vencida en mi placer, siendo Tuya, Te enervaste e hiciste en mí… porque estoy hecha para el Placer de Tus Pecados y la Resurrección de Tu Carne. Porque soy de Ti el deseo que Te colma, la raíz de Tu Orgullo.