Creí morir, elevarme sobre mi piel, cuando sentí tu aliento incrustándose en mi garganta, cuando tu gruñido arrancó el mío. Tu lengua dibujó una recta hasta mi boca, hundiéndola, usurpando cada hueco, escarbando cada diente… Y tus dientes mordieron mis labios desgarrando la rabia justa para que mis uñas se clavaran al final de tu cuello. Mis dedos agarraron tus cabellos, tirando de ellos sin que cejaras en tu empeño. Te pegabas tanto a mí que tu erección se hincaba en mi pubis provocando que me acomodara, que mis piernas se abrieran para acogerte.
Estabas tan hambriento de mí como yo ávida de ti que me enredé a tu cuerpo como una serpiente a un tronco, como una hiedra a roca dura. Me volví constrictor en mis entrañas, presionando rítmicamente tus embates, amortiguando la barrena que invadía la tierra húmeda pero hambrienta.
Nuestros alientos exhaustos vistieron la boca del otro, respirándose; mascullando tú esas seis letras que son requiebros en mi mente; halagos a tu Hembra; mientras me llenas de ti y me embebo de tu deseo… mientras te empapas de mi entrega.