Antes...
Volvió a incorporarse y no me atreví ni a moverme a pesar de que estaba libre pero la mano abierta en el centro de mi espalda y sus caderas pegadas a mi trasero me indicaban todo lo demás. Oí el abrir y cerrar de un cajón. Luego, el tacto de una tela suave sobre mis nalgas. Respingué, y respiré tan hondo que hice ruido.
Me cubrió los ojos con aquella tela, y me volvió a incorporar. En mi espalda su pecho. Su erección pegada a mi piel. Tomó mi pelo en su mano, como un ramal de una yegua que ya estaba medio domada… y tiró suavemente hacia Él. Percibí que me olfateaba. Su respiración me quemaba y el efecto se notaba en toda mi piel, desde la erección de mis pezones hasta la humedad que se filtraba entre mis piernas, pasando por aquellos latidos que parecían tambores de guerra, una guerra que estallaba en mi cabeza y entre sus brazos.
Yo, que soy mujer de mil palabras y mil suspiros, había limitado mi espacio al sumo silencio. Parecía considerar un sacrilegio romperlo.
Aquella sensación de emociones enfrentadas y confrontadas era una marejada que me perturbaba por completo. No sé si a Él le sorprendía o no mi silencio. No me había educado. No estaba educada por Él. Lo que yo le ofrecía era esencia pura, mujer pura sin artificios, dejándome llevar por lo que creía correcto pero sin pensar en ello… Era puro instinto de entrega pero, al tiempo, de exigencia propia y ajena.
- Quiero que esto sea sincero. Sabes que no soporto las mentiras ni los dobles juegos. Esto no es por probar y ver qué pasa. Esto es lo que has de desear. Esta noche has dado un gran paso y has de asimilarlo. Sabes que puedes ser muy buena. La mejor que he tenido. Cuando esta noche salgas de esta casa tienes dos opciones: Regresar o no volver jamás. De ti depende. –Y guardó silencio. Este podía cortarse. Volví a respirar hondo, a boca abierta. Necesitaba mucho más aire. En ese momento me quitó la venda de los ojos, y no solo literalmente.
Tardé unos segundos en hacerme a la luz. Me sentí pálida y creo que realmente lo estaba. No dejaba de agarrarme al mueble y ya no era casi consciente de que continuaba con las bragas bajadas. Respeté el silencio. Le miré a los ojos sin ningún miedo. Tal vez recriminara ese gesto en mí pero tampoco me lo había prohibido. Puso su mano sobre mi pecho, allí donde me estaba estallando.
- Debes calmarte. Estoy seguro de que tomarás la decisión más adecuada para ambos pero has de pensar en la responsabilidad que adquirirás. No debes preocuparte de la que yo deba asumir.
Su tono ronco, dominante, se terció más cercano, más cariñoso podría decir. Algo que agradecí porque sabe sé ponerme a su altura y no es falta de humildad, solo de carácter y que digo lo que pienso aunque luego deba pedir perdón.
Aquella conjunción de sentimientos, de emociones, de sensaciones… provocó en mí algo que ya llevaba conteniendo desde hacía minutos. Mis ojos empezaron a llorar… No lo podía controlar pero Él tomó mi rostro entre sus manos, me miró a los ojos y comenzó a besarme por toda la cara, bebiendo mis lágrimas con toda la ternura que jamás pensé pudiera hallar en Él.
No es un tipo fácil. Tiene un carácter fuerte. Muy suyo. Un ser de esos con los que confluyes o caes en un abismo infranqueable. No me fue sencillo colarme en Él pero sé que tampoco iba a serlo el separarlo de mí.
Tomé una bocanada de aire en medio de aquel maremágnum de estremecimientos, y Él me dio su aliento. Primero fue un gesto calmo. Lo que yo necesitaba, y al que me entregué. Luego, su lengua me profanó entera, sin más opción que asimilar, tragar saliva y respirar al mismo tiempo sin dejar de apoyarme en la mesa por miedo a perder las fuerzas.
Me alzó en sus brazos y me sentó en la mesa. Mis bragas cayeron al suelo. No dudó en bajarse la cremallera del pantalón y volver a cogerme de la melena para echarme hacia atrás… Sentí su boca y su lengua bajarme por el cuello, colarse entre las telas que formaban el escote, sobrepasar la zona de mi sujetador…, morder mis pezones, incluso absorber, dejando mojada la blonda.
Mis dedos no fueron peine para sus cabellos sino dos pinzas para prensarlos, para usarlos como cuerdas y amarrarlo a mí hasta que noté el fuego de su aliento en mi sexo.
Me lamió, me bebió, me blasfemó… y me hizo maldecirLe desde lo más hondo de mis entrañas. Era como un macabro juego de deseo donde nos volvimos dos ávidos psicópatas del cuerpo del otro.
Probé mi sabor de sus labios. Jugué con su lengua, la hice mía en todos los sentidos. La lamía, la tomaba entre mis labios y mis dientes y absorbía de ella, follándomela; mientras Él me agarraba las nalgas y mis piernas se abrían más…
Le recibí golosa y hambrienta. Su carne se hundió en la mía. Hasta el fondo. Ambos, entre quejidos, gemidos y jadeos, bailamos aquella danza de pieles, de flujos, de deseos contenidos hasta ese momento, de necesidades mutuas… Y Le demostré Mi Verdad, con mayúsculas, porque Mi Verdad puede quemar, es puro fuego… y el fuego, este fuego, no engaña.
Me hice de Él. Era la rúbrica. La rúbrica de que Él también era mío.